El orden de las cosas

1645

Nací en la tierra de Don Quijote el 31 de julio de 1985. Mi madre es manchega y mi padre cordobés. Ambos, conductores de autobús. Crecí entre la industria y el campo; entre minas, sol y polvo. Crecí en una tierra que amo y cuya historia impregna cada poro de nuestra piel. Vengo de un lugar cuya cultura va forjando las opiniones y cada una de las razones. Las mujeres se levantan a las seis de la mañana a limpiar las rejas de sus casas. Los hombres se anclan en las barras de los bares después de las faenas. Y siendo la pequeña de cuatro hermanas, crecí en medio del orden de las cosas asumiendo que ser mujer requería un doble esfuerzo para todo. A veces, triple. En los estudios había que emplearse siempre después de hacer sábado. La mayoría de los matrimonios pasaban por la iglesia. Lo bueno y lo mejor era conseguir un trabajo estable y para toda la vida. Los sueños eran sueños y poco más, porque lo realmente importante era mantener los pies en la tierra y la cabeza fría. Apuntar alto era cosa de otros y para otros. 

Hasta que me di cuenta de que todo aquello que se puede pensar se puede hacer desde cualquier sitio y para cualquier lugar. Me di cuenta de la belleza de las costumbres y de la cultura, pero también de la libertad de elegir qué hacer, qué ser y hasta dónde llegar. Me di cuenta de que ninguna mujer podía estar a la altura del androcentrismo. 

Aprendí a caminar sin olvidar jamás de dónde vengo. Por eso aprendí que las fronteras no existen; que el talento no entiende de género; que una mujer puede llegar hasta donde desee, cuando lo desee y como quiera

La tierra existe donde decidas cultivarla. Y el cielo está para contemplarlo y para conquistarlo. No se elige lo que se desconoce. Y opté por conocer. Aprendí que los problemas de las mujeres no son los problemas de las mujeres: son la causa de la humanidad. Me enamoré del caos con toda su belleza; de los aciertos y de los errores; del olor de los libros al pasar las páginas; del pensamiento de los demás; de la crítica constructiva; de nuestra Historia; de los países aún sin visitar. Heredé el coraje de mi madre y la constancia de mi padre. Aprendí a caminar con pasión siendo consciente de que los pasos podían ser tan grandes como yo quisiera. Aprendí a caminar sin olvidar jamás de dónde vengo. Por eso aprendí que las fronteras no existen; que el talento no entiende de género; que una mujer puede llegar hasta donde desee, cuando lo desee y como quiera; que el éxito, de existir, es gracias al esfuerzo colectivo; que una líder crea líderes y un jefe manda; que debemos escucharnos más; que la democracia es imperfecta; que siempre quedarán tareas por hacer y leyes que enmendar. Aprendí que la ambición no era mala compañera y que amar no es una carretera de una única dirección. Aprendí que el orden de las cosas no es hacer lo que se espera de una. 

Sí. Me gusta aprender y aconsejar; ir y venir; viajar de sur a norte o incluso de oeste a sur sin perder de vista dónde está el este. Aprendí a ordenar distinto, a mirar más, a observar mejor para ayudar a transformar la sociedad, para que sea más justa. Más igual.

Ángela Paloma