Adolfo Marsillach ha pasado a la historia como uno de los grandes transformadores del teatro español del último medio siglo, pero en nuestro firmamento teatral de las últimas cuatro décadas aparecen también, por uno u otro motivo, nombres como los de Miguel Narros, José Luis Gómez, Lola Herrera, Amparo Baró, Nuria Espert, José Carlos Plaza y un largo etcétera.


En 1978, la cartelera teatral española recibía a una recién alumbrada Constitución con comedias costumbristas y títulos como Casado de día, soltero de noche, de Julio Mathías, interpretada por la compañía de Carlos Larrañaga en el Teatro Reina Victoria de Madrid; Historias íntimas del Paraíso, de Jaime Salom, en el Marquina; o El lío nuestro de cada día, de Manuel Baz, un vodevil musical, dirigido y protagonizado por Ismael Merlo, que relacionaba un lío de faldas con dos formaciones políticas enfrentadas: el Partido Socialista Obrero Español y Alianza Popular. Se estrenó en julio en el Teatre Talía de Barcelona y a partir del 1 de septiembre se trasladó al Alcázar de Madrid, donde permaneció en cartel 18 semanas.

Bodas que fueron famosas del Pingajo y la Fandanga. Teatro Bellas Artes (1978). (Foto: Gigi)

Parecía que con la desaparición de la dictadura y la consiguiente censura, y a punto de comenzar la etapa constitucional, ciertos temas dejaban de ser tabú. Sin embargo, tan sólo unos meses antes los miembros de la compañía catalana Els Joglars, conocidos por su teatro crítico directamente relacionado con la realidad circundante, habían sido encarcelados y sometidos a consejo de guerra por las representaciones de la obra La torna, en la que recreaban los últimos días de un delincuente ejecutado por el garrote vil.

GRANDES REFORMADORES

Albert Boadella, entonces director de la compañía y autor de la pieza, recuerda ese momento entre las anécdotas de su espectáculo El sermón del bufón, en el que relata su espectacular fuga a Francia, donde permaneció exiliado un año. Él nos explica que, pese a estar en plena Transición, esta situación fue posible porque “todavía había restos de esa censura de la dictadura, que permitía que un tribunal militar nos juzgase”.

La torna, de Els Joglars, Casino Club del Ritmo (Granollers- 1978).

No obstante, los hechos provocaron un movimiento de repulsa, tanto en España como en otros países democráticos, donde se produjeron manifestaciones en favor de la libertad de expresión.

Para terminar con esos resquicios franquistas y abrir nuestra escena a las corrientes de vanguardia, un grupo de intelectuales de la época, comandados por el Premio Nacional de Teatro Adolfo Marsillach, pusieron en marcha en el otoño de 1978 el Centro Dramático Nacional (CDN), que dejaba atrás el Teatro Nacional surgido en 1939 con la Falange, y asentaba las bases para el futuro Instituto Nacional de las Artes Escénicas y la Música (Inaem), que liquidaría el antiguo formato de Teatros Nacionales y Festivales de España.

Intentando ofrecer aquello que creían podía interesar más al espectador español en tránsito político de una dictadura a una democracia, Marsillach y su equipo diseñaron una temporada con tres obras para cada una de las sedes. En el María Guerrero estarían Rafael Alberti, Franz Kafka y Francisco de Rojas Zorrilla, dirigidos por Ricard Salvat, Manuel Gutiérrez Aragón y Fernando Fernán Gómez, respectivamente. Y en el Bellas Artes (aún no existía en Valle-Inclán, que pasó a formar parte del CDN en 1999, aún como Teatro Olimpia): José María Rodríguez Méndez, Luis Riaza y el británico Arnold Wesker, dirigidos, respectivamente, por José Luis Gómez, Miguel Narros y el tándem formado por Josep María Segarra y Josep Montanyes.

Vicente Parra y Amparo Baró en Isabelita la miracielos, 1978. A la derecha, Lola Herrera en Cinco horas con Mario. (1979).

