Lo confieso, yo no soy nativa digital, aunque desde muy joven he asistido a este fenómeno que ha hecho nuestras vidas más fáciles. Es decir, que no soy analfabeta digital, aunque con frecuencia me encuentro con problemas en la web que no soy capaz de resolver. Tantas gestiones podemos realizar en la web, tanto tiempo nos ahorramos, tantas cosas menores que dejan de costarnos tiempo y desplazamientos.
Este fenómeno ya se había enraizado en muchas de las obligaciones cotidianas que tenemos: la banca, las administraciones públicas, y las compras en las tiendas virtuales. La pandemia supuso la explosión de este fenómeno. Estábamos encerrados, y nuestra relación con el exterior se limitaba a una pantalla y un teclado.
Le ha llegado el turno al Registro de la Propiedad. He comprobado personalmente que su digitalización responde a las exigencias de lo que se necesita: claridad, accesibilidad y rapidez. Déjenme poner este proceso como un ejemplo de lo que todas las empresas e instituciones públicas deben hacer. Medios digitales para acercar, no para evitar. Ordenadores para complementar, no para sustituir. Y la conciencia de que la web no sustituye al ser humano, sino que le ayuda
Este fenómeno resolvió muchas de las dificultades que, de otra manera, hubieran impedido tener una vida razonablemente normalizada. Pero puso de relieve otros problemas que aún están pendientes de abordar. Algunas administraciones y algunas grandes empresas utilizaron la digitalización como una manera de evitar la atención física, las visitas del cliente o administrado. De repente, en muchos sitios surgió esta costumbre, que perdura, de la cita previa, entendida como una manera de evitar a la persona y no de facilitar sus gestiones. Este fenómeno ha afectado muy especialmente a dos colectivos: el de la España rural y el de nuestros mayores.
Los pueblos más pequeños, que se cuentan por miles, han dejado de contar con personas que atiendan, que expliquen, que ayuden. Un cajero automático no sustituye a un empleado que vea la cara de su cliente. Un ordenador no sustituye la cercanía de un parado, de un obligado tributario, del que solicita solventar un problema urbanístico. Y muchos actores han mirado sólo los ahorros que se podían conseguir, sin mirar a los ojos de sus usuarios.
El otro grupo humano que se ha visto seriamente afectado han sido los más mayores de nuestros compatriotas. Muchos han aprendido los rudimentos necesarios para sobrevivir, pero eso no les basta, y nunca llegarán a dominar las técnicas que les permitan dominar los entornos digitales.
Un país como el nuestro, con una capacidad de movilización de la sociedad civil muy limitado, ha visto la creación de asociaciones y el surgimiento de activistas para afrontar el problema. La gente más mayor puede hacer algunas gestiones con su teléfono o su ordenador, pero no esperen de ellos que se manejen como jóvenes que han nacido en ese mundo.
Le ha llegado el turno al Registro de la Propiedad. He comprobado personalmente que su digitalización responde a las exigencias de lo que se necesita: claridad, accesibilidad y rapidez. Déjenme poner este proceso como un ejemplo de lo que todas las empresas e instituciones públicas deben hacer. Medios digitales para acercar, no para evitar. Ordenadores para complementar, no para sustituir. Y la conciencia de que la web no sustituye al ser humano, sino que le ayuda. Ojalá.
Pilar García de la Granja