Estamos mejor que hace un año, y mucho mejor que en la primavera de 2020 cuando el siglo XXI inauguró la pandemia del coronavirus con la covid 19. El mundo ha aprendido que `los corona´ mutan una y otra vez hasta hacerse nominalmente con todo el alfabeto griego. Estamos mejor; sí, véanse las cifras de fallecidos, hospitalizados e ingresados en UCIs. Esa mejora comparativa con el año anterior y anterior no resta un ápice de gravedad a la crisis sanitaria, social, económica y, añádase con énfasis, a la salud emocional.
No hay respuesta a la pregunta del cuándo terminará esto. Quizá no acabe, con un broche final en un día y una hora, pero el conocimiento científico, la responsabilidad individual, colectiva, y la altura de miras de los gobernantes, cueste lo que les cueste, aminorará los efectos más perniciosos de la enfermedad. Aún no estamos en esa fase.
Las contradicciones afloran cuando se aborda la indeseable disyuntiva de salud o economía. Las proclamas contumaces de que no había que optar, no son ciertas. Los responsables lo han hecho con gran quebranto de su crédito público, la mayoría, valientemente, por el horror de la situación sanitaria. Los cierres han supuesto perjuicios gravísimos a empresas pequeñas, medianas y grandes; la libertad total, ha ensanchado los colectivos susceptibles de asistencia sanitaria urgente; ha habido marchas atrás y hacia adelante.
Para inquietud de los científicos estamos en tiempo de búsqueda “del equilibrio”, lo que puede llevar a cierta laxitud en las medidas coercitivas. No es fácil ordenar cierres. “Equilibrar economía, salud general y salud mental”. Esta tripleta invocada por el Gobierno en el final del año 2021 para hacer frente a la variante ómicron es razonable
La presión de la economía frente al grito de los sanitarios. Si por los científicos fuera, virólogos, epidemiólogos, inmunólogos, el año 2021 y el comienzo de 2022 habrían terminado y comenzado con muchas más restricciones. No pocos expertos señalaron el peligro de banalizar la llegada de la ómicron, que será la que se enseñoree en España y el resto de Europa en los albores de 2022. La expectativa de que antes de que termine marzo los laboratorios habrán alumbrado nuevas formulaciones contra la enfermedad, además de las vacunas, mueven al optimismo.
En medio, nadie lo duda, hay derechos fundamentales al borde de ser vulnerados. La ausencia de un paraguas jurídico para la actuación, necesariamente diferenciada de las comunidades autónomas, dificulta la toma de decisiones. Si las diferentes epidemias camparán entre nosotros por tiempo indefinido, es imprescindible que junto con lo urgente se afronte también lo importante. El temor al rechazo ciudadano empieza a instalarse en los gobernantes autonómicos y en el gobierno de la nación, de manera alternativa: Del arrojo al exceso de prudencia, o a la parálisis.
Para inquietud de los científicos estamos en tiempo de búsqueda “del equilibrio”, lo que puede llevar a cierta laxitud en las medidas coercitivas. No es fácil ordenar cierres. “Equilibrar economía, salud general y salud mental”. Esta tripleta invocada por el Gobierno en el final del año 2021 para hacer frente a la variante ómicron es razonable. Se verá si es posible armonizar sus elementos. El mundo sanitario cree superado el concepto “refuerzo” de las áreas de atención primaria, urgencias y hospitalización. Su vivencia les lleva a pedir el “fortalecimiento”. La tercera vacuna es imprescindible, siempre según los científicos, y para todas las edades.
El equilibrio entre intereses enfrentados será la nota dominante de los gobiernos, junto al necesario ejercicio de responsabilidad individual, sin que eso lleve el desentendimiento de las autoridades. Si la nueva etapa será guiada por el equilibrio, habrá una falla notable si la apertura de los establecimientos públicos se quiere compatibilizar con el cierre parcial de las aulas. La salud mental, no olvidar, forma parte de los cuidados necesarios descritos por el Gobierno. Todo dependerá, por supuesto, del impacto del virus. El optimismo de la voluntad de la política no puede entrar en contradicción con el pesimismo razonado de la ciencia. O nos salvamos todos o no se salva nadie. Esta frase la pronunció el Papa Francisco en octubre de 2020 en soledad en la plaza de San Pedro. Su invocación, con todo lo que tenga de espiritual, ha cundido en el mundo de la ciencia. Los científicos la repiten.
Anabel Díez