Bodas que fueron famosas del Pingajo y la Fandanga, de Rodríguez Méndez, dio el pistoletazo de salida a esta primera programación. José Luis Gómez, primer actor patrio con un Premio de Interpretación Masculina en Cannes (por Pascual Duarte, en 1976), dirigía esta sátira costumbrista de la España más desarraigada de 1898, en la que participaban grandes de nuestra escena, como José Bódalo, Manuel Aleixandre o Encarna Paso, que compartían cartel con un veinteañero Imanol Arias.

Desde entonces, el CDN ha ofrecido más de 300 espectáculos, y por su dirección han pasado el triunvirato formado por Nuria Espert, José Luis Gómez y Ramón Tamayo (1979-1981); José Luis Alonso Mañés (1981-1983); Lluís Pasqual (1983-1989), José Carlos Plaza (1989-1994); la actual directora del Inaem, Amaya de Miguel (1994); Isabel Navarro (1994-1996); Juan Carlos Pérez de la Fuente (1996-2004); Gerardo Vera (2004-2011) y, desde 2011, es el dramaturgo y director Ernesto Caballero quien comanda esta casa, aunque a comienzos del año que viene el Inaem convocará un concurso público para elegir a su sucesor.

Una de las muchas artistas que trabajaron por última vez en sus escenarios fue la gran Amparo Baró. En la temporada 2010-2011, tras más de una década alejada de las tablas, Gerardo Vera le ofreció ser la matriarca narcodependiente de Agosto, del norteamericano Tracy Letts. Un título que le brindó la posibilidad de compartir escenario por primera vez con su adorada Carmen Machi, en los personajes que más tarde hicieron para el cine Meryl Streep y Julia Roberts. Su interpretación le valió a la barcelonesa el Max a la mejor actriz protagonista y el Premio Nacional de Teatro Pepe Isbert. Cuatro años después, cuando se preparaba para volver al teatro con un proyecto del empresario Pedro Larrañaga, fallecía a causa de un cáncer de pulmón.

Pero en 1978, cuando se gestaba nuestra Carta Magna, La Baró era una de las figuras clave en la cartelera teatral. El 3 de noviembre de ese año estrenaba en el desaparecido Teatro Barceló de Madrid Isabelita la Miracielos, de Ricardo López Aranda. Junto a ella, Vicente Parra y Terele Pávez, dando vida a una historia sobre la inocencia frente al poder y la corrupción.

LA VIUDA DE ESPAÑA

Meses antes, en marzo, Lola Herrera, otra de las habituales de la cartelera, estrenaba en el madrileño Teatro Lara Alicia en el París de las maravillas, de Miguel Sierra, con Rafaela Aparicio interpretando a su madre. La función estuvo en cartel hasta 1981, si bien Hererra la abandonó mucho antes, para comenzar los ensayos de Cinco horas con Mario, el primer texto de Miguel Delibes llevado al teatro, y uno de los grandes éxitos de esta ya veterana actriz, que aún hoy sigue representándolo por teatros de toda España con el mismo equipo que la respaldó en su debut como Carmen Sotillo: Josefina Molina en la dirección y José Sámano en la producción.

La actriz vallisoletana relata con pudor que Delibes le confesó que no podía imaginar a su personaje con otro rostro, desde que la vio encarnándolo sobre un escenario. De hecho, salvo un impás entre 2010 y 2011, cuando le dio la alternativa a Natalia Millán momentáneamente para un montaje que supervisó el mismo equipo gestor original, sólo Herrera se ha metido en la piel de esta “perdedora, insatisfecha con su vida”, que “toca el alma diciendo barbaridades”.

