Hipótesis en medio de la bruma

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Como los infectólogos demuestran a diario, sabemos muy poco del Covid-19 y, por lo tanto, de esta pandemia. La humanidad está mortificada por una abrupta reducción de la visibilidad. Aun así, podemos ensayar algunas hipótesis sobre lo que vendrá.

Estamos ante la primera crisis global en sentido estricto. La crisis de 2008 envolvió a Occidente. China se mantuvo a salvo. Inclusive se ufanó de no haber sido arrastrada por la ola y de haber asistido a los países de su área. Esta ventaja potenció a China y la integró más al mercado internacional en los últimos 12 años. Es muy probable que, sin ese ascenso dentro de lo que ya venía siendo una expansión de larga duración, la pandemia no hubiera tenido el nivel de internacionalización que tuvo. Decir que es la primera crisis de la globalización equivale, en este contexto, a decir que es la primera crisis que viaja desde Oriente a Occidente.

Otra peculiaridad de esta tormenta es que es, en algún sentido, deliberada. No lo es la epidemia. Pero sí lo es la estrategia de los gobiernos para enfrentarla. Estamos ante lo que Paul Krugman llamó un “coma inducido”. Rarísimo: los Estados deciden llevar a un grado ínfimo la actividad económica. Esta contracción supera a muchas anteriores. Tal vez a todas. Pero tiene un rasgo que la vuelve única. Y también misteriosa: la velocidad. Lo que a otras depresiones les demandó años, esta lo está consiguiendo en semanas. Esta intensidad califica al fenómeno por sus consecuencias políticas y emocionales.

Desconocemos las derivaciones de estos traumas. Pero ya sabemos que el Estado nacional se expande más en todos lados. Por su rol en la regulación sanitaria y en la asistencia económica. En países como los de América Latina esta expansión, cobijada siempre en el argumento de la excepcionalidad, sirve para agravar un desequilibrio clásico: el predominio del Poder Ejecutivo sobre los demás poderes. Habría que presumir que el resultado de esta experiencia para la región, cuando pase la ola, es un poder más cesarista.

A escala universal hay incógnitas por despejar. Una de las más relevantes es en qué grado habrá una reversión relativa de la integración global. Muchas compañías están padeciendo los costos del despliegue planetario de las cadenas de valor. Depender de insumos o de mano de obra de larga distancia se convirtió en un problema. El debate se abre alrededor de esta pregunta: ¿en qué medida es posible revertir esa integración internacional?

Es bastante obvio que habrá sectores de la economía que saldrán muy dañados. La logística, el transporte de pasajeros, los servicios turísticos, etc. Aquí se plantea otro interrogante: ¿qué velocidad tendrá la recuperación? Si se tiene en cuenta la dimensión del estímulo monetario que se está disponiendo, que se calcula equivalente a un 20% del producto bruto mundial, es posible que la recuperación sea más veloz de lo previsto. La expansión monetaria obliga a una discusión sobre sus efectos inflacionarios. Sobre todo porque habrá más proteccionismo.

Un aspecto interesante de la pandemia, y del encierro humano consiguiente, es que la naturaleza demuestra una capacidad de regeneración muy superior a la imaginada. Daría la impresión de que, con un esfuerzo político más deliberado, la utopía ambiental está más a mano de lo que suponíamos.

Miremos ahora a América Latina, donde ya se adivinan varios cambios. El más relevante es que esta crisis dejará más pobres. Se calcula que este año terminará con un mínimo de 44 millones de desocupados. La ayuda del Estado es insuficiente para asistir a esas personas. Hay que recordar que 90 millones de familias viven en barrios con pésima infraestructura, en condiciones de hacinamiento y sin servicios. La recesión para esa gente, que vive de un ingreso diario y azaroso, es mucho más dura que para otras franjas sociales. La pandemia ha tenido la capacidad de regular y paralizar a la economía informal, algo muy difícil de lograr en otras circunstancias. Para echar mano de un ejemplo llamativo: se ha paralizado hasta el narcotráfico.

La asistencia del Estado a los sectores dañados por la pandemia y la cuarentena demandará un esfuerzo fiscal excepcional. Este desafío agrava una dificultad que el sector público de estos países ya viene enfrentando: el financiamiento de las cuentas públicas cuyo desequilibrio está agravado.

En estos meses se asiste a un fenómeno extraño e inquietante. Como las tasas de financiamiento en la región son mucho más altas que las del mundo desarrollado, los grandes fondos siguen prestándole a países cuyas cuentas están entrando en grandes desequilibrios. No es disparatado esperar que, en algún tiempo, haya una ola de reestructuraciones soberanas en América Latina.

Carlos Pagni