Desde que en la Revolución Francesa se enarbolara el término “igualdad”, se plantearon enormes retos para la sociedad durante siglos. En 1789, sin duda, suponía un concepto revolucionario considerar que un noble y un artesano, o un campesino pudieran llegar a ejercer los mismos derechos. El fin de la segregación racial que se arrastró hasta finales del siglo pasado supuso otro hito en la historia de la humanidad. Sin embargo, la lucha contra la desigualdad entre hombres y mujeres y la puesta en marcha de medidas de discriminación positiva y políticas que faciliten esa igualdad hombre-mujer en su remuneración laboral, o en su vida cotidiana se arrastra hasta nuestros días sin que logremos superarla, ni siquiera en sociedades y democracias avanzadas, como es el caso de España. Esa ha sido la lucha del feminismo a través de siglos. Y en este momento, tras la asunción del Ministerio de Igualdad por parte de Podemos en la pasada legislatura y con el concurso de un socialismo más preocupado en mantener el Gobierno que en seguir sus propias recetas tradicionales, el feminismo se halla inmerso en una batalla interna que poco o nada aporta a la necesaria lucha en favor de la Igualdad.

La Constitución Española de 1978 establecía, en su artículo 14 que “los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social”. Sobre esa piedra angular trabajaron durante décadas colectivos feministas, denunciando el maltrato, la violencia, la explotación y la existencia de una brecha salarial de género que, si bien se ha reducido notablemente en las últimas décadas gracias a numerosas políticas emprendidas por sucesivos gobiernos, no ha impedido que, según se recoge en la publicación más reciente del Parlamento Europeo, la diferencia entre los ingresos brutos medios por hora de los hombres asalariados en España sea un 8,9% mayor que el de las mujeres, cifra que el último informe anual del sindicato CC.OO eleva hasta un 18,6%. 

La lucha contra la desigualdad y la puesta en marcha de medidas de discriminación positiva y políticas que faciliten esa igualdad hombre-mujer en su remuneración laboral, o en su vida cotidiana se arrastra hasta nuestros días sin que logremos superarla, ni siquiera en sociedades avanzadas

Se diría que íbamos por el buen camino, tras aprobar por unanimidad la Ley Integral contra la Violencia de Género, en 2004, un texto legal que sacó del ámbito privado la violencia estructural contra las mujeres, aunque pese a las medidas de protección, el trato penal o la ayuda a las víctimas, llevamos 10 casos de mujeres asesinadas en 2024 y se contabilizan 1.254 desde 2003, fecha en la que se inicia la serie estadística. Pero las políticas llevadas a cabo en la pasada legislatura, la llamada “Ley Trans”, que permite la autodeterminación de género, con un mero trámite en el Registro Civil, para cambiar la identidad en cuanto a nombre y sexo ha desencadenado la batalla entre el feminismo clásico y el “nuevo feminismo”. Si ser mujer es una elección personal ¿dónde queda la lucha por los derechos de las mujeres? se pregunta el feminismo tradicional, que deplora la sustitución de la categoría “sexo” por la “identidad de género” y denuncia un “borrado” de la lucha por la igualdad entre hombres y mujeres, mientras que la izquierda más extrema, promotora de la Ley, acusa de “tránsfobas” a quienes suscriben esta tesis. De entrada, esa Ley Trans es un filón para personas “sin escrúpulos” que se “autodeterminan” mujeres para beneficiarse ante las pruebas de acceso al Cuerpo de Policía Nacional, o para intentar cumplir una condena en una prisión de mujeres cuando su sexo biológico es “hombre”, o burlar la Ley contra la Violencia de Género. Esa autodeterminación de género, promovida por el gobierno de coalición entre PSOE y Podemos y la pelea por la abolición de la prostitución, una de las banderas del movimiento feminista tradicional, han sido los principales motivos de enfrentamiento dentro del feminismo y de la izquierda, mientras la derecha observa atónita el desaguisado. Con el Ministerio de Igualdad en manos de Podemos, la pasada legislatura, estas políticas han sido un auténtico “calvario” para el feminismo clásico y la bronca se ha saldado con una victoria de Montero y la cancelación de políticas y discursos que habían sido propios del PSOE. Hoy la violencia de género no da tregua, la brecha salarial sigue presente y faltan políticas que fomenten la conciliación de la vida familiar y laboral. Las “nuevas políticas” han supuesto un auténtico “tiro en el pie” para la unidad de acción en defensa de la Igualdad. Y el camino por recorrer aún es largo y más angosto si hay que caminarlo a la pata coja.

Esther Jaén