“Gracias a ser actor me he ahorrado muchas horas de terapia”


Asturiano de nacimiento y ferrolano de adopción, hace años que Javier Gutiérrez se reveló como un actor polifacético, que ha conquistado el corazón del público y sigue cosechando el aplauso de la crítica y los compañeros con sus trabajos. Ahí están sus dos Goya, una Concha de Plata, un Premio Feroz, dos Forqué, un Max y tres Premios de la Unión de Actores, entre otros, para demostrarlo. En lo que va de año, ha estrenado en cines dos road movies: Honeymoon y Pájaros, y la miniserie El caso Asunta, para Netflix. También ha grabado la serie de época La vida breve, para Movistar+, tiene pendiente el estreno de la película Estación Rocafort y ahora está de gira teatral con El traje. Sin embargo, este “culo inquieto”, como él mismo se define, tiene cuerda para rato y ya tiene nuevos proyectos de cara a la próxima temporada.


Junto a Luis Bermejo, retoma la obra El traje 12 años después de su estreno. ¿Qué les ha hecho volver a este título y cómo ha envejecido tras más de una década?

Tras la experiencia del año pasado en la versión teatral de Los santos inocentes, sobre todo, teníamos ganas de volver a reencontrarnos y hacer algo juntos sobre el escenario, porque no lo hacíamos desde nuestra época con Animalario. Y, buscando un texto que representar, nos dimos cuenta de que El traje no estaba lo suficientemente explotado y había envejecido muy bien. Creemos que refleja perfectamente el momento que estamos viviendo como sociedad actualmente: muy polarizado y muy tóxico. Y es que el texto de Juan Cavestany es una comedia muy negra, que aborda temas como la corrupción política, la soledad del individuo, o la deshumanización de la sociedad, y que nos muestra cómo la voracidad del sistema nos convierte en depredadores.

Además, desde el punto de vista de la interpretación, requiere de un importante ejercicio de funambulismo actoral que nos ‘pone’ mucho, porque hay que transitar por la comedia y el drama, con algunos toques de thriller. 

¿Qué debe tener un proyecto para que le diga que sí?

Le doy muchísima importancia a los compañeros de viaje, porque entiendo esta profesión como un lugar en el que uno no debe sufrir, sino disfrutar contando historias, y en eso tiene mucho que ver la buena compañía, el entenderse para llevar el proyecto a buen puerto. Y, por supuesto, también me interesa marcarme nuevos retos y explorar nuevos terrenos que me enriquezcan como actor. Por eso soy tan “culo inquieto” y no me acomodo en un género o en un medio, sino que voy picando de aquí y de allá.

“Entiendo esta profesión como un lugar en el que uno no debe sufrir, sino disfrutar contando historias”

¿Hay alguno de esos “proyectos reto” en su horizonte profesional?

Sí. La próxima temporada me enfrento a un nuevo reto teatral que me tiene inquieto. En mayo de 2025 estrenaremos en La Abadía Los yugoslavos, un texto de Juan Mayorga con bastante enjundia, que dirigirá él mismo, y para el que hay que arremangarse, porque exige mucho trabajo interpretativo, intelectual y de entendimiento, para que llegue claro y nítido al expectador. Y hasta ahí puedo leer…

¿Alguna vez se ha arrepentido de hacer un papel o de haber rechazado algún proyecto?

No me arrepiento de nada de lo que he hecho en mi carrera; ni de los proyectos que he aceptado, ni de los que he desechado; porque creo que de todo se aprende, ya sean aciertos o fracasos, y todo va a la mochila vital y profesional que todos cargamos.

¿Cuál diría que ha sido su papel más difícil y por qué?

Me he enfrentado a los más complicados en el teatro, donde los actores somos soberanos de todo el proceso creativo. Hace años interpreté un Macbeth con Carmen Machi, a las órdenes de Andrés Lima, y creo que no estuve a la altura, porque comparo a Shakespeare con una montaña imposible de escalar, donde ves la cumbre, pero nunca llegas. Mi asignatura pendiente es volver a medirme con el Bardo y salir airoso. Y también supuso un enorme reto interpretativo para mí un Woyzeck que hice en el Centro Dramático Nacional con mi querido y ya desaparecido Gerardo Vera.

¿Cómo se prepara para encarnar un nuevo personaje?

