lunes, abril 29, 2024
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    ESPECIAL NÚMERO 100

    ¿Es usted feliz?

    ¿Qué es para usted ser feliz? Seguro que la gran mayoría, por no decir todos, responderían que ser feliz consiste en tener buena salud, buenos amigos, una relación de pareja estable, empleo y dinero suficiente para vivir. Y no se equivocan. Pero tampoco aciertan. Y es que no hay una fórmula exacta para encontrar la felicidad.

    Miren, el escritor y filósofo Paulo Coelho se pregunta: si la vida es el trabajo, la familia, los hijos que crecerán y acabarán marchándose, la mujer o el marido que con el tiempo se transforman más en amigos que en auténticos enamorados. Y el trabajo terminará un día. ¿Qué haremos cuando llegue ese momento? Si usted se lo plantea y es sincero, seguro que no encontrará una respuesta rápida, escuchará un silencio pensativo.

    Cuando pregunto a un amigo que hace tiempo que no veo si es feliz, su respuesta inmediata es “estoy bien… tengo trabajo”. Y claro, con los tiempos que estamos, tener trabajo es vital. Lo entiendo. Pero tener trabajo no significa ser feliz.

    Tener trabajo es sinónimo de tener una fuente de ingresos, de tener dinero. El problema radica en que la mayoría de personas comparan lo que ganan ellos con lo que ganan los demás. Y eso es un mal negocio porque hace que entiendas la felicidad en función de conseguir más pasta. Me explico.

    Quien vive con lo que gana sin mirar que tiene la gente de su mismo status se siente más satisfecho que quien gana más dinero pero que compara su casa, su coche, sus vacaciones con los demás. Eso es lo dañino. Comparar los aspectos materiales de la vida. Por que siempre encontraremos conocidos que tienen más.

    Ahí iba yo. Disfruten del dinero sin fijarse en qué tiene el vecino. Si lo logra se sentirá más feliz. ¿Pero lo será? No. En alguna ocasión pensará en cómo mantener el empleo en tiempo de crisis, o en cómo encontrar el amor, o en cómo librarse de alguna tragedia inoportuna… Luego, quédense con los versos de Jorge Luis Borges: “Ya no seré feliz. Tal vez no importa. Hay tantas otras cosas en el mundo”.

    Seguramente, a estas alturas, esta usted convencido de que me dedico a los libros de auto-ayuda. No es así. Aunque releyendo lo escrito y a pesar de que nunca me lo había planteado, podría ser una solución si el trabajo amaina y hay que buscar salidas.

    No se trata de algo más que eso. Se trata de hacer un hueco en la vida diaria. Un kit-kat –un paréntesis- como dicen ahora. Para reflexionar. Sobre cualquier cosa. Sobre la felicidad por ejemplo.

    Ahora estoy viviendo ese kit-kat. Por razones de fuerza mayor. Y en pequeñas proporciones. Soy mujer, estoy casada, trabajadora autónoma, tengo treinta y cuatro años y acabo de parir a mi tercer hijo. Es un buen momento para pararme a pensar en la felicidad, cuando el pequeño me deja respirar.

    Y yo, ¿soy feliz? Supongo que la única respuesta sincera es que lo soy a ratos. Como cualquier hijo de vecino. Lo que me lleva a pensar que la felicidad no es un estado de ánimo, es tan sólo un instante. Que podría ser tan frágil que dependiera única y exclusivamente de la oportunidad de la pregunta.

    Dicho de otro modo; la respuesta será afirmativa si en el momento en que me hago la pregunta mi estado de ánimo, mi entorno, la salud de los míos, lo que dan por televisión, el libro que leo, la comida que gusto, el cuadro que compro, las flores que huelo… me acompañan de una manera armónica. Pero todo esto es tan frágil que una carta en el buzón, una llamada telefónica fuera de hora, una uña que duele, un lloro, una grieta en el techo, sal de más en la comida o un vecino chillón pueden evaporar mi estado de felicidad. Ya no es sólo la salud, el dinero o el amor como reza la vieja canción.

    Nos hemos instalado tan a gusto en el estado del bienestar que la felicidad ha quedado reducida a un instante. Exigimos tanto de ella que no da abasto para que nos sintamos completamente satisfechos.

    Y supongo que la felicidad también es nostalgia. Aunque sean dos términos incompatibles. Aunque una parezca el rechazo de la otra.

    Quizás la nostalgia sea tan sólo la coartada de la felicidad. O mejor dicho del que la busca. Nostalgia hoy, del ayer. Aquel ayer sin reloj que nos persiga. Con tiempo para pensar –para los kits-kats- para saborear los buenos momentos y llevar correctamente el duelo de los malos. Tiempo para ver crecer a los hijos…

    O quizás es que en ese ayer nuestra exigencia fue inferior. Tuvimos bastante con que hubiera comida en lugar de exigir la procedencia del caviar. O un poco de vino sin tener que escoger una añada determinada. O una buena sobremesa en contraposición al cine o la programación de televisión.

    Quizás lo que ha ocurrido con la felicidad es que con tanta exigencia le hemos recortado el tiempo de vida. Y ahora nos llega con fecha de caducidad, para un instante. De usar y tirar. Y olvidamos que hubo un tiempo –o quizás fue una sociedad, una edad personal– en el que tuvimos tiempo de ser felices.

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    Revista nº53

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