“Debemos aprender a mimar y cuidar la cultura. Porque un país sin cultura no tiene nada, no tiene identidad”


Tras algún que otro fracaso empresarial anterior, Lolita Flores ha aprendido a invertir su dinero en lo que le gusta y sabe hacer. Por eso, “orgullosa de ser una titiritera, una cómica”, se ha lanzado de cabeza a montar una productora teatral, Lerele Producciones, que se ha estrenado este verano en el Patio del Galileo, en Madrid, con la comedia Llévame hasta el cielo. Su objetivo no es hacerse rica, se conforma con no arruinarse y que sus producciones sirvan para dar trabajo al sector y dejen satisfecho al público.


Con la que está cayendo, ¿qué la decidió a montar una productora teatral?

El aburrimiento, la incertidumbre, la soledad… Sólo quería trabajar, porque soy una mujer muy activa por naturaleza y no me quedo quieta ni cuando duermo. Trabajo desde los 17 años en esta profesión, y es lo que quiero seguir haciendo hasta que me muera, pero muchas veces el trabajo no llama a tu puerta. Así que, hay que hacer cosas y reinventarse; poner de nuestra parte para generar trabajo y dar de comer a la cultura y a los que en ella trabajamos. Y montar una productora hoy en día no vale tanto. Simplemente es tener ganas y tirar de ahorros.

¿Qué la atrajo de Llévame hasta el cielo para elegir este título como carta de presentación de esta empresa?

Nacho Llorente (el autor) es un amigo al que conozco desde hace tiempo, y hace 2 ó 3 años me mandó el libreto, que surgió de conversaciones informales en torno a una mesa, cenando o comiendo. Él dice que lo escribió para Luis Mottola y para mí, aunque no sabe si consciente o inconscientemente, y me gustó porque es una historia diferente. Así que le prometí que lo llevaría adelante cuando pudiera. Y éste era el momento ideal, porque los protagonistas están encerrados en un ascensor, como hemos estado encerrados todos durante varios meses, y son dos personajes que se encuentran con sus soledades y sus miserias. Es una comedia que te llega al corazón y te mantiene la sonrisa perenne, porque mantiene viva la esperanza de que siempre hay alguien que te tiende la mano para ayudar a levantarte.

 Es su tercer trabajo con Luis Mottola, ¿cuándo surge esa química escénica?

Nos conocimos gracias a la obra Prefiero que seamos amigos y allí surgió esa complicidad. Es un compañero muy generoso y un buenísimo actor, que me conoce muy bien y me da seguridad, y eso es muy importante sobre el escenario, porque es ahí donde te muestras más desnudo.

En este proyecto también han colaborado otros familiares y amigos…

Mi hijo (Guillermo Furiase) ha compuesto la banda sonora, y mi hija (Elena Furiase) ha prestado su voz para un off que aparece en una parte de la función. Y hay mucha más gente que me quiere y me ha ayudado a sacar esto adelante con muchas ganas y desinterés, y no tengo palabras suficientes para agradecérselo. Todo se ha hecho con muchísimo amor y cariño. Creo que el cielo ha conspirado para que esto se llevara a cabo. 

Y ahora que se ha lanzado a la producción, ¿se atrevería con la dirección?

De momento, vamos a dejarlo así, que todo esto ya me trae de cabeza. Tengo bastante con actuar y producir teatro siempre que pueda. 

¿Con qué estaba cuando se declaró el estado de alarma y qué ha ocurrido con esos proyectos?

Estaba de gira con La fuerza del cariño, donde también comparto escenario con Mottola, y ésta se paró en seco. En septiembre la hemos retomado de nuevo y hasta el 25 de octubre está previsto que estemos en Barcelona, para seguir con una extensa gira en 2021, si la pandemia lo permite. 

Además, tengo pendiente la grabación de las últimas galas de Tu Cara Me Suena 8, y las dos semifinales y la final, que Gestmusic quiere emitir en directo, para lo que necesita público en el plató, por lo que está esperando a que las medidas de seguridad por la COVID-19 se lo permitan.

Pero es que el coronavirus nos ha parado los pies a todos. Y yo me considero afortunada, porque hay personas que han tenido que cerrar sus negocios y mucha gente de mi profesión se ha quedado en el paro y lo está pasando muy mal. Ojalá yo pudiera darles trabajo a todos, pero no sólo a actores, también a los taquilleros, acomodadores, técnicos… a toda esa gente que está detrás de un escenario y que también se ha quedado sin un jornal.

“Hacer teatro es un desafío enorme, una prueba durísima cada día, pero me someto a ella con gozo, porque disfruto mucho cuando veo que el público también lo hace”

¿Cómo llevó el confinamiento?

