Parece que de repente se extiende la necesidad de la divulgación de la ópera en todo lugar, pero desde luego así parece en nuestro país. Se han propuesto, afortunadamente, que la ópera deje de ser definitivamente un espectáculo para deleite de las élites.


Para conseguir este propósito, se utilizan todos los medios de divulgación posibles aprovechando las más avanzadas tecnologías y medios de difusión. Sin embargo, uno de los mayores aciertos en este campo es utilizar ciertas salas de cine para ofrecer ópera no grabada y retransmitida a posteriori sino en vivo y en directo como si estuviéramos asistiendo a la representación in situ.

Pues bien, no solo es un éxito sino una apuesta absolutamente recomendable para todo el que se quiera arrimar al conocimiento del mundo de la ópera. Tiene la ventaja de que está admirablemente realizada, que está perfectamente explicada y desentrañada por sus protagonistas, cuenta con una admirable acústica y una pantalla gigante capaz de abarcar lo que otras veces no se puede ver en la rigidez de unas butacas del teatro.

Esto viene a cuento porque hace un mes y pico aproximadamente fui alertado de que las salas de Cinesa iban a transmitir en directo desde el Covent Garden de Londres (Royal opera House) la ópera de Verdi La Forza del destino y que se esperaba función de campanillas. En efecto, bajo la batuta de Antonio Pappano, con un trío de intérpretes de excepción, Anna Netrebko, Jonas Kauffman y Ludovic Tezier y con dirección de escena que se aventuraba semitradicional se iba a obrar el milagro de subir a las tablas una obra que si no es por la calidad de todos los intérpretes corría el riesgo de ser abucheada dadas las difíciles exigencias de la partitura. La obra es larga, pero desde el primer instante nos captó un interés que no nos abandonó a lo largo de toda la representación.

“Utilizar ciertas salas de cine para ofrecer ópera no grabada no solo es un éxito sino una apuesta absolutamente recomendable”

En primer lugar, Pappano que antes del comienzo y durante los entreactos nos dio una lección de interpretación mediante fragmentos que iba tocando sobre el piano y de entresacar las entrañas de la orquesta no solo cuando acompaña a las voces, llevó el discurso sin desmayo pero sin apretar ni emborronar con prisas los diferentes concertantes.

Teniendo esa seguridad pudieron brillar las voces. La Netrebko, aunque ha perdido el esmalte y la facilidad de antes, se mostró espléndida utilizando la técnica para salir airosa de ciertos momentos, pero triunfó en toda regla. Kauffman, el tenor prodigioso de la actualidad, se atrevió con la partitura verdiana, -que no es frecuentemente lo suyo- y supo combinar su maravilloso timbre con los necesarios toques despinto con una dicción, fraseo y empaste (especialmente en su dúo con el barítono) que lo sitúan en tenor versátil y total la mayoría de las veces. De todas maneras anduvo con especial cuidado de su voz y hace muy bien. Después Ludovic Tezier fue el auténtico triunfador de la noche. Su imponente voz baritonal de rol, segurísimo en los ataques en todo el registro le hicieron coronarse como favorito en el fervor del entendido público que aplaudió a rabiar y se encontraba ensimismado y atónito de asistir a una noche excepcional de ópera como la de aquel día. No puedo dejar de referirme al elenco de magníficos comprimarios que rodearon a los personajes, en especial el padre prior y el hermano portero del convento, bajos cantante y bufo respectivamente que dieron gran altura a la representación sin desmerecer un ápice. No así la mezzo en el papel de Preciosilla, con poca voz, carente de estilo y más preocupada de sobreactuar que de cumplir su cometido. Eminente en su corto papel, el Marqués de Vargas y compactado el coro la mayoría de las ocasiones, mejor el de los frailes en su precioso acompañamiento a la soprano en el convento. Ya no hablo de la escena por ser un tema al que veo difícil solución. Ya me conformo con que la cosa no sea deforme.

En resumen, acierto total que cualquiera puede asegurarse por la módica cantidad de veinte euros, acomodado sin prisas en magníficas butacas de cine con facilidad para salir al aire libre si se quiere en los entreactos y con la certeza de una espléndida realización hablando en términos de fabricar cine sobre el teatro.

CONCIERTOS

Ahora voy a la miscelánea. Me acusan con cariño algunos lectores aficionados a la música clásica y llevan toda la razón de que mis artículos los dedico en su mayoría al mundo de la ópera abandonando el del concierto.

Para ellos voy a hacerles un leve repaso de los conciertos, y alguno me dejaré porque he perdido los programas de mano de alguno de ellos a los que he podido asistir esta temporada que todavía no se ha cerrado.

William Christie.

Por su especial importancia -aunque es una pena que su anuncio pasase tan desapercibido- acudí a la única representación de la Pasión según San Juan de Bach a cargo de les Arts Florissants con William Christie a la cabeza. ¿Qué puedo decir? Fuera de serie en todos los órdenes, dirección, instrumentistas, coro no especialmente nutrido que aparentaba ser el orfeón donostiarra un punto más bajo de frecuencia, solistas de ese ensemble, magníficos evangelista, Jesucristo, tenor y bajo de arias, soprano y contralto empastados todos a la perfección, encendieron la sala con calurosísimo e interminable aplauso. Para la temporada de lbermusica presencié sendos conciertos, uno de la sinfónica de Londres con Juanjo Mena y Javier Perianes al piano con los conciertos segundo, tercero y cuarto para piano de Beethoven en una misma sesión con óptimo resultado de ambos intérpretes. La orquesta, seria y atenta pero como si estuviese mareada de pasar por diversos mundos a un mismo tiempo.

