jueves, mayo 2, 2024
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    ESPECIAL NÚMERO 100

    ¿Derecho u obligación?

    Se supone que tener derechos es algo que todos queremos. Como todos ustedes seguramente saben, y tal como nos lo define el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, “tener la facultad de hacer o exigir todo aquello que la ley o la autoridad establece en nuestro favor” debería ser algo importante en nuestras vidas. Sin embargo, ¿qué sucede cuando no nos interesa el derecho al que estamos acreditados? No me refiero a temas tan trascendentales como, por ejemplo, el derecho a la vida y conflictos que éste suscita como el posible derecho a una muerte digna, tal reflejaba la oscarizada película “Mar adentro”. En este caso me gustaría hablar de uno de esos derechos que se dan casi por descontados y que solo asumen protagonismo muy de tarde en tarde: me refiero al derecho a la cultura. Si nos ceñimos a las apariencias, parece obvio que se trata de una facultad que poca gente parece interesada en exigir en España. Nos encontramos en uno de los países con mas bajo índice de lectura de periódicos y libros de nuestro entorno (aunque quizá algunos pueden ser algo remisos a tomar dicho índice como baremo cultural teniendo en cuenta ciertas informaciones de prensa y ciertos títulos literarios), nuestro cine sobrevive como puede los embates de las mega producciones hollywoodienses, el teatro atraviesa crisis periódicas y nuestra televisión bate records de amarillismo. Como dicen los responsables de las cadenas, tenemos la televisión que nos merecemos. Si la cultura no da audiencia, ellos no pueden ir contra las leyes del mercado.

    Ahora nos quieren decir quién, cómo y cuándo debemos tener acceso a la cultura. A mi personalmente me da igual si a un señor le empieza a gustar Mozart porque ha oído su música en la banda sonora de “Memorias de África” o porque su padre se lo enseñó desde pequeñito

    Según el mismo articulo 44 de la Constitución española (y disculpe el lector que usurpe su lenguaje jurídico) que refleja el derecho al acceso a la cultura, los poderes públicos promoverán y tutelarán dicho acceso. Con este objeto se realizan iniciativas como “La noche en blanco”, organizada y financiada generosamente por el Ayuntamiento de Madrid. Ahora bien, ante el espectáculo de cientos de miles de personas haciendo interminables colas en lugares a los que jamás han prestado la más mínima atención a pesar de estar abiertos casi todos lo días del año o de los cuales directamente desconocían su existencia como el Museo Antropológico o la Real Fábrica de Tapices, es normal que alguien se pregunte: “¿Es esto cultura?” ¿No se trata de una versión parque temático de la misma? ¿No se está tirando el dinero público en una iniciativa puntual que pronto será olvidada por la inmensa mayoría de los que participaron en ella?¿ Para esto se corta la Castellana y se monta un atasco de muerte? Probablemente, los que plantean estas preguntas son las mismas personas que creen que la cultura debe mantenerse enclaustrada en los cenáculos de siempre, solo para los iniciados en sus arcanos principios, y me recuerdan la controversia que se creó en los lejanos años 30 con el derecho al voto de las mujeres. Decían entonces algunos que no había que aprobarlo porque las mujeres estaban mediatizadas por los curas; decían otros que solo debían votar las mayores de ¡43! años ya que antes de eso la mujer seguía siendo inmadura. Ahora nos quieren decir quién, cómo y cuándo debemos tener acceso a la cultura. A mi personalmente me da igual si a un señor le empieza a gustar Mozart porque ha oído su música en la banda sonora de “Memorias de África”, porque le han regalado un CD conmemorativo de su aniversario en el periódico o porque su padre se lo enseñó desde pequeñito. Y creo que si solo un 1% del millón de personas que se lanzó a las calles de Madrid el pasado 23 de septiembre se ha infectado con el virus de la pintura, la poesía, el teatro o la literatura ya son diez mil conversos que han enriquecido su vida con una emoción nueva. El esfuerzo realmente habrá merecido la pena y conste que lo digo a pesar de que vivo en el centro y fui una más de los prisioneros del tráfico hasta las tantas. Todo sea por una buena causa.

    Revista nº35

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