La mujer en la política

1650

El feminismo ha supuesto la revolución más importante del último siglo. Una revolución que afecta a todos los ámbitos de la vida y que, como no podía ser de otro modo, también ha llegado a la política. Las últimas elecciones generales en nuestro país alumbraron un Congreso de los Diputados donde el 44% de sus representantes eran mujeres. Poner en perspectiva este dato nos obliga a recordar que en las primeras elecciones tras la Transición, ese porcentaje era de un 5%. Tan sólo 18 de los 350 escaños en la Cámara Baja fueron ocupados por mujeres.

El acceso de las mujeres a la política no ha sido un camino fácil. Debemos recordar que no hace tantos años, no es que no pudiéramos optar a representar a una parte de la sociedad, es que ni siquiera podíamos representarnos a nosotras mismas. La representación equilibrada de hombres y mujeres en el poder político es un imperativo democrático. La ausencia de mujeres en política es, por definición, un grave déficit en las democracias representativas. Por tanto, se trata de garantizar el derecho a la mitad de la población a poder representar a la ciudadanía, el derecho a la representación política.

Si bien la presencia de más mujeres en política es una consecuencia directa del feminismo, debemos tener muy presente que la presencia de mujeres, por sí mismas y por sí solo, no garantiza el desarrollo e impulso de políticas feministas, de políticas orientadas a favorecer la igualdad de género y a que no reproduzcan roles o estereotipos. Un ejemplo evidente de esta diferencia son las diputadas ultraderechistas que niegan, por ejemplo, la existencia de la violencia de género.

Necesitamos liderazgos feministas. Referentes de la lucha por la igualdad para las nuevas generaciones. Cada vez que una de nosotras rompe un techo de cristal, como hizo Kamala Harris el pasado mes de enero convirtiéndose en la primera mujer vicepresidenta de Estados Unidos, podemos felicitarnos por ello, pero no podemos olvidar que quienes limpian los cristales de esos techos que vamos rompiendo las mujeres son otras mujeres.

La representación equilibrada de hombres y mujeres en el poder político es un imperativo democrático. La ausencia de mujeres en política es, por definición, un grave déficit en las democracias representativas

Este fenómeno se explica por la existencia de suelos pegajosos, todas aquellas tareas de reproducción social y de cuidados que impiden a las mujeres progresar en sus carreras profesionales. El Gobierno de España refleja, en una frase que resume su labor política, una máxima del feminismo desde sus comienzos: no dejar a nadie atrás. Para avanzar debemos hacerlo todas.

Decía Michelle Bachelet que cuando una mujer entra en política, cambia la mujer. Cuando entran muchas, cambia la política. Ese es el objetivo: desarrollar políticas feministas que cambien la sociedad, un cambio que os incluya a todas.

La tarea no es fácil, pero eso no la hace menos importante sino más urgente. Hoy vivimos una suerte de contradicción histórica donde el movimiento feminista ha alcanzado grandes logros y es una fuerza hegemónica en nuestro país, pero la contrarrevolución reaccionaria que pone en cuestión los derechos conquistados ha ganado fuerza. Nos avisó Simone de Beauvoir que los derechos de las mujeres nunca se pueden dar por adquiridos, que debemos permanecer vigilantes toda nuestra vida. Los derechos de las mujeres para el PSOE no son negociables.

Hagámoslo con más fuerza que nunca, pero con un horizonte ambicioso. No podemos permitir que nuestras energías se centren únicamente en defender los derechos conquistados. Tenemos que seguir avanzando. Se lo debemos a quienes nos precedieron, a quienes hoy ponen su voz y su cuerpo por delante y a todas las que vendrán después.

Adriana Lastra