Juan Carlos Campo, ministro de Justicia.

Un año más debo agradecer al Colegio de Registradores su invitación. Una invitación que sé que es sincera a participar en la entrega del Premio Gumersindo de Azcárate, esta vez ya en su XI edición. 

Debo iniciar mi intervención con una confesión. Literalmente uno se queda sin palabras cuando le toca intervenir a continuación del bueno de Álex Grijelmo, un maestro de las palabras y un gran defensor de nuestra lengua. Pero intentaré en la medida de mis posibilidades trasladaros algunas reflexiones y espero estar a la altura del evento.

El mundo de los premios está lleno de matices. Hay ocasiones en las que un premio es merecido por el galardonado, otras que la institución que lo concede se reviste de prestigio por su concesión, y otras en que el público observa con complacencia el reconocimiento a alguien que merece su afecto. 

En esta ocasión, y estoy seguro de acertar, confluyen los tres motivos. Los méritos de Álex Grijelmo son incuestionables, la institución por su parte tiene plena conciencia del acierto de dicha elección y, añadiré otra cosa, sabe que el espíritu de Azcárate, ese hombre moderno y comprometido con su tiempo, tiene un encaje perfecto con la persona a la que hoy reconocemos. Hay mucho feeling, que diríamos modernamente. Y la tercera coincidencia, que no me la he dejado en el tintero, es la satisfacción de la ciudadanía, de nuestra gente. Quién no ha disfrutado con las intervenciones de Álex en Radio Nacional de España en No es un día cualquiera, o con sus artículos de El País, o con sus ensayos amenos, didácticos y, sobre todo, clarificadores. Ese público lector y escuchante, que diría Pepa Fernández, ha entendido perfectamente la labor divulgativa de Grijelmo.

“En los magníficos trabajos donde Grijelmo desafía nuestra conciencia, además de un uso espléndido del lenguaje, encontramos eso que casi siempre se vislumbra en las personas brillantes, su capacidad para llevarnos desde un análisis aparentemente sencillo de una palabra o una expresión, hasta una reflexión más profunda sobre la sociedad, la justicia social o nuestros derechos”

Vivimos unos tiempos complejos, que me lo digan a mí, en los que la palabra juega un papel clave, y no solo la palabra, también el relato. Ambos pueden construir o destruir, generar entendimiento o incomprensión, hacer pedagogía para una sociedad democrática o fomentar comportamientos antidemocráticos. En fin, somos sujetos, como bien decía Álex hace un momento, definidos por las palabras. No hay neutralidad porque hay intención, hay siglos de cultura detrás y hay estructuras, querido Álex, hay estructuras de poder por encima. Y por eso, contar con personas como Álex Grijelmo, es tan importante. 

En los magníficos trabajos donde Grijelmo desafía nuestra conciencia, además de un uso espléndido del lenguaje, encontramos eso que casi siempre se vislumbra en las personas brillantes, su capacidad para llevarnos desde un análisis aparentemente sencillo de una palabra o una expresión, hasta una reflexión más profunda sobre la sociedad, la justicia social o nuestros derechos. Por ejemplo, en este artículo reciente donde explica la palabra MENA, que se origina en las iniciales de menores extranjeros no acompañados y que nos dice, es textual, “esconde una de las más escandalosas manipulaciones del lenguaje de los últimos años. Son niños, por favor, son niños, pero les ponen una palabra, les definen con ella y los tratan de acuerdo a ella”. Una situación que refleja que el lenguaje será muchas cosas, pero no es neutral. Como explica Álex en su artículo, en ocasiones, en demasiadas ocasiones, las palabras que nos designan nos inducen a comportarnos de una determinada forma, de ahí que el término oposición ya induce a oponerse. ¿Os imagináis si liberáramos a los partidos de oposición de tener que decir no a todo? 

Juan Carlos Campo y Álex Grijelmo.

“Si el Derecho y la Justicia se manifiestan a través del lenguaje, solo habrá justicia si poblamos y repoblamos de sentido a las palabras, y ese es uno de los méritos mayores de nuestro galardonado y del Colegio de Registradores que ha sabido verlo”

Sin duda saber ver y saber explicar la realidad social es más tarea de sociólogos o de filósofos políticos, pero es que Grijelmo es también ambas cosas, analiza la actualidad a través del lenguaje y nos pone frente al espejo de las palabras que no siempre nos devuelven una bella imagen. Pero también hay palabras hermosas y relatos que dan una melodía armónica al devenir; hay relatos que nos cuentan gestas heroicas y pequeñas victorias; hay discursos que hacen promesas que luego se cumplen; hay palabras que envuelven a las personas con una idea muy clara, protegerlas para engrandecer su dignidad y para que se entiendan unas con otras. Y esas palabras están o deberían estar en todas partes, en todos los lugares, también en nuestro mundo de la Justicia. De hecho, diría que deberían estar obligatoriamente en nuestros tribunales, en nuestros registros, en los despachos de los operadores y en cualquier sitio donde haya de ser atendido un ciudadano. 

Entender y entenderse es clave, y es clave para que podamos entender nuestros derechos, para acceder a una Justicia justa, si me permitís. Álex conoce ese tira y afloja con el lenguaje que ha caracterizado al mundo de la Justicia no solo, pero también, porque participó activamente, como nos recordaba hace un momento la decana, en los trabajos de la Comisión de Modernización del Lenguaje Jurídico, que impulsamos en Justicia hace más de una década. Así que conoce bien nuestras vicisitudes. 

Pero hoy no estamos aquí para hablar de eso, así que no me extenderé más, solo dejo una reflexión final: si el Derecho y la Justicia se manifiestan a través del lenguaje, solo habrá justicia si poblamos y repoblamos de sentido a las palabras, y ese es uno de los méritos mayores de nuestro galardonado y del Colegio de Registradores que ha sabido verlo.