Ser mujer, a estas alturas del s.XXI, solamente debería ser un dato más en el curriculum, como la edad o la nacionalidad. Tenemos entre las personas más influyentes del mundo a mujeres extraordinarias, como Angela Merkel, Ursula Von der Leyen, Christine Lagarde o Ana Patricia Botín, y actualmente, Kamala Harris ha irrumpido con fuerza entre los políticos que van a escribir el futuro del mundo. España, además, ha tenido varias presidentas en el Congreso de los Diputados, numerosas ministras y vicepresidentas del Gobierno en los últimos 40 años. Han sido décadas de reivindicaciones de nuestras predecesoras, grandes cambios y de incorporación de las mujeres a las universidades, a la gestión política y a la toma de decisiones en los centros directivos de grandes empresas, y administraciones públicas.
Los registradores españoles podemos presumir de ser una corporación en la que, ya desde principios del siglo XX, ingresaron mujeres mucho antes de que con carácter general accedieran a otras profesiones jurídicas, tras la promulgación de la ley de 22 de julio de 1961, sobre derechos políticos, profesionales y de trabajo de la mujer. Actualmente, en nuestro escalafón hay tantas mujeres como hombres, lo cual se ve reflejado en el cuerpo de opositores y en los órganos representativos, como la decana nacional, la Junta de Gobierno, las Juntas Territoriales o la Asamblea de Decanos. Creo que, es muy importante que el sistema de acceso y promoción a una profesión dependa, como en nuestro caso, de unas oposiciones objetivas y públicas que garanticen un acceso de los aspirantes a las plazas por razones de mérito y capacidad. Cuando falla la objetividad, en cualquier ámbito, pueden darse situaciones de desequilibrio y de discriminación. Y en el ámbito doméstico, tiene gravísimas consecuencias, como estamos comprobando por el incremento histórico de denuncias y condenas por delitos de violencia de género en los años 2019 y 2020.
Siempre he creído esencial que la educación en valores se potencie. La educación es el motor de las civilizaciones. Y el respeto por encima de todo. Especialmente el respeto a uno mismo y a los demás. Mientras no se restaure la educación en valores estaremos condenando a las generaciones futuras a seguir cometiendo errores en el camino hacia la igualdad efectiva entre hombres y mujeres, entre otros.
Rosario Jiménez Rubio