La Unión Europea (UE) dio la impresión de tener una auténtica política exterior común desde el mismo momento en que Rusia invadió Ucrania, el 24 febrero de 2022. Dos días después, se convocó con urgencia un Consejo Europeo para acordar las primeras ayudas al país agredido que desde entonces no han cejado.
Desde hace ya dos años la UE mantiene, con altibajos, su apoyo militar y económico a Ucrania. El Consejo Europeo de diciembre dio un doble espaldarazo, financiero y político, al presidente Volodomir Zelenski. Los Veintisiete otorgaron a Ucrania una ayuda de 50.000 millones de euros. Más importante aún, aceptaron abrir negociaciones con vistas a su adhesión a la UE. Tardará años en ingresar porque previamente deberá acometer unas reformas que difícilmente puede efectuar en tiempos de guerra.
No todos los europeos arriman el hombro por igual a la ahora de ser solidarios con Ucrania. Alemania, los Países Bajos, bálticos y escandinavos son los primeros de la fila mientras que España, Italia, Francia o Portugal van rezagados. Todos, sin embargo, cierran filas con la única excepción del húngaro Viktor Urban que, presionado y, a cambio, de contrapartidas, da su brazo a torcer.
Este ensueño de una política exterior común saltó por los aires poco después de que 7 de octubre Hamás perpetrase su brutal ataque contra el sur de Israel. Primero hubo condenas unánimes, pero tras empezar la invasión israelí de la Franja de Gaza, la unidad europea se resquebrajó entre los que anteponían el derecho a defenderse de Israel y los que hacían más hincapié en las decenas de miles de muertos civiles palestinos, muchos de ellos mujeres y niños.
Cuando hay rotos, y en Gaza son enormes, Europa es la que suele pagar buena parte de la factura para reparar
La desunión de los Veintisiete quedó plasmada en las votaciones en la Asamblea General de la ONU, a la hora de posicionarse ante la demanda de Sudáfrica por genocidio contra Israel ante la Corte Internacional de Justicia o con relación a la UNRWA, la agencia de la ONU para los refugiados palestinos. Cuando Israel denunció que doce, de sus 13.000 trabajadores en Gaza, podían haber participado en el ataque del 7 de octubre, varios Estados miembros suspendieron sus subvenciones mientras otros, como España y Portugal, la incrementaron para que siguiera ejerciendo su labor humanitaria.
Entre los más acérrimos defensores de Israel están Alemania, por razones históricas, los Países Bajos, Austria, Chequia, etcétera. Dos “pesos pesados”, como Francia e Italia, se han sumado, con matices, a este grupo. En el otro bando, el de los críticos, figura España, cuyo jefe de Gobierno, Pedro Sánchez, llegó a denunciar las “matanzas indiscriminadas” perpetradas en Gaza. A su lado de sitúan Irlanda, Bélgica, Malta y Eslovenia.
A medida que crece la destrucción de Gaza y que los muertos se incrementan -a mediados de febrero rebasaron los 27.000- la posición de la UE evoluciona. El Parlamento Europeo ya pidió, el 18 de enero, un “alto el fuego permanente”. El Consejo Europeo no ha dado aún ese paso y aboga por “pausas humanitarias” que no significan el fin de la guerra.
Ahora bien, el Consejo Europeo de enero sí respaldó unánimemente el plan de doce puntos que puso sobre la mesa Josep Borrell, el Alto Representante para la política exterior. Aboga por resolver el conflicto con la solución de los dos Estados consistente, en realidad, en crear uno palestino junto al de Israel. Para acordarlo habría que celebrar una conferencia de paz uno de cuyos co-organizadores sería la UE.
La propuesta no es revolucionaria. La UE ha desempolvado una idea, la de los dos Estados, que ya propugnó en 1980. Desde entonces la Unión es menos influyente en Oriente Próximo por varios motivos, uno de ellos su desunión. Pero cuando hay rotos, y en Gaza son enormes, Europa es la que suele pagar buena parte de la factura para repararlos. Su generosidad, ahora con su ayuda humanitaria y su financiación de la Autoridad Palestina, y mañana quizás apoyando la reconstrucción, es la que le puede brindar la oportunidad de jugar un papel destacado en esa región del mundo.
Ignacio Cembrero