Dependiendo del género, del director y del tiempo que tenga para prepararme el papel, sigo procesos muy diferentes. Unas veces empiezo a construir el personaje de dentro para fuera y, otras veces, ocurre al contrario. No tengo una fórmula concreta, pero sí que siempre trato de recabar la mayor cantidad de material posible antes de comenzar a trabajar, ya sea a través de películas, libros, pinturas o música. Y es ese proceso creativo lo que más disfruto de mi trabajo, lo que más me divierte y hace cada trabajo diferente.

¿Y qué le resulta más difícil: interpretar un personaje que se le parezca o que sea lo más alejado posible de usted?

Me resulta más atractivo cuanto más alejado de mi naturaleza está, sobre todo porque me permite esconderme. Me pone muy nervioso que los personajes se asemejen a mí o tengan algo que ver conmigo. Creo que eso tiene menos que ver con el oficio actoral de encarnar a otra persona y hacerlo de forma convincente. Y eso me parece menos misterioso e interesante.

A lo largo de su trayectoria profesional ha interpretado personajes de toda índole en teatro, cine y televisión, ¿cómo salta de uno a otro?

Soy un actor que pone los cinco sentidos en cada trabajo. Soy muy meticuloso, muy riguroso y muy exigente, pero una vez termino un proyecto, me olvido de él. La experiencia me ha hecho ser bastante práctico a la hora de pasar de un personaje a otro. Lo ideal sería poder ir despojándome poco a poco de los ropajes de uno para ir metiéndome en otro, pero muchas veces no tengo tiempo para hacerlo, así que, no pienso mucho en lo que dejo atrás antes de empezar un nuevo libreto o guion. 

En el documental de Javier Kuhn 19. Solos frente a la verdad, confiesa que fue un niño excesivamente tímido y retraído; ¿la interpretación le ha ayudado a superarlo?

Gracias a esta profesión me he ahorrado muchas horas de terapia, porque interpretar es una forma de escapar de uno mismo y enfrentarse a otras vidas y otros problemas; una forma de conocer el alma humana, la naturaleza humana y, por ende, a uno mismo. Ya no tengo esa timidez enfermiza, pero también es cierto que hasta hace muy poco seguía sufriendo a la hora de enfrentarme a la promoción de un proyecto: hacer entrevistas, participar en una rueda de prensa… Si por mi fuera, desaparecería detrás de un personaje.

Javier Gutiérrez en El Traje. Foto: Ricardo Solís

¿Y cómo le dio por ser actor? ¿Fue un sueño de niño?

Yo era un niño muy solitario, porque el mal tiempo de Galicia, donde vivía, imposibilitaba que saliera de casa a jugar y hacía que pasara muchas horas leyendo en mi habitación. Eso hizo que desarrollara una imaginación muy precoz y me ayudó a imaginar otras vidas y otros universos. Ya de pequeño me gustaba imitar a vecinos y familiares en casa, y me sentía muy a gusto siendo el centro de atención, escapando de mí mismo y pudiendo vivir otras vidas. Pero la idea de ser actor cobró mucha fuerza sobre todo en la adolescencia.

En su discurso al ganar el Goya en 2019 se acordó de los actores que intentan vivir de la profesión, pero no reciben propuestas. ¿Se ha visto en esa situación en alguna ocasión?

Por fortuna, no. Pero soy muy consciente de que hay un grueso importante de la profesión que no puede vivir dignamente de este trabajo. Un reciente informe de AISGE refleja que más de la mitad del colectivo actoral en España debe recurrir a una segunda fuente de ingresos para poder vivir. Y no es un problema que tenga que ver con el talento, sino con la falta de oportunidades, pero de esta trastienda trágica y pavorosa no se habla. Por eso, soy consciente de que soy muy afortunado y siempre que puedo intento tener palabras de ánimo y de recuerdo para esas personas que pelean por hacerse un hueco y demostrar su valía en esta profesión.

¿En algún momento de su carrera se planteó tirar la toalla?

No, aunque reconozco que en ocasiones he tenido que hacer encaje de bolillos para llenar la nevera y pagar facturas, y he tenido que hacer trabajos que no me apetecía hacer.

Creo que en el guion de su primera película Al otro lado de la cama, escribió que no servía para hacer cine… ¿Qué le diría ahora a ese Javier del pasado? 

