“No me gustan las fronteras artísticas e intento borrarlas. Intento ser transversal e inclusiva”
Artista inclasificable, tiende a hacer trizas los convencionalismos y lleva por bandera la transdisciplinariedad. Danza, performance, instalaciones, artes visuales… forman parte de un trabajo que se resiste a cualquier clasificación y que lleva paseando desde hace más de tres décadas por escenarios, museos y galerías de arte de todo el mundo.
María José Ribot, más conocida como La Ribot, vive por y para el arte. Su carrera, que inició en la España de los ochenta, continuó en Londres y desde 2004 desarrolla en Ginebra, ha sido distinguida con los principales galardones artísticos de nuestro país. Obtuvo el Premio Nacional de Danza en el año 2000 y la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes quince años después. Pero su labor artística, que para muchos ha hecho saltar por los aires los cánones, también ha sido reconocida a nivel internacional con el Gran Premio Suizo de Danza, en 2019 y, más recientemente, con el León de Oro de Danza de la Bienal de Venecia.
Acaba de recoger el León de Oro en la Bienal de Venecia de Danza. ¿Qué significa este premio para usted?
Cuando recibí la noticia, a través de un email de la directora del certamen, me emocionó muchísimo. Me siento muy honrada por este reconocimiento, más teniendo en cuenta que mi trabajo es más bien experimental, y nunca imaginé que una institución como ésta pudiera valorarlo.
Marie Chouinard, la responsable de danza de esta bienal la ha definido como “una artista total”, y son muchos los que hablan de “artista inclasificable”, pero ¿cómo se definiría usted?
Es difícil meterme dentro de una categoría concreta. Digamos que no soy una artista de grandísimos públicos, sino una artista contemporánea, que maneja varias disciplinas. No me gustan las fronteras artísticas e intento borrarlas. Intento ser transversal e inclusiva. A medida que voy aprendiendo cosas nuevas, las incluyo en mis trabajos, en mi práctica artística. Soy completamente indisciplinada.
Aunque su carrera ha ido por otros derroteros, se formó como bailarina clásica, ¿qué la hizo cambiar?
El ballet clásico me ha enseñado muchísimas cosas, como el dolor y el sacrificio asumido, que aplico en lo que hago y se refleja en la experiencia de mi cuerpo, en el valor que le doy al gesto, a la concentración, a la disciplina. Pero la dictadura de la forma en el ballet no me interesa, ni tampoco sus argumentos. Prefiero los valores contemporáneos.
Se mueve con soltura entre varios mundos, no se ha limitado a un solo género, ni se ha conformado con un solo soporte. ¿Qué le gustaría probar o incluir en sus próximas creaciones que aún no haya hecho?
Me quedan miles de cosas por hacer, creo que aún tengo un enorme recorrido artístico. Ahora, por ejemplo, estoy escribiendo el guion de una película de ficción, porque creo que es la mejor forma de contar una idea que he tenido. Y así funciono con todo lo que hago: intento buscar la forma más adecuada para contar lo que quiero, ya sea en vivo, o en vídeo, con lenguajes más dancísticos, más teatrales, o más plásticos. El proceso es totalmente empírico, y cuando no sé hacer algo, pido la colaboración de quien sí sabe.
¿Y dónde encuentra la inspiración para sus creaciones?
El arte es lo que más me inspira, me fijo mucho en otros artistas. Pero también hay temas políticos y sociales más actuales que me sacuden y me hacen reflexionar desde el arte, como las fronteras, ya sean las que ponemos a la migración, o las que colocamos entre disciplinas artísticas. A mí me interesa servir de unión, tejer entre unas cosas y otras para crear vías de comunicación.
La pandemia, las restricciones de movilidad, los confinamientos y la actual situación de crisis que vivimos, ¿han despertado su vena creativa?
En absoluto. Me han dejado el corazón helado y me han calado hasta los huesos de una forma muy tóxica. Me parece un desastre global a todos los niveles y me ha perturbado profundamente. Pero tenemos que seguir con nuestras vidas, y yo he intentado mantener mi compañía, aunque se me han anulado muchas actuaciones. Habíamos conseguido organizar una gira muy compacta, centrada en primavera, con más de una treintena de actuaciones por todo el mundo, pero todo se ha caído. Milagrosamente, este verano hemos podido trabajar en El Grec, y en los Teatros del Canal de Madrid. Porque ha habido gestos e intentos por parte de los agentes culturales de hacer cosas, pero esto ha sido un desastre para el mundo artístico.
Además, creo que lo que está pasando (la manipulación de la información que se ha hecho, el confinamiento) nos ha distraído de otras cosas, y están resurgiendo fascismos y nacionalismos.
¿Cuándo supo que lo suyo era bailar?
