“Los enemigos son un alimento espiritual imprescindible para el artista. Son la demostración de que su obra despierta interés”


Con la máxima de que “lo peor para un artista es la indiferencia”, ha tenido una vida “muy singular y novelesca”, tanto en lo profesional como en lo personal. En sus más de seis décadas de carrera como actor, dramaturgo y director, se ha mantenido fiel a un teatro independiente, tan cómico como crítico y tan poético como controvertido; y su mente prodigiosamente satírica le ha convertido en una de las figuras clave del teatro contemporáneo. Con 19 años fundó Els Joglars junto a Carlota Soldevilla y Anton Font, y en 2025 esta compañía de teatro independiente celebra sus bodas de platino convertida en la más longeva de Europa.


Els Joglars cumple 65 años sobre las tablas; todo un récord. ¿En qué momento se encuentra la compañía?

Hay una mezcla generacional muy positiva entre veteranos de la vieja guardia y gente más joven a las órdenes de Ramón Fontseré. De cuando en cuando, hay que ir introduciendo savia nueva para que todo resulte mucho más interesante, ya que las ideas, los principios y las experiencias de unos y otros a veces difieren y eso es muy sano, muy divertido y también muy atractivo, para nosotros y para el público, porque ofrece otra mirada sobre las cosas.

Son más de seis décadas de recorrido profesional que la han convertido en la compañía teatral privada más longeva de Europa. ¿Cuál es el secreto?

El deseo de hacer las cosas con una trascendencia y una duración; algo que choca radicalmente con lo que ahora suele ser habitual en nuestro gremio, donde se monta y desmonta un proyecto con mucha facilidad y sin idea de continuidad. Por el contrario, desde el principio nosotros pretendimos que nuestro trabajo y su experiencia repercutieran en el siguiente, y ese es el principio que ha sobrevivido y ha mantenido la compañía durante tanto tiempo, porque también ha supuesto una amistad entre los componentes de la compañía, donde hemos creado una pequeña familia. Somos como un equipo deportivo cuyos componentes trabajan juntos desde hace muchos años y ya saben lo que esperar del otro.

¿Y cómo van a celebrar estas bodas de platino?

Demostrando que somos incombustibles y que no nos da miedo mirar hacia delante ni hacia atrás. Por eso, vamos a hacer una reposición, con muchas diferencias, de El retablo de las maravillas que pusimos en escena en 2007 haciendo que Cervantes aterrizara en nuestro mundo viendo lo que sucede. Y va a ser diferente porque, desde entonces, el mundo ha cambiado mucho en todos los sentidos, incluidos los valores que forman parte de nuestro código ético. Por ejemplo, los valores religiosos que antes tenían cierta relevancia han sido sustituidos por conceptos como el cambio climático. La fe en lo espiritual se ha trasladado a otras cosas, que han provocado un cambio social muy radical.

“Presumo de ser independiente y eso me da una enorme ligereza de equipaje, que me permite decir y hacer lo que creo o me apetece”

¿Qué pretenden despertar en el público con esta nueva puesta en escena de El retablo de las maravillas?

En nuestra época, la gente tiende a creer que los humanos evolucionamos con la celeridad de la ciencia. Sin embargo, siguen prevaleciendo formas de actuación por las que hoy seguiríamos sin encontrar diferencias sustanciales entre un romano del imperio y un ciudadano actual. Y eso lo refleja muy bien este entremés de Cervantes, donde el temor a pasar por alguien de dudoso linaje o con sangre judía, hace que unos individuos celebren y ensalcen algo que objetivamente no existe. En esencia nada ha cambiado. Resulta obvio que las condiciones de nuestra sociedad actual facilitan una auténtica multiplicación de “retablos” con millones de incautos y acomplejados dispuestos al aplauso de la estupidez. A través del complejo de no ser considerado “progre”, la gente hace, dice y ve muchas cosas que no son reales o dan importancia a otras que no la tienen. Y todo por el miedo a que les llamen “fachas”.

Ese miedo nunca ha estado en el ADN de Els Joglars, que tiene como seña de identidad la sátira y nunca ha tenido pelos en la lengua para criticar desde el escenario todo tipo de temas y personajes. ¿Qué temas les gustaría subir a las tablas en sus próximos espectáculos?

Hay tantos, que no daríamos abasto. Porque la información es una constante en esta sociedad, pero hay que saber escoger aquello que creemos es lo esencial, para poder transmitir al público los aspectos positivos o negativos que tiene la sociedad y que son proclives a cierta sátira. Además, debemos tener en cuenta que buscar la verdad hoy en día es más complicado que hace 300 años. Las formas de mentir son muy sofisticadas; hay tantas fake news que desentrañar la verdad es complicadísimo y requiere mucha libertad por parte de los artistas. No podemos ser sectarios, porque el público necesita nuestra libertad de pensamiento. Ahí está el futuro; pero es difícil, porque el gremio se ha ido decantando por una única tendencia, por una misma adscripción política y ha perdido pluralidad.

