“Cuando un periodista actúa al servicio de unos intereses que no son los de su profesión, traiciona al oficio”
Victoria Prego, Premio Luca de Tena
El ejercicio del periodismo no pasa actualmente por su mejor momento. Los propios periodistas son conscientes de la escasa confianza que generan en la sociedad. Una reciente encuesta de la Asociación de Periodistas de Madrid realizada entre más de mil profesionales pone de manifiesto que sólo el 10% considera que el periodismo goza de buena reputación. Y las causas de esa desconfianza tienen nombre y apellidos: la falta de independencia que generan las presiones del poder económico y político, el nacimiento y desarrollo de nuevas formas de consumir, acceder y difundir noticias que han traído consigo las redes sociales, falta de rigor y neutralidad y todo ello aderezado con paro y precariedad laboral. Sólo el año 2020, el de la pandemia del Covid-19 y la crisis económica, un 29% de los periodistas se fue al paro.
Son muchas las voces que ven en la falta de editores independientes, que arriesgan su dinero y su prestigio, la degradación del periodismo. Hoy, muchos medios están en manos de outsiders, de grandes grupos económicos más condescendientes con el poder político, o incluso en manos directamente del poder político. Apenas algunos valientes arriesgan su dinero y su independencia cada día en emisoras de radio, alguna televisión, pocos diarios online o experimentos en Internet.
Hay además dos fenómenos que han surgido en estos últimos años que han pervertido aún más la profesión de periodista: las noticias falsas y la llegada masiva de gentes de todo tipo que creen hacer periodismo en las plataformas digitales. En mi opinión, la primera tiene mucho que ver con la falta de transparencia de instituciones y empresas y el deseo de controlar la información, una nueva forma de censura, aunque pueda aparentar una mayor sutileza de la que se sufrió en España en tiempos de la dictadura o la que se practica en países directamente dictatoriales. Cuando esto ocurre, cuando el interés por controlar la información es evidente, la buena información no fluye y la tentación de muchos es crearla, inventarla e incluso retorcerla.
Hace bien poco tuvimos en este país un ejemplo claro de control a la prensa y no es el único, pero sí fue llamativo. Los periodistas que habitualmente siguen la información que genera el Palacio de La Moncloa se revelaron por la forma en que se estaban conduciendo las ruedas de prensa. El hartazgo llegó a tal punto que redactaron un manifiesto contra el control del Gobierno a sus preguntas. “Por la libertad de preguntar” rezaba el título de ese manifiesto al que se sumaron centenares de profesionales hartos de que se filtraran sus preguntas y los medios que las realizaban.
El segundo de los problemas al que hacía referencia tiene que ver con la masiva participación en plataformas como Twitter o Facebook. Ahí no importa la veracidad de la noticia, únicamente su cantidad, velocidad de difusión y sus “me gusta” y muy poco o nada su fiabilidad u objetividad. Son, además, la excusa perfecta para la proliferación de los bulos, utilizados también para acallar, perseguir o silenciar a la prensa.
Hoy la mayoría de los ciudadanos dedican muy poco tiempo a leer noticias en medios convencionales. Según un estudio de Reuters Institute, el promedio de lectura de noticias es de 23 minutos, con un ligero aumento los fines de semana. En cambio, las ediciones digitales registran entre los jóvenes un promedio de 43 segundos. En España, pasamos una media de 5 horas y 18 minutos conectados a Internet, principalmente con el móvil. Es nuestro medio preferido para informarnos, compartir y difundir noticias propias y ajenas. Son millones de personas cada día publicando cualquier cosa, cantidades ingentes de información, en muchos casos de dudosa calidad y objetividad.
Prestigiosos periodistas aseguran que el periodismo no morirá nunca, pero sí de que necesita una transformación que en realidad pasa, en mi opinión, por volver a los orígenes: objetividad, calidad y análisis. Hay mucha información, sí y es nuestra obligación trasladar a la sociedad, para ganar prestigio y respeto, que no toda es buena y que lo que les ofrecemos es fruto de la investigación rigurosa y del contraste de fuentes. ¿Dónde quedó aquella norma de las tres fuentes? Hay que volver a convencer a la sociedad de que hay un periodismo comprometido con la verdad, independiente de todos los poderes y que no está en las trincheras. Y también combatir esa idea bastante generalizada de que en España los medios de comunicación no tienen muy buena “prensa”. No derrochamos credibilidad ni fiabilidad, aunque siempre nos quedará la radio, según GAD3 el canal que mayor confianza genera entre los españoles a la hora de informarse.
Carmen Tomás