“Si hubiera habido censura de prensa en Roma, no tendríamos hoy ni a Horacio ni a Juvenal, ni los escritos filosóficos de Cicerón”. Voltaire
Hoy parece haberse implantado un debate con respecto a la prensa. Un debate que defiende desde distintos rincones ideológicos -no el liberal- hasta dónde debe llegarse en el control a la prensa. Es más, un debate que asegura que sin más control administrativo -es decir, político- sobre la prensa, peligra la democracia.
Y hoy parece olvidarse que la función de la prensa es precisamente la de contrapesar el inmenso, creciente e inabarcable poder político.
Quienes hoy hablan sin reparos de la necesidad de que actores no judiciales controlen a la prensa, prefieren censurar otro foco de debate: el del dominio de la opinión pública ejercido, por ejemplo en España, gracias a la concesión administrativa -y, por lo tanto, política- de las licencias o de la publicidad institucional.
Quienes aseguran que es necesario un control no judicial -y, por lo tanto, carente de las garantías judiciales recogidas en nuestra Constitución y en todos los Estados de derecho que se precien de representar ese honorable nombre- esconden intencionadamente que sólo el chequeo de los tribunales garantiza la preservación efectiva de los derechos en conflicto: el de la información y prensa libre y el resto que puedan entrar en colisión.
Y quienes esconden esas evidencias, por lo tanto, podrían ser censurados por sus propias tesis al haber incurrido ellos mismos en esa categoría de fake new y en el ámbito de censura de su ansiado control extra judicial.
Pero nunca seré yo quien pida que se aplique a ellos mismos su reclamada censura. Porque yo creo en la libertad de opinión. Porque yo creo en la libertad con mayúsculas. Porque yo creo en la democracia en su máxima expresión. Porque yo creo en la total independencia judicial. Y porque yo creo en la prensa libre. Libre y bajo el control de la Justicia.
Es cierto que la ampliación de la libertad de acceso a la información que proporciona Internet ha derivado en una consecuencia negativa, entre infinidad de positivas, como ha sido la diseminación de información falsa o sin contrastar. Pero no lo es menos que conceder al poder político -directo o indirecto- una vía de censura que no solventaría este problema sino que lo multiplicaría. ¿O alguien cree que entregada ese arma antidemocrática a cualquier Gobierno no dudaría en usarla para uniformar por la vía de la censura los contenidos eliminando el más mínimo atisbo de información u opinión crítica? Y entonces, ¿qué quedaría de democracia?
Y cuando me refiero a poder político directo o indirecto lo remarco con plena intención. Porque conceder ese control a empresas que, de una u otra manera, mantienen una dependencia de un determinado poder político tan sólo convierte sus verificaciones en una máscara de la realidad: que la censura tiene, al fin y al cabo, nombre y dueño político.
Afirmar que la censura política es la solución a las fake news tiene la misma lógica que asegurar que la expropiación de vehículos es el remedio frente a los accidentes de tráfico.
La solución a un mal uso -de la información- nunca podrá encontrarse en otro abuso -el del poder político, el de la censura-.
La solución es la judicial. Un control judicial efectivo, con los medios suficientes, con la celeridad suficiente, con la capacidad suficiente para dar cobertura a la creciente demanda y generación de contenidos informativos.
Porque al igual que la fe pública debe recaer en profesionales independientes y formados para ello con el fin de preservar los derechos en cuestión, exactamente igual el control de la prensa debe ser ejercido por profesionales similares: independientes e incorrompibles. Y no en políticos de visible o escondida identificación.
Y es que no deja de ser llamativo que los mismos políticos que niegan medios a la Justicia sean los mismos que reclaman, de una u otra manera, avanzar en el control político y extrajudicial de la prensa.
“Ninguna sociedad democrática puede existir sin
una prensa libre, independiente y plural”. Kofi Annan
Carlos Cuesta