(Risas) Es algo que he comentado muchas veces con el director de la película, Emilio Martínez-Lázaro. Cada vez que nos vemos le recuerdo que tenía dos secuencias y que tuve que hacerlo muy mal, porque quedé relegado a una aparición mínima, así que anoté en el guion que no servía para hacer cine y me flagelé un poquito (más risas). No obstante, con el tiempo, uno va aprendiendo que ésta es una carrera de obstáculos muy larga, en la que hoy estás arriba y mañana abajo. Y no está mal dudar porque te encuentres falto de asideros y certezas. De hecho, este no saber si uno está preparado o es el actor adecuado para un papel, esas dudas, son las que a mí me ayudan y me hacen crecer como intérprete. Yo no sé hacer de todo, ni todo lo que sé hacer lo hago bien. Esto es un continuo proceso de aprendizaje, de tener hambre por mejorar, como actor y como persona. Porque esto también va de ser buena persona. Creo que para perdurar y hacer buenos trabajos se requiere también ser buena gente.

“Ser buena gente” debería ser imprescindible en cualquier profesión, y en la vida misma, ¿no?

Por supuesto, pero más aún en esta profesión, porque los actores somos material inflamable; somos personas que estamos muy necesitadas de cariño, de ayuda, de apoyo; los actores somos muy frágiles y vulnerables, porque estamos muy expuestos. Cuando uno sale a escena delante de 500-700 personas, te invade el miedo, el terror, quieres salir por piernas y encerrarte en casa, y hace falta mucha valentía, mucha vergüenza torera, para colocarse delante del público. 

Javier Gutiérrez y Luis Bermejo. Foto: Sergio Parra

Desde hace unos años, se ha metido a productor de teatro, ¿qué tipo de proyectos le gusta producir?

Aquellos que tengan que ver con retos interpretativos y con pisar terrenos que no hayan sido abonados. Me gusta el teatro pegado a la calle y a los problemas que nos rodean. En los 10 años que llevo produciendo (siempre muy bien arropado), hemos trabajado las enfermedades mentales en Elling, los problemas laborales o de empresa en Contracciones; hemos hablado de la relación con el poder en Los Mácbez, de la corrupción política o del alma en El traje, y de las relaciones de pareja en Principiantes. Hemos tocado muchos palos y trabajado con diferentes directores para alcanzar lo que soñábamos cuando nos embarcábamos en cada proyecto. Porque, sobre todo, es importante para mí poder elegir a los compañeros de viaje, desde el director al reparto, pasando por el lugar de estreno… esa es una de las ventajas de participar en la producción.

¿Y hay algún director con el que le gustaría trabajar o volver a hacerlo de nuevo?

Un director de cabecera para mí siempre es Andrés Lima; me encantaría repetir con Sergio Peris-Mencheta; y probar con Pablo Remón y con Carme Portacelli… Pondría muchísimos nombres en esa hipotética lista.

Se confiesa un apasionado de la novela negra. De no ser actor, ¿hubiese querido ser criminólogo o policía?

Me hubiese encantado ser detective privado. De hecho, hubo un momento que fantaseé con estudiar criminología. Con 14-15 años empecé a leer a Manuel Vázquez Montalbán y soy un apasionado de la saga de Pepe Carvalho que el creó. También de aquella novela negra de los años ochenta y principios de los noventa, con detectives privados que pululaban por ambientes decadentes, como los creados por Andreu Martín o Juan Madrid. Al final, la vida me llevó por otros derroteros, pero gracias a la interpretación he podido resarcirme e interpretar a varios detectives privados.


Campeones.

CURIOSIDADES

Declarado seguidor del Racing de Ferrol, la ciudad donde pasó su infancia, Javier Gutiérrez confiesa que de niño «fantaseaba» con la idea de formar parte del equipo. De hecho, jugó hasta los 14 años, cuando sus intereses se centraron más en las chicas y en salir con sus amigos. 

De niño también se le pasó por la cabeza ser misionero. «Estudié en el colegio La Salle, en el barrio de Caranza, y simpatizaba con la idea de las misiones que llevaban a cabo los hermanos», explica.

Ya en el instituto, se apuntó a su primer grupo de teatro, dirigido por el actor argentino Roberto Leal. Esa fue la casilla de salida de una exitosa carrera como actor que incluye más de una treintena de obras de teatro, cerca de 40 cintas de cine, con títulos como La isla mínima, Modelo 77 o Campeones, una película por la que renunció a ser El Profesor en la exitosa serie La casa de papel. 

Gema Fernández