Mandatarios de casi cincuenta países europeos, veintisiete de ellos juntos bajo el mismo paraguas, no olvidarán sus 48 horas en la ciudad española de Granada, en octubre de 2023. El magnetismo de la ciudad nazarí y el impacto de deambular por la Alhambra, contribuirán a que la huella de esas jornadas de trabajo sea indeleble. El marco será fundamental para tener presente de dónde viene Europa, qué representa en el siglo XXI y qué debe ser en el futuro.
Los mandatarios de Europa, los de la UE, los que están en la fila de la ampliación, y los que quieren pertenecer a ese club pero aún ni siquiera están en la lista de espera, cada uno en su papel, tienen la obligación política, moral e histórica de preservar Europa para toda la humanidad.
Millones de seres humanos pugnan por entrar en Europa a pesar de tener plena constancia de que el Mediterráneo y el Atlántico son grandes cementerios en los que acaban miles y miles de personas que consideran este continente como el lugar al que hay que llegar para tener una vida digna aunque esta se pierda en el intento.
Los resultados de la cumbre de Granada no fueron espectaculares ni pusieron fin a la crisis migratoria que se arrastra desde 2015. Pero no se rompió la baraja. Muchos de los países optaron por el mal menor consistente en seguir dando la batalla en el Consejo Europeo, en la Comisión y en el Parlamento Europeo por levantar barreras.La preocupