El autor repasa la trayectoria vital y creativa de Romain Gary, uno de los más importantes y controvertidos escritores franceses, y su estrecha relación con el séptimo arte como guionista, director y actor.
Hay dos especies temibles en los pertenecientes a ese gremio en vías de extinción, los lectores. De una parte aquellos a quienes solo los grandes nombres interesan y sacian -Dostoievski, Mann, Proust, Joyce…-, nada menos importante y transcendental puede interesarles; de otra los que solo se guían por las ventas, las modas y las novedades del cada vez más fugaz y banal mercado editorial.
Pero todo buen lector sabe desde la infancia que la literatura infantil, las literaturas de género, los libros de éxito contienen autores enormes, notables, excéntricos, a los que el establishment académico y oficial postergan por su adscripción a esos campos pero que mantienen una duradera relación con los lectores. Autores poco citados, pero muy leídos y queridos por generaciones de fieles lectores. Stevenson, Melville, Swift, Dumas, Simenon, Conan Doyle, M.R James, Chandler, Hammet y un largo y variadísimo prontuario de nombres ocupan un lugar muy especial en la memoria de quienes aman los libros. Sin placer no hay lectura, ese vicio impune y solitario.
Ajenos al modernismo, vanguardias y demás tendencias literarias imperantes y celebradas en el siglo pasado, olvidados por academias y programas universitarios pero sostenida su reputación por lo único que importa en literatura, su lectura por fieles lectores indiferentes a modas y dictados, hoy se recupera la obra de Simenon, Stefan Zweig, Joseph Roth, Somerset Maughan o Hans Fallada. A esa estirpe pertenece Romain Gary, a quien diversas ediciones vienen los últimos años recordando y poniendo en valor. A pesar de que tuvo casa en Mallorca y de que su único hijo Diego fue bilingüe en español, a pesar de tener admiradores fieles como el escritor y político Joaquín Leguina, ha sido poco publicado y celebrado en España hasta tiempos recientes. Prolífico, excelente, popular entre los lectores, su vida y obra son una auténtica novela, espejo de los convulsos tiempos que le tocó vivir.
Nacido en 1920 en la entonces polaca Wilno, hoy capital de Lituania Vilna, su auténtico nombre era Roman Kazew y pertenecía a la abundantísima comunidad judía de la entonces llamada Jerusalén de aquellos territorios. Su padre, que como buena parte de su familia sería asesinado en la Shoah, abandonó a su madre por una mujer más joven. Madre e hijo emigraron, lo que probablemente les salvó la vida, primero a Varsovia y luego a la Costa Azul. Al estallar la Segunda Guerra Mundial y tras múltiples vicisitudes que le llevaron a África y al Atlántico, se enroló como aviador en las fuerzas de la Francia Libre. Amigo de Camus, Malraux y gaullista convencido se licenció en Derecho y sus habilidades políglotas -hablaba inglés, alemán, polaco, ruso- le permitieron entrar en la carrera diplomática. Forma parte pues de esa larga y brillante tradición francesa de escritores diplomáticos: Chateaubriand, Stendhal, Saint John Perse, Claudel, Morand… Su carácter bohemio e informal hizo que nunca alcanzara el rango de embajador. Solo póstumamente el Ministerio de Asuntos Exteriores repararía ese enorme error.
En 1945 en paralelo a su carrera profesional comenzó con la ya premiada Education europeen (en España El bosque del odio), su exitosa carrera novelística, la mayor parte firmada con el seudónimo de Gary pero también con su propio nombre y otros. Entre novelas, ensayos, relatos y memorias son alrededor de treinta títulos. Se casó con la escritora inglesa Lesley Blanche y en 1955 obtuvo el Premio Goncourt con Las raíces del cielo, una de las primeras novelas ecologistas sobre la caza ilegal de elefantes. Llevada de inmediato al cine por John Huston en una producción del magnate de la Fox Darryl F. Zanuck, iniciaría su larga relación con el cine y la televisión. Fue adaptado sin demasiada suerte por Samuel Fuller (Perro blanco), Peter Ustinov (Lady L), Misrayi (Madame Rosa, óscar a la mejor película extranjera), Claire de femme, etc. Fue guionista de películas como El día más largo y dirigió sin mucha suerte dos películas.
“Prolífico, excelente, popular entre los lectores, su vida y obra son una auténtica novela, espejo de los convulsos tiempos que le tocó vivir”
En 1959 conoció a Jean Seberg, actriz descubierta por Otto Preminger y a la que Godard con A bout de soufflé, película fundacional de la nouvelle vague, había hecho célebre. Sería la intérprete de sus películas, madre de su único hijo y protagonista de una larga y tormentosa historia de amor que ella hizo compatible con relaciones con Clint Eastwood, coprotagonista en La leyenda de la ciudad sin nombre, el escritor mexicano Carlos Fuentes, el director español Ricardo Franco o, de forma más prolongada, con un dirigente de los panteras negras. Su suicidio en los años 70 hizo que Gary, que acusó al FBI de haberla perseguido ilegalmente, acusación que fue reconocida por los responsables de la Agencia, entrara en una espiral destructiva que le llevó a su vez a suicidarse en 1980 con 64 años. La nota de suicidio decía “no busquéis ninguna relación con Jean Seberg. Se ruega a los devotos buscadores de corazones destrozados que busquen en otra parte”.
Vivió en una época en la que como alguien dijo “es mejor equivocarse con Sartre que acertar con Aron”. Así, como el pensador liberal, como Camus, como tantos otros ajenos a las consignas y dictados del mandarinato francés, pagó un alto precio por su independencia de espíritu, precio que ahora la posteridad paga.
Antes de morir protagonizó una célebre broma literaria. El Premio Goncourt, sin dotación económica pero el más célebre y prestigioso de la lengua francesa, prohíbe repetir el galardón a los premiados. Con el nombre de un sobrino, Emile Ajart, Gary ganó con La vie devant soi y recibió grandes elogios. Así pudo asistir divertido y escéptico a como la misma crítica que vapuleaba sus últimos libros ponía por las nubes a una novela suya presentada con otro nombre. Ha sido el único autor premiado dos veces con el Goncourt.
Una vida pues intensa, apasionante, de alguien que no vivió de incógnito. Todo pasa y queda la obra, extensa, variada, original. Sea que tratara de su madre y sus orígenes en la estupenda autobiografía La promesa del alba, de la Segunda Guerra Mundial, del racismo, la ecología, la vejez o las relaciones de pareja, su mirada fue siempre personal, ágil, interesante. En tiempos del existencialismo y del nouveau roman se le subestimó. Que al público le gustara parecía un pecado, que el estilo fuera invisible y subordinado a la narración, una frivolidad. El tiempo ha sepultado esas modas, pero Gary sigue entreteniendo, enseñando, interesando, a sus afortunados lectores. Ese es el triunfo definitivo de todo escritor.
Enrique Bolado