Perianes se mostró excelente en el segundo, cauto en el tercero y audaz pero no profundo en el dificilísimo cuarto concierto, no porque entrañe una especial dificultad técnica, que también, sino por la captación del espíritu beethoveniano que rebosa y que a poco que te muevas se deja escapar. Para ese mismo ciclo escuché a la Orquesta de Cadaqués bajo la dirección de David Robertson con un estreno de Giménez Comas -sin ninguna novedad y escaso interés,- el concierto de Tchaikovsky número uno para piano interpretado por un jovencísimo pianista (Dimitri Masleev) que no llega a los veinte años y que con gran facilidad y arte lo despachó creando la estupefacción que producen los intérpretes jóvenes ante partituras complejas. Siguió la sinfonía número 7 de las de Dvorak sin pena ni gloria pero con el agrado de su audición. Después dos recitales de piano a los que me voy a referir. Voy a prescindir del de Volados y del de Pollini porque me quedan lejanos y no quiero dar muestras de fake news. Si lo voy a hacer con la gran dama francesa del piano Anne Queffelec y con el de Javier Perianes ya que estamos con él.

“Perianes es hoy un ejemplo paradigmático. Su recital fue de sobresaliente yendo de menos a más con la cumbre de la farruca de la danza del molinero, que derivó en apoteósico triunfo”

La pianista francesa propuso un programa bello y didáctico a la par. Todo su recital se basó en convencernos de que Chapín podía pasar por ser un músico francés si mirábamos en su interior. Pudo lograrlo pues pasó por una serie de compositores del dieciocho con pequeñas piezas de cada uno (Bach, Marcello, Vivaldi, Scarlatti, Haendel) entre las que intercalaba una obra de Chopin para hacernos notar que los esquemas participaban de muchísimos toques de igual calibre y estructura. En la segunda parte dio un paso más y saltó a Debussy (Reflejos en el agua y claro de luna) para entroncarlos directamente con la berceuse de Chopin en re bemol mayor al igual que su fantasía impromptu en sostenido menor y en efecto nos parecieron como dos gotas de agua. Finalizó con una sonata de Mozart que si nos fijamos es una de las más impregnadas del espíritu italiano de la época. Todo ello fue interpretado con más que absoluto dominio del estilo adecuado a cada compositor elevándose de categoría ante la sonata de Mozart, que dominó como de si tratase de cosa trillada, cuando es sabido que la precisión y las anotaciones de Mozart en sus partituras son las que fabrican su maravilloso sonido aunque estén envueltas en semejante corsé.

APOTEÓSICO TRIUNFO

Anne Queffelec.
Javier Perianes.

Para finalizar haré un comentario al magnífico recital que Javier Perianes ofreció en Madrid el día 11 de abril y que se componía de dos partes: la primera dedicada íntegramente a Chopin y la segunda a Debussy y a Manuel de Falla. Del primero se escucharon dos nocturnos y la sonata número 3 en si menor. Ni qué decir tiene que Perianes tiene una apariencia totalmente contraria a los pentagramas de Chopin para los que se necesita salir a luchar contra un miura. Sin embargo, sus dedos son de acero y sus ataques son perfectos a la par que puede cantar las melodías sin la menor afectación. Pero donde se lució fue en la segunda parte donde la raza salió a flote en todo su esplendor en las estampas de Debussy, elegantes y muy bien planeadas como introducción a las peliagudas piezas de Falla. Cuatro piezas españolas y para rematar El sombrero de tres picos. En esto digo siempre que la música española la interpretan magníficamente bien los ‘pianistas españoles al igual que cierta música francesa solo la tocan bien los franceses’ porque hay algo en ambas de índole racial que cuando traspasas fronteras ningún otro pueblo se debe ni se sabe meter en ellas. Y tan cierto es que escasos intérpretes lo han conseguido. Sencillamente tocan otras cosas. Pues bien, no quiero presumir de intérprete español pero Perianes es hoy un ejemplo paradigmático. Su recital fue de sobresaliente yendo de menos a más con la cumbre de la farruca de la danza del molinero, que derivó en apoteósico triunfo y emotivo aplauso de un público que se resistió a abandonar la sala. Estamos de enhorabuena. 

P.D. En el próximo número de la revista comentaré la nueva temporada, cosa que no hago ahora por su extensión y no fatigar con datos al lector. Pero permítaseme dos breves referencias más de ópera. Se ha representado ldomeneo de Mozart en el Real y creo que se ha perdido una buena ocasión de ponerla en su punto. La decoración arruinó la música y la mediocridad alta de los intérpretes no pudo salvarla a pesar de la batuta de lvor Bolton. Lo que sí ha estado fuera de todo lo visto han sido las representaciones de Dido y Eneas de Purcell que rondaron lo magistral por la magnífica puesta en escena en base al ballet de la alemana Sasha Waltz y la Akademie alte Musik de Berlín. Bravo por el teatro. Cuando se traiga algo de fuera que sea por favor como esas funciones, irrepetible.

Javier Navarro