Creo que siempre he querido bailar; no tengo memoria de que no haya sido así en algún momento de mi vida. Ya bailaba de pequeña para mis padres y hermanos. De hecho, con tres-cuatro años decía que quería ser gitana, porque veía bailar a las flamencas y pensaba que ésa era la profesión equivalente a la de bailarina.
¿Qué siente cuando se expone frente al público? ¿Ha tenido miedo alguna vez?
Llevo 35 años en escena. Es muchísimo tiempo y siempre me ha parecido natural exponerme ante el público; para mí es como hablar. Cuando salgo a escena experimento un momento de de concentración extrema, de comunión total, en el que todo mi ser y mis pensamientos están en armonía. Y eso es una experiencia cósmica.
“El cuerpo es el territorio más sublime, más divertido, extenso y emocionante del mundo”
La madurez profesional y personal ¿han cambiado su manera de enfrentar los proyectos?
Al principio estaba más centrada en lo coreográfico y el cuerpo, pero mi territorio se ha ido expandiendo, me han movido otras disciplinas además de la danza, y me he expresado con artes plásticas, el cine… Ahora soy menos formal, menos disciplinaria y estricta, y capaz de hacer más cosas y mejor.
“Nadie sabe lo que puede un cuerpo”, dijo Spinoza. Siendo el suyo su principal herramienta de trabajo, ¿le gusta ponerlo a prueba, buscar sus límites?
El cuerpo es el territorio más sublime, más divertido, más extenso y emocionante del mundo, y casi todo mi trabajo pasa por él. Es algo fundamental y procuro cuidarlo. Y ahora que me he hecho mayor soy consciente de que no puedo hacer las cosas como las hacía antes. Aunque, como Spinoza, también creo que somos capaces de adaptarnos a cualquier cosa.
Es un referente internacional de las llamadas “artes en vivo”, pero ¿quiénes son sus referentes?
Han sido muchísimos y de muy diversas disciplinas. Están, por ejemplo, Loie Fuller, Buster Keaton, Pina Bausch, Marcel Duchamp, Piero Manzoni, Chantal Akerman… Como ves, hay bailarines, artistas, cineastas… y de todos he aprendido algo.
Su trabajo ha sido reconocido en España con los principales galardones en danza; sin embargo, lleva décadas viviendo fuera del país, ¿a qué se debe?
Me fui a Londres en el año 97 porque nunca pensé que aquí podría desarrollar mis Piezas distinguidas, pues se alejaban mucho de lo que se consideraba danza. En Inglaterra no me cuestionaron y eso me permitió desarrollarme como quería. Y a Ginebra llegué después por motivos sentimentales, y aquí me han acogido con tanto cariño que, de momento, no me planteo marcharme.
En su opinión, ¿qué debería cambiar en este país para que gente como usted no tenga que salir de España?
Entender que el Estado debe proteger y ayudar a la cultura, porque es un bien necesario, como la educación o la sanidad. El talento hay que apoyarlo y fomentarlo.
Alguien tan inquieto como usted, ¿qué hace cuando tiene tiempo libre?
Ahora que no puedo salir, aprovecho para leer y ver pelis, pero lo que en realidad me gusta es estar con amigos, ir al teatro, al cine y a ver exposiciones, cosas de las que la pandemia me ha privado. Pero lo que no me ha impedido es bailar, algo que sigo haciendo cada día en mi casa, porque creo que un día sin bailar es un día perdido.
Como amante del arte en general, ¿alguna obra (literaria, pictórica, escultórica, de teatro, una pieza de danza…)la ha vuelto del revés?
El arte me remueve, me hace cuestionarme cosas continuamente. Por eso me gusta tanto.
UN PROYECTO DE VIDA
TODO COMENZÓ CON UNA SARDINA MUERTA, tirada en la calle. Corría el año 1993 y La Ribot, inspirada por esta imagen, compuso Muriéndose la sirena, su primera Pieza distinguida, y el principio de su “proyecto de vida”, con el que se propuso crear una nueva escritura coreográfica, que cuestiona los límites espaciales, temporales y conceptuales de la danza. Eso la ha convertido en una figura destacada de la danza actual.
Desde entonces, ha estrenado 54 de estas “piezas que no superan los diez minutos” y que al principio llegó a vender a coleccionistas, convertidos en “propietarios distinguidos”.
Cuando el pasado octubre recogió el premio de la Bienal de Venecia, Marie Chouinard, responsable de danza del evento, la definió como “gran señora extravagante del arte contemporáneo”, cuya “obra, rigurosa y radical, critica y se ríe de la metamorfosis, la hibridación, el absurdo y la libertad” con un humor que “primero despelleja y luego libera el pensamiento libre”.
Gema Fernández González