«Más que un partido, UCD fue una empresa que posibilitó la Transición”
Es posible que, a sus noventa años, Rodolfo Martín Villa sea el hombre que atesore una mayor experiencia política en España, pero de lo que no hay duda es de que nadie posee una visión más completa de ella. Comenzó joven, cuando era un estudiante de Ingeniería Industrial y, según él mismo asegura, le eligieron subdelegado de la Escuela un día en que no estaba en clase, y, posteriormente, ostentó responsabilidades políticas en el franquismo, el posfranquismo, la Transición, los Gobiernos de la UCD y también con el Partido Popular. Resultaría agotador enumerar los cargos que ha desempeñado y, sin embargo, su actividad no se ha limitado al ámbito de la política, sino que se ha extendido al mundo de la empresa, desde el Banco de Crédito Industrial hasta Sogecable, pasando por SECEM-Ibercobre o Endesa. En la actualidad, es miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas y, además de una insaciable curiosidad, conserva un temple y una agudeza que creo que ayudan a explicar su dilatada permanencia en la primera línea tanto de la vida política como de la empresarial.
Lo primero que quería preguntarte es acerca de la paradoja que supone que tú hayas estudiado en la Escuela de Ingeniería Industrial para ingresar después en el Cuerpo de Inspectores Financieros Tributarios y recalar finalmente en unos ministerios, los de Relaciones Sindicales, Gobernación (luego Interior) y Administración Territorial, que casan mal con tu formación de hombre de ciencias.
Yo cursé el Bachillerato en los Agustinos de León, donde entonces no había Universidad pero sí una Facultad de Veterinaria integrada en la Universidad de Oviedo, por lo que el tribunal para el Examen de Estado, que era lo que posibilitaba el acceso a los centros universitarios, se constituyó en Oviedo y, posteriormente, en León.
En 1952, el tribunal ante el que me examiné estaba presidido por el rector de aquella Universidad, el barbilampiño y treintañero catedrático Torcuato Fernández-Miranda.
En esos años no era extraño que quien acababa el Bachillerato con un buen expediente se encaminase hacia alguna de las Escuelas de Arquitectura o de Ingenieros, por el prestigio social de esas carreras y porque los que se graduaban en las Escuelas Técnicas, salvo en las de Arquitectura e Industriales, tenían la condición de funcionarios de los Ministerios de carácter técnico de los que dependían las Escuelas.
En el transcurso de los años he sido muy consciente de que si para algo no había sido dotado era para la Ingeniería Industrial en su especialidad de Mecánica, mi título profesional.
Al poco de superar el entonces difícil ingreso en la Escuela de Madrid entré en la política, con perjuicio para las calificaciones académicas, y cuando acabé los estudios, quizá para aunar la vocación de servicio público y la prevención ante las incertidumbres derivadas de nombramientos y ceses propios de la política, ingresé por oposición en el Cuerpo de Ingenieros Industriales al servicio de la Hacienda Pública, luego integrado en el de Inspectores Financieros y Tributarios. También por culpa de la política, ejercí no mucho.
¿Cuáles son tus recuerdos de la infancia en León, cómo te influyó estudiar en el colegio de los Agustinos?
Hijo y nieto de ferroviarios, nací en Santa María del Páramo (León), por donde no pasaba el ferrocarril, pero había una oficina ferroviaria en la que trabajaba mi padre y se facturaban productos agrícolas que se distribuían por tren desde una estación cercana. En mi familia siempre nos hemos considerado “gente del carril”. Cuando a mi padre le cambiaban de destino nosotros también nos trasladábamos. Vivimos en Venta de Baños, en la Guerra Civil; en El Barco de Valdeorras, Logroño y, finalmente, en León capital.
Tengo un gran recuerdo de la enseñanza de los Agustinos. Estudiar todo el Bachillerato con beca no supuso ninguna discriminación. Los Agustinos, al fin y al cabo de la misma Orden que Lutero, se comportaban ya entonces con un talante abierto en lo relacionado con lo religioso y con sensibilidad ante las desigualdades sociales. Ahora, en la clasificación relativa a la calidad de la enseñanza aquel colegio figura entre los cien mejores de España.
Siempre he mantenido una buena relación con los Agustinos. Tengo el título de “Afiliado” firmado por el actual Papa, León XIV, cuando era el Prior General de la Orden.
Rodolfo Martín Villa y Enrique Rajoy.
“Se tenía claro a dónde llegar, pero no tan claro cómo hacerlo. Unos defendíamos realizar reformas, y otros pedían una ruptura. Hizo de aglutinante una determinación, ampliamente compartida, de evitar enfrentamientos como los que precedieron a la Guerra Civil”
Al acabar el Bachillerato te trasladas a Madrid.
