jueves, noviembre 21, 2024
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    ESPECIAL NÚMERO 100

    Ruta Quetzal

    Soy uno de los privilegiados –porque es, en verdad, un privilegio– que ha hecho la Ruta Quetzal. Este año, por séptima vez consecutiva, he formado parte de la expedición. Una vez más, en mi condición de periodista, pero, después de tantos años, con un “algo más”, que no sé muy bien qué es, pero que me da el hecho de haber compartido con ellos aguaceros, sofocones, calamidades y fatigas. O sea, las cosas que de verdad unen.

    La Ruta Quetzal, y lo proclamo, es la idea más innovadora, integradora y brillante, en cuanto a juventud, cultura y aventura se refiere. Que trescientos cincuenta brillantes y esforzados ruteros (porque hay que esforzarse para ir, dado que se presentan miles) de 40 países –de Iberoamérica, de España y de Europa–, unidos por la lengua (el español es el idioma oficial), convivan durante casi dos meses en un duro viaje, aprendiendo sobre el terreno de la Historia, la naturaleza, las costumbres y la propia vida de las gentes; primero en un país del Nuevo Mundo y luego en un periplo por la Península Ibérica; ata más vínculos y abre más ojos que todas las conferencias y proclamas sobre amistad entre pueblos, solidaridad y tolerancia de todos los líderes políticos juntos.

    Dicen que la Ruta les cambia la vida. La propia, porque aprenden el valor de cosas que muchos de ellos, los europeos, tienen de sobra y en exceso; y porque aprenden a conocerse a ellos mismos y a los demás. Dicen –y han pasado ya por ella más de 7.000 en las diecinueve expediciones realizadas hasta el momento– que hay un antes y un después; y las relaciones que allí se crean se mantienen en el tiempo y en la distancia. Cada año, los encuentros de antiguos expedicionarios superan el millar de congregados y, por fortuna, la comunicación a través de Internet les permite seguir en contacto desde cualquier parte del mundo.

    Dicen que la Ruta les cambia la vida. La propia porque aprenden el valor de cosas que muchos de ellos, los europeos, tienen de sobra y en exceso, y por que aprenden a conocerse a ellos mismos y a los demás. Dicen, y han pasado ya por ella más de 7.000 en las diecinueve expediciones realizadas hasta el momento, que hay un antes y un después y las relaciones que allí se crean se mantienen en el tiempo y en la distancia

    Pero la Ruta tiene un problema. Bueno, tiene bastantes, pero esos son pequeñas cosas delante del esencial. Es española. Se le ocurrió a un español, Miguel de la Quadra Salcedo, aventurero y reportero con la mejor biografía de que pueda presumirse a sus espaldas, y la apoyo, con ímpetu y desde el primer momento, el Rey Juan Carlos. Y España es como es y no tiene vuelta y una de sus más reconocidas características es el desprecio por lo propio, la ignorancia de sus obras y virtudes y su paleto asombro ante cualquier memez que venga de fuera. O sea, que la Ruta Quetzal transita, cierto que con el apoyo trascendental del BBVA, como buenamente puede y sorteando cada año más dificultades que las que han de vencer los expedicionarios en sus largas caminatas. 

    Si esta iniciativa hubiera tenido lugar en un país anglosajón, su importancia sería una y mil veces destacada. A su alrededor se concitarían todo tipo de recursos y apoyos y tendría un reconocimiento absoluto y generalizado. Que aun así no le falta, pues, con sus propias fuerzas y algunos buenos amigos, en especial escritores y comunicadores, pero sobre todo por el boca a boca de quienes la han disfrutado y de sus familiares, su imagen ha ido creciendo hasta alcanzar cierta categoría de leyenda. La he sentido, así como la simpatía de las gentes al distinguir en alguna camisa su símbolo, el hermoso pájaro de los trópicos iberoamericanos del que ha tomado prestado el nombre.

    Sin embargo, es necesario algo más que calor popular y simpatía. Hace falta que la Administración se involucre y apoye de verdad y no solo con palabras. Porque, año tras año, a la hora de arrimar el hombro siempre están los mismos mientras que ellos se quedan para los discursos y las prédicas cuando de lo que se trata es de trigo. Menos mal que el granero de la Ruta, su mejor capital, el humano, sigue estando a rebosar. 

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    Revista nº22

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