En el mundo existen (al menos eso se asegura) 7.000 lenguas. Una verdadera torre de Babel en la que el español ocupa el segundo lugar después del chino mandarín por número de personas que lo tienen como lengua materna y el cuarto como idioma más poderoso, según datos del Instituto Cervantes. En esta clasificación está detrás del inglés y, ligeramente, del chino y del francés.
El español es el idioma oficial de 21 países y es utilizado con cierto grado de dominio por 595 millones de personas (en torno al 7,5% de la población mundial). De esos casi 600 millones, cerca de 500 lo tienen como lengua de cuna; el resto lo manejan, pero con alguna precariedad.
Estos datos dan al español un potencial enorme en todos los ámbitos y permiten afirmar que “es el producto más internacional de España y de todos los países que lo tienen como lengua propia”, tomando las palabras del profesor José Luis García Delgado, coordinador de la obra El español, lengua internacional: proyección y economía (Civitas, Universidad Nebrija y Thomson Reuters). Lo es por el número de hablantes y, sobre todo, por ser un activo de gran valor económico que rebasa las fronteras nacionales por la internacionalización de la cultura y de las empresas y, si el inglés es la lengua sajona universalizada, el español es la lengua románica universalizable por su potencial de crecimiento, sobre todo en Estados Unidos, donde se prevé que el 27,5% de sus habitantes sean de origen hispano en 2060.
¿Qué peso tiene en términos de renta y empleo?, ¿qué compensación salarial extra tiene su dominio?, ¿cuáles son sus efectos en los intercambios comerciales y financieros?, ¿qué peso tiene en la ciencia y la tecnología?
Los datos dan al español un potencial enorme en todos los ámbitos y permiten afirmar que “es el producto más internacional de España y de todos los países que lo tienen como lengua propia”, tomando las palabras del profesor José Luis García Delgado
Los expertos parten, para medirlo, de la triple función que cumple como materia prima, medio de comunicación compartido y seña de identidad colectiva. Además, según la obra citada, existen cinco rúbricas que sintetizan las características esenciales de una lengua como bien económico: no se agota nunca con su uso ni puede depreciarse como ocurre con otros bienes; vale más cuanto más se consume (el valor de pertenecer a un grupo lingüístico aumenta con el tamaño y sin problemas de congestión); no es apropiable en exclusividad y no puede ser objeto de adquisición; no tiene coste de producción, y es un bien con coste de acceso único (una vez conocido un idioma puede usarse cuantas veces se quiera sin incurrir en nuevos costes).
El valor se mide en tres dimensiones: peso, premio y palanca. Por el lado del peso, el 7,5% de la población mundial que habla el español tiene una capacidad de compra en torno al 10% del PIB mundial. En España, aporta el 16% del valor del PIB y del empleo, porcentaje que presumiblemente es similar en las mayores economías de Latinoamérica, donde las industrias culturales (edición, audiovisual, música…) suponen alrededor del 3% del PIB.
En cuanto al concepto premio, España lo recibe como país receptor de inmigrantes para los que no existe la barrera de entrada por el idioma (hubo un intenso caudal entre 1995 y 2008 y lo vuelve a haber en la década actual). Y el efecto palanca se refleja en la multiplicación de intercambios comerciales y flujos de inversión. Según los datos esgrimidos, el español multiplica por cuatro los intercambios comerciales entre países hispanohablantes y por siete los flujos bilaterales de inversión directa exterior (IDE).
Se puede afirmar que la lengua común equivale a una moneda única. Pero no vale la autocomplacencia. Existen retos ineludibles: alcanzar el estatus de reconocimiento de su condición de lengua de comunicación internacional en foros y organismos multilaterales (es el tercero más usado en la ONU y el cuarto en la UE); ser lengua efectiva de comunicación científica, una asignatura pendiente difícil de aprobar (el 4,4% de la producción científica tiene su origen en un país hispanohablante); elevar la presencia y calidad en la era digital y el ámbito de la inteligencia artificial, (ello exige investigación, músculo industrial, formación y habilidades); evitar la pérdida de competencias lingüísticas de los emigrantes hispanos en Estados Unidos (en 2060 será el segundo país con más hablantes de español tras México), y, por último, actuar en los países que tienen el español como lengua materna.
En definitiva, “el buen producto que es el español solo ganará posiciones en el mercado global si las economías que lo sustentan se hacen más competitivas y ganan calidad las democracias que lo hablan”, según García Delgado.
Miguel Ángel Noceda