Sí, con becas del Sindicato Español Universitario y de la Organización Sindical realicé los estudios universitarios en Madrid y residí en el Colegio Mayor Santa María. En una excursión con el Colegio Mayor Santa Teresa, entonces femenino, conocí a quien desde 1962 es mi mujer, que entonces estudiaba Derecho y luego sacó su oposición. Eran los tiempos del rector de la Universidad de Madrid, hoy Complutense, Pedro Laín.
¿Cómo fue la experiencia en la Universidad?
Cuando preparaba el ingreso y dado que, como he dicho, la mayoría de las Escuelas de Ingenieros eran Escuelas de funcionarios, solo había fuera de Madrid dos de Industriales, en Bilbao y Barcelona, que también tenía Escuela de Arquitectura. En 1957 se emprendió una reforma con la Ley de Ordenación de las Enseñanzas Técnicas, que las adecuó para que formaran profesionales, algo muy necesario en momentos en que se salía de la autarquía y comenzaba la industrialización, primero, y el desarrollo, después.
Aquella Ley suponía una reforma progresista, pero fue muy mal recibida por quienes habían tenido que pasar por el anterior, y muy duro, sistema de ingreso. Cualquier colectivo es reacio al cambio y la experiencia me ha mostrado que cuando se trata de hacer reformas que afectan a estamentos concretos el progresismo está en el Gobierno y el conservadurismo en los afectados. Por lo demás, cuando los cambios conciernen a la Universidad, tan identificada con los progresos, la respuesta también puede ser conservadora.
En aquel conflicto, que motivó protestas y huelgas, está el origen de mi inicio en la política. En una asamblea celebrada en mi Escuela intervine para apoyar la reforma y me quedé casi solo, pero me escucharon con respeto. Y en el curso siguiente me eligieron subdelegado de la Escuela y fui representante estudiantil en la Mutualidad del Seguro Escolar. Fue mi primer cargo.
Cuando muere Franco, ¿estaba clara cuál era la deriva que el país iba a tomar, hacia dónde nos dirigíamos?
A la muerte de Franco casi todo era ya moderno menos el régimen político. La mayoría de la sociedad quería democracia, vivir con los mismos derechos y libertades existentes en países europeos de nuestro entorno.
Se tenía claro a dónde llegar, pero no tan claro cómo hacerlo. Unos defendíamos realizar reformas, y otros pedían una ruptura. Hizo de aglutinante una determinación, ampliamente compartida, de evitar enfrentamientos como los que precedieron a la Guerra Civil. Eso favoreció el “consenso de concordia nacional” por el que abogó el Rey Juan Carlos en su discurso de aceptación de la Corona en la Cortes.
Por lo demás, la sociedad había alcanzado una renta personal que nos había acercado mucho a la de la media de la Comunidad Europea entonces constituida por sus naciones más prósperas. De otra parte, las cifras de estudiantes habían crecido considerablemente en todos los niveles educativos, y es significativo que en 1975 las mujeres superaban el 41% del alumnado de la Universidad.
“La Ley para la Reforma Política es la que posibilita pasar del franquismo a la democracia al establecer que la soberanía nacional reside en el pueblo. Determina que las Cortes sean elegidas democráticamente y abre la puerta a la Constitución”
Hablemos del primer Gobierno después de Franco.
El primer Gobierno de la Monarquía lo constituimos veinte hombres, todos con responsabilidades, mayores o menores, en el franquismo. La diferencia entre nosotros derivaba de la edad. Una mitad había hecho la Guerra Civil, y la presencia en el Gabinete de la otra mitad creo que respondió a la iniciativa del Rey. Las divergencias sobre el calado de las reformas y su rapidez mostraron la dificultad de entendimiento entre el Rey y el presidente Arias Navarro.
Por otro lado, con independencia de las soluciones concretas que se plantearan, el problema era que aquel Gobierno se encontraba cuestionado por su origen y no se le reconocía autoridad para dirigir cualquier cambio. En todo caso, era imposible que las libertades políticas llegaran por reformas en el Fuero de los Españoles ni que las relaciones entre empresarios y trabajadores se resolvieran con modificaciones del Fuero del Trabajo.
¿Cómo se recibió el nombramiento de Adolfo Suárez?
Que el Rey le escogiese fue una decisión que sorprendió a casi todos. Su primer Gabinete fue recibido como un “Gobierno de PNN”, en alusión a los Profesores No Numerarios, con lo que se quería decir que no éramos de primera: demasiado jóvenes.
De sus veinte miembros, cuatro eran militares que habían participado en la Guerra. Los otros dieciséis, no. La mayoría pertenecíamos a diferentes familias políticas del franquismo. No todos habían, habíamos, estado siempre en la democracia, pero siempre habíamos estado todos en la reconciliación.
Ese Gobierno, no democrático, nombrado en julio de 1976, deja un año después, en julio de 1977, una España democrática, sin presos políticos en las cárceles y sin españoles exiliados.
Con ese Gobierno se aprueba la Ley para la Reforma Política.
Es la que posibilita pasar del franquismo a la democracia al establecer que la soberanía nacional reside en el pueblo. Determina que las Cortes sean elegidas democráticamente y abre la puerta a la Constitución.
Recuerdo que Adolfo Suárez convocó un Consejo de Ministros extraordinario a finales de agosto de 1976. Cuando llegó llevaba en la mano unos folios, sin firma: el borrador de la Ley de la Reforma Política elaborado, en mi criterio -hoy bastante generalizado- por Torcuato Fernández-Miranda, que había sido preceptor de don Juan Carlos y entonces era presidente de las Cortes. Las ideas esenciales de lo que había que hacer estaban en aquel borrador.
La Ley quedó aprobada por amplia mayoría en las Cortes franquistas en noviembre de 1976, y en el referéndum celebrado en diciembre tuvo también muy notable respaldo.
“Me resulta hoy difícil de aceptar que en la vida política se pretenda actuar como nietos de la Guerra Civil y no como hijos de la Transición”
La Constitución se elaboró y aprobó con el segundo Gobierno de Suárez.
Al poco de comenzar su mandato, las soluciones que hacían falta en la difícil situación económica y laboral, que no habían podido ser aplicadas por lo que antes he explicado, fueron adoptadas en los Pactos de la Moncloa, firmados por el Gobierno y las fuerzas parlamentarias en octubre de 1977.
Con ese Gobierno, ya democrático porque es resultado de las elecciones de 1977, se aprueba la Ley de Amnistía, pieza clave de la reconciliación y, con participación de todos los grupos parlamentarios, se elabora y aprueba una Constitución de consenso.
Después de todo esto, me resulta hoy difícil de aceptar que en la vida política se pretenda actuar como “nietos de la Guerra Civil y no como hijos de la Transición”.
Te vas de la política activa y regresas a ella sin que pase mucho tiempo.
Cesé en el Gobierno en abril de 1979, y ahora soy el único vivo de los ministros que formaron parte de todos los Gobiernos desde la muerte de Franco hasta la aprobación de la Constitución.
Poco después de dejar el Ministerio del Interior, el entonces presidente del Banco de Bilbao, José Ángel Sánchez-Asiaín, al que había conocido siendo yo director general en el Ministerio de Industria, me ofreció presidir una empresa del sector del cobre. En la empresa privada, además de que se llega mejor a final de mes, hay una adecuación entre esfuerzo y resultado, que no abunda en la política.
En septiembre de 1980 Adolfo Suárez me llamó para que volviese al Gobierno como ministro de Administración Territorial. Dada la importancia de lo relacionado con la construcción del Estado de las Autonomías, aceptar ser ministro de Administración Territorial sin ser vicepresidente fue una equivocación, y luego ser vicepresidente con Leopoldo Calvo-Sotelo sin ser ministro de Administración Territorial fue otra equivocación.
Solo estuve siete meses de vicepresidente porque dejé el Gobierno para trabajar como secretario de Organización de UCD, ya en su fase final.
¿Crees que la implosión de la UCD podría haberse evitado?
Más que un partido, UCD fue una empresa que posibilitó la Transición y, al igual que las empresas se disuelven legalmente por cumplimiento de su objeto social, UCD se extinguió tras las elecciones generales de 1982. Creo que lo vieron así quienes votaron.
¿Qué recuerdos tienes de tu posterior experiencia en órganos de gobierno de empresas?
Pasar de las responsabilidades políticas a las empresariales no resultó en exceso difícil. Siempre he pensado que cualquier ministro del Interior puede ser presidente de Endesa. Lo que no me resulta tan claro es que cualquier presidente de Endesa pueda ser ministro del Interior. Quizá sea una apreciación derivada de mi predilección por la política.
He sido y soy partidario de contar con empresas fuertes y competitivas. Por eso, una vez culminada la privatización de Endesa, impulsé su fusión con Iberdrola, que hubiera convertido a la empresa resultante en una campeona en un sector estratégico como es el de la energía.
Creo que fue un error la decisión del Gobierno que hizo imposible la fusión. No se dio cuenta de que en sectores estratégicos y regulados el liberalismo económico tiene sus límites.
Lo cierto es que habíamos privatizado Endesa y por errores de otro Gobierno resulta que hoy una empresa pública italiana es su propietaria.