Muy mal. Para mí ha sido un auténtico caos, una pesadilla, y reconozco que leer mensajes de ánimo me daba mucho coraje. Si no llego a estar pensando en llevar esto adelante, me hubiese tirado por la ventana, porque no soportaba estar encerrada, sin hacer nada ni ver a mi familia, y porque la incertidumbre me genera mucha impotencia y ansiedad, y no lo soporto…

En los últimos años ha encadenado un proyecto escénico tras otro, ¿qué le da el teatro?

De un tiempo a esta parte, es lo más importante que tengo en la profesión. Hacer teatro es un desafío enorme, una prueba durísima cada día, pero me someto a ella con gozo. Disfruto mucho sobre el escenario cuando veo que el público también lo hace. No he abandonado la música y sigo haciendo televisión, pero no me ofrecen lo que me da el teatro, esa cercanía con el público, ese calor.

¿Qué siente al pisar las tablas?

Antes de una función siempre estoy nerviosa, es inevitable. Pero, cuando doy el primer paso en el escenario, los nervios se van y queda el texto y lo que hemos ensayado. Así que, me relajo y entro en el personaje.

¿Tiene algún ritual, manía o fobia antes de salir a escena?

Le rezo a los míos, a los que tengo arriba, que sé que me escuchan y me velan: mi madre, mi padre y mi hermano Antonio.

Ha hecho comedia, drama, musical, y hasta se ha atrevido con un unipersonal como La plaza del diamante, ¿qué reto le gustaría enfrentar sobre un escenario?

No quiero hablar de personajes, porque se podría gafar. Pero me gustaría hacer teatro con las mujeres de mi familia. ¿Qué obra? No lo sé. Pero ahí lo dejo.

¿Añora el cine?

Sí, pero habría que preguntar a la gente del cine por qué no me llama para nuevos proyectos…

El año pasado recogió la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes, ¿qué supone para usted este reconocimiento?

Me costó creérmelo, y aún me sorprende y emociona cuando me lo preguntan. Estoy agradecida y siento un orgullo indescriptible, porque me la entregaron los Reyes y porque yo pinto, yo escribo, yo actúo… Muchas de las “bellas artes” están en mi ADN y en mi familia todos somos artistas, así que también es un reconocimiento a toda mi estirpe, incluidos esos ángeles que me acompañan día a día desde el cielo.

No obstante, no olvido la responsabilidad y autoexigencia que supone que te entreguen un reconocimiento como éste, así que, seguiré trabajando y disfrutando con lo que hago, como hasta ahora.

Ha dicho que escribe, ¿se plantearía escribir una función de teatro?

No lo sé… De momento no, porque tengo mucho en mi cabeza y no da pa más, aunque no lo descarto en un futuro.

¿Y cómo ve el futuro de las artes escénicas?

Pese a lo que ha pasado, hay que seguir pa’lante. No podemos perder la esperanza, pero también tenemos que poner de nuestra parte para que la cultura no se deje morir. Hay que hacer más por la cultura. Debemos aprender a mimarla y cuidarla, porque un país sin cultura no tiene nada, no tiene identidad.


ARTE EN VENA

Han pasado más de cuarenta años desde que se subiera por primera vez a un escenario para cantar con su padre en una aldea gallega, pero sigue conservando la misma ilusión, las mismas ganas y el mismo respeto por el público que entonces tenía.

Y es que “de casta le viene al galgo”, y Lolita Flores, hija de La Faraona y El Pescaílla, aprendió desde niña que en el escenario hay que “dejarse el alma”.

Cantante, actriz y presentadora de televisión, acumula una veintena de discos, diez películas y varias series. Y pese a que ganó un Goya en 2002 por Rencor, se queja de que hace tiempo que no la llaman para hacer cine. 

No ocurre lo mismo con el teatro. Aunque fue la vocación más tardía de su extensa carrera profesional, hace años que no se baja del escenario. 

Se estrenó en 2005 con un Premio Pulitzer, Ana en el trópico, del cubano Nilo Cruz, para convertirse después en la alcahueta que ayuda al tenorio a conquistar a Inés en el Don Juan en Alcalá de 2010. 

Estuvo un par de años haciéndonos reír con los problemas de la menopausia gracias a Sofocos y Más sofocos, de Juan Luis Iborra. Y en 2015 se estrenó en el Festival de Mérida, uno de los “grandes templos teatrales” de nuestro país, con La asamblea de las mujeres, dirigida por Juan Echanove.

A Mérida volvió en 2018 con una imponente Fedra dirigida por Luis Luque. Pero antes se había enfrentado al reto de dar vida sobre un escenario a La Colometa en la versión teatral de la novela de Mercè Rodoreda La Plaza del Diamante. 

Con Llévame hasta el cielo, montaje que compagina con la gira de La fuerza del cariño, suma ya una decena de trabajos escénicos.

Gema Fernández González