Otro clásico de la dramaturgia española, y el texto más representado de un autor vivo español según la SGAE, es ¡Ay, Carmela!, de José Sanchis Sinisterra. José Luis Gómez, que acababa de dejar la dirección del Teatro Español y volvía a convertirse en su propio productor, fue el primero que lo montó y dirigió, estrenándolo el 5 de noviembre de 1987 en el Teatro Principal de Zaragoza, con él en el papel de Paulino y Verónica Forqué en el de Carmela. Consiguió un éxito inmediato, con giras internacionales que continuó Manuel Galiana.

Verónica Forqué volvió a representar la obra en 2007, a las órdenes de Miguel Narros y con Juan Diego como Paulino, después de haber grabado la función para el programa Estudio 1 de TVE junto a Santiago Ramos. Actualmente, Fernando Soto dirige una nueva versión, protagonizada por Cristina Medina y Santiago Molero, que está de gira por el país.

Adolfo Marsillach. A la derecha, Verónica Forqué y José Luis Gómez, en ¡Ay, Carmela¡, en Zaragoza, en 1987.

MÁS CUMPLEAÑOS

De gira está también el Ballet Nacional de España (BNE), que celebra su cuarenta cumpleaños convertido en embajador de nuestra cultura desde que se fundara en 1978, con Antonio Gades como primer director. El bailarín y coreógrafo Antonio Najarro lo dirige desde 2011, y él ha diseñado el programa especial que estrenan el 8 de diciembre en el Teatro de la Zarzuela con coreografías seleccionadas de las piezas más emblemáticas creadas por grandes figuras que han marcado la evolución de la danza española.

Su hermana menor, la actual Compañía Nacional de Danza, se creaba un año más tarde con el nombre de Ballet Clásico Nacional. Su primer director fue Víctor Ullate, y Nacho Duato estuvo a cargo de esta institución entre 1990 y 2010. El que fuera estrella del Ballet de la Ópera de París, José Carlos Martínez, la dirige desde 2011. Él firma la nueva coreografía de El cascanueces con la que sus bailarines festejan su próximo aniversario.

A la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC) aún le quedan ocho años para celebrar la cuarentena. Fue también Adolfo Marsillach quien la fundó en 1986 para “recuperar, preservar, producir y difundir el patrimonio teatral español anterior al siglo XX”. Helena Pimenta, su actual directora, cederá su puesto a un nuevo candidato el año que viene. De momento, acaba de estrenar El castigo sin venganza, de Lope de Vega, en el Teatro de la Comedia.

Por las producciones de la CNTC han pasado rostros tan conocidos como los de Javier Cámara, Juanjo Artero, Aitana Sánchez-Gijón, Pepón Nieto, José María Pou, Pepe Viyuela, Emilio Gutiérrez Caba o Blanca Portillo. Y a su abrigo se han formado actores como Joaquín Notario, Juan Gea, Adriana Ozores, Carmelo Gómez, Arturo Querejeta, Manuel Galiana, Israel Elejalde o Marcial Álvarez.

LOS INDEPENDIENTES

Antes que a ellos, Marsillach, acompañado de Miguel Narros, José Carlos Plaza y William Layton, ayudaron a formar a Julieta Serrano, Esperanza Roy, Ana Belén, Enriqueta Carballeira, Juan Luis Galiardo, Carlos Hipólito y un largo etcétera. Fue en el Teatro Estable Castellano (TEC), la primera compañía teatral española subvencionada por el Ministerio de Cultura. Creada en 1978 para sustituir al desaparecido TEI (Teatro Experimental Independiente), estuvo activa hasta 1980 y se caracterizó por su actitud vanguardista, tanto en lo estético como en lo político.

Esas vanguardias artísticas, patrimonio del teatro independiente, habían sido residuales durante la etapa franquista. Como explica Antonio Castro, cronista de la Villa de Madrid, se limitaba a “pequeñas compañías consentidas por el régimen, que no veía en ellas un peligro ideológico porque no tenían un público suficiente”. Pero el movimiento independiente eclosionó en la transición, centrando su actividad en universidades, colegios mayores, ateneos, casas de cultura y salones parroquiales, hasta que la apertura social y cultural puso fin a su trabajo.

En la precaria Sala Cadarso (en el número 18 de esa calle madrileña) actuaron desde 1976 a 1980 el Grupo Tábano, fundado por Enriqueta Carballeira, Alberto Alonso, Juan Margallo y José Luis Alonso de Santos; y numerosos colectivos procedentes de Argentina, Colombia y Venezuela, entre otros. La Villarroel barcelonesa surgió en 1972 en un intento de “crear un teatro cercano a la clase obrera”. Comediants, Dagoll Dagom, Tricicle y Teatro Fronterizo son sólo algunas de las compañías que pasaron por esta sala aún en funcionamiento, ahora en manos del Grupo Focus, y convertida en “ventana para la dramaturgia contemporánea, el teatro de autor vivo, y en especial, la autoría catalana”.

CENSURA Y POLITIZACIÓN

Así, en estas cuatro décadas constitucionales, los españoles hemos visto desaparecer teatros, resurgir alguno de sus cenizas, levantar otros de la nada, e incluso se ha vuelto a hacer teatro en lugares tan insospechados como un antiguo matadero, una portería, una peluquería, o la azotea de una nave.

En este sentido, Jesús Cimarro, productor teatral y actual presidente de la joven Academia de las Artes Escénicas (AAEE), destaca la creación de una “extensa red de salas públicas en provincias (unos 800), que se ha convertido en la columna vertebral del teatro que se hace en España”.

La contrapartida de tanta institución dependiente de la Administración es el “detrimento de la producción privada”, que –según Boadella– “no puede competir con las enormes rebajas de precio que éstas han hecho en las entradas”.

De hecho, pocas son las compañías que actualmente se atreven a ir a taquilla en las giras, pues se quejan de que “las cuentas no salen”. 

Por eso, Boadella critica el “inmenso error” cometido en nuestro país, al “inculcar la idea de que la cultura tiene que ser casi gratuita”. Eso ha provocado que los artistas se “autocensuren por cierto complejo de vasallaje” y no traten determinados temas para poder conseguir “la subvención de turno”, o trabajar en determinadas salas.

En su momento, Marsillach, José Luis Gómez y Nuria Espert dimitieron de sus cargos al frente del CDN por injerencias políticas. Y es que todos coinciden en denunciar lo perjudicial que esto es para el arte, y apuestan por “la independencia y la libertad”. 


Adiós a la revista, hola a Broadway

José Sacristán en El hombre de la Mancha, Teatro Lope de Vega. (Foto: Chicho)

La última revista musical que se vio en España fue Celeste no es un color. Protagonizada por Lina Morgan, se estrenó en noviembre de 1991 en el Teatro La Latina de Madrid y su caída de telón en diciembre de 1993 marcaba el final de una época. Los nuevos aires políticos y de libertad de la Transición, que identificaban este género con el pasado franquista y lo tildaban de casposo y machista, obligaron a ‘reciclarse’ a artistas como Concha Velasco o Paloma San Basilio. 

Concretamente, la madrileña se convirtió en protagonista de varios de los grandes títulos musicales de una nueva época que surgía en nuestro país siguiendo la estela de Broadway. Ahí están Evita (1980); El hombre de La Mancha (1997), junto a José Sacristán; o My fair lady (2001), por poner algún ejemplo. 

Otros títulos de éxito que han pasado por el llamado Broadway madrileño (la Gran Vía) y sus aledaños, son Los miserables (1992),  La bella y la bestia (1999), El fantasma de la Ópera (2002), Cabaret (2003), además de varios espectáculos ‘made in Spain’ en el llamado formato jukebox, como Hoy no me puedo levantar (2005).

Actualmente, Madrid, con nueve musicales de gran formato en cartel, se ha convertido en la tercera ciudad de Europa, tras Londres y Hamburgo, donde más dinero mueve la industria del musical y la primera del mundo en lengua castellana.

Gema Fernández González