Foto: Jaime Villanueva

¿Qué echa de menos en el teatro actual?

Hay una cierta frivolización de las artes en general, que da como resultado trabajos faltos de profundidad. Los actores tienen mucha formación técnica, pero les falta oficio y eso da cierta ligereza a sus trabajos. Además, la libertad escasea en el teatro actual y la razón esencial es porque está subvencionado. La intervención de las administraciones públicas sobre las artes escénicas consigue abaratar los precios de las entradas sin que los actores pierdan, porque están subvencionados, y consiguiendo que el público esté contento porque paga menos, pero la contrapartida de no pagar el precio real de nuestro trabajo es la falta de libertad, la autocensura, y eso es nefasto para el teatro.

Entonces, ¿cree que predomina la autocensura y la falta de libertad?

Aunque parezca una paradoja, creo que sí, que la profesión está falta de libertad. Casi todos piensan exactamente lo mismo, están encadenados al pensamiento único: son izquierdistas, anticapitalistas, ecologistas… Responden a un mismo patrón: el del ideario ‘progre’. Parece que sólo quieren ser políticamente correctos, y eso es algo muy contradictorio en un oficio de pícaros, canallas y malditos. El teatro debería ayudarnos a reflexionar sobre nuestro entorno al margen de los tópicos y las creencias personales de un artista, que debe mantener una visión distanciada de los acontecimientos. Ésa es la función sanitaria del arte.

¿Por eso usted no tiene pelos en la lengua para hablar sobre ningún tema, aunque eso le cree enemigos?

No quiero quedar bien con todo el mundo, incluso, no me molesta quedar mal. Presumo de ser independiente y eso me da una enorme ligereza de equipaje, que me permite decir y hacer lo que creo o me apetece. Después de tantos años de profesión, ése es el consejo que le daría a un artista: evitar al máximo los compromisos, desarraigarse de las cosas y, sobre todo, de los intereses.

Una máxima que Els Joglars ha llevado a cabo hasta sus últimas consecuencias. Nunca se han autocensurado y por ello han sufrido atentados, han sido sometidos a un consejo de guerra y encarcelados. ¿En algún momento se plantearon tirar la toalla?

No. Esas enormes dificultades han hecho más fuerte a la compañía, porque las hemos superado juntos, con un esfuerzo colectivo, y eso nos ha unido más. Además, hemos tenido que seducir con nuestras obras a los espectadores para que pasasen por taquilla, porque nunca hemos tenido subvenciones. En nuestro caso, siempre ha sido pura ley de la oferta y la demanda: el público ha comprado su entrada porque sabía que compraba libertad.

“A través del complejo de no ser considerado “progre”, la gente hace, dice y ve muchas cosas que no son reales o dan importancia a otras que no la tienen”

Hasta 2012, que cedió la batuta de la compañía a Ramón Fontseré, ¿cuál fue su papel como “jefe de la banda”?

Mi papel era el de un pater familias. Consistía en mantener el equilibrio y la buena relación entre los componentes de la compañía. Ser alguien en el que todos confían para que lleve a buen puerto el proyecto pase lo que pase y consiguiendo que todos se sientan a gusto y se apasionen por el trabajo. Y cedí con gusto ese rol a Ramón Fontseré porque, individualmente, había cosas en mi vida profesional que no podía hacer con Els Joglars, como dedicarme al mundo de la lírica, que es una de mis grandes pasiones.

No obstante, ahora vuelve a dirigir a Els Joglars en algunos de sus montajes; ¿qué significa para usted?

Estoy encantado; la relación es estupenda. Ahora, Fontseré se encarga de dirigir los pasos de la compañía y de mantenerla unida y en armonía, y yo asumo el papel como dramaturgo y director de los montajes sumando mi experiencia a la de ellos. Seguimos haciendo los ensayos de la misma forma que siempre, en nuestra cúpula del Pirineo, comiendo, conviviendo y compartiendo juntos; una fórmula muy a la antigua que ha dado resultados muy positivos.

EL BUFÓN

Suele definirse como un “bufón” o un “titiritero”, ¿por qué el uso de estos términos considerados despectivos por muchos?

El mundo de la farándula siempre tiene la contrapartida de la vanidad. Somos un gremio muy vanidoso, quizá porque asumimos que los personajes que hacemos sobre la escena tienen algo que ver con nosotros. Pero es una vanidad un poco ridícula y creo que hay que bajar a caminos de mayor humildad en todos los sentidos, porque no hemos superado a los artistas que nos han precedido; somos los hijos de grandes genios a los que tratamos de imitar.

Realmente, ¿qué significa el teatro para usted?

Es una cosa extraña, porque no era mi vocación. Cuando tenía 16 años y estaba terminando el Bachillerato en París, les dije a mis padres que quería ser diplomático, y ellos, que no podían costearme la carrera, me pidieron que pensase en otra cosa. Jamás he sabido por qué elegí el teatro, pero me apasionó desde el principio. En el escenario encontré un espacio propio, un lugar donde construir situaciones y donde cada vez me sentía mejor y más identificado con mi forma de ser y mi carácter. Y creo que acerté en la elección, porque esta profesión me ha permitido tener una vida magnífica, enormemente intensa y satisfactoria. Me ha permitido vivir 50 años con mi mujer en el Ampurdá, en una masía en el campo con un gran jardín y con la posibilidad de respirar aire puro e ir de un lado a otro andando o en bicicleta. Además, creo que fue una fortuna para la diplomacia y para la sociedad que optase por esta profesión y no por la diplomacia, porque quizás hubiera organizado la III Guerra Mundial…

La compañía en el año 2010. Foto: David Ruano

¿Y cómo lleva lo de ser un personaje tan controvertido?

Lo llevo de una forma muy natural. Digo las cosas que pienso y las expreso públicamente por mi oficio, y eso me ha traído ciertas consecuencias. No obstante, aunque a nivel personal prefiero tener amigos, profesionalmente creo que los enemigos son cruciales para un artista. Son la demostración de que su obra despierta interés, y lo peor para nosotros es la indiferencia. Por eso, cuando no he tenido enemigos, los he buscado; son un alimento espiritual imprescindible para el artista, que me han hecho llevar una vida intensa y han compensado la parte de guerrero que hay dentro de mí.

Haciendo gala de esa independencia de pensamiento, cuéntenos qué opina de la sociedad actual, esa que ha sufrido un cambio “radical”.

Estamos en un mundo donde lo material, lo que se llama “sociedad del bienestar”, ha creado unas contrapartidas nefastas para el ser humano. A los niños se les da todo lo que quieren, todo se les facilita; tenemos muchas cosas que no sirven para nada y esta abundancia de cosas va en contra de la naturaleza del ser humano, que se forma en las dificultades. Vivimos una crisis espiritual de primer nivel y la moral cristiana no ha sido sustituida, ya no hay límites sobre lo que está bien o está mal. Es un mundo en el que no me reconozco demasiado, la verdad.

¿Y cómo le gustaría ser recordado?

Como alguien que hizo su oficio tan bien como pudo y se lo pasó fantásticamente bien haciéndolo; alguien que fue enormemente feliz. Y si esto sirve como incentivo para otros, mucho mejor. 


Abanderados de la vacuna teatral

Comediantes por definición, pero muy críticos con la realidad circundante, Els Joglars lleva más de medio siglo metiendo el dedo en la llaga de nuestra sociedad y ganándose el respeto de espectadores de todo el mundo por ello.

Se definen como “una compañía de teatro defensora y practicante de la vacuna teatral, del teatro como terapia colectiva o ecología social” y con estos argumentos han producido más de 40 espectáculos, manteniendo sus señas de identidad: la incorrección, la ironía y la denuncia social y política; y empleando como herramientas la creación colectiva y rigurosa, la denuncia a través de la parodia y una estética artística propia.

Considerados los maestros de la sátira, de su afilada lengua no se ha librado ni el rey emérito. Franco, la Iglesia Católica o Jordi Pujol también han sido severamente criticados en sus obras, lo que les ha granjeado numerosos enemigos y ha provocado encarcelamientos y algún que otro atentado contra la compañía.

Pero en su dramaturgia también han tratado temas tan dispares como la comunicación, el sentido de la vida, la tragedia, la competitividad, la relación de pareja, la justicia, la destrucción del planeta, los mitos mediterráneos, el progresismo, las psicopatologías cotidianas y las debilidades humanas, los tópicos nacionales, los poderes fácticos, el genocidio de la conquista de América, el teatro, el nacionalismo o el arte, entre otros muchos.

Por todo ello, Els Joglars ha recibido numerosos premios a lo largo de su historia, tanto a nivel nacional como internacional, destacando la Medalla de Oro en las Bellas Artes (1998), y el Premio Nacional de Teatro que les concedió el Ministerio de Cultura en 1994 y que, fieles a sus ideas, rechazaron por considerarlo un tardío respaldo a su trayectoria.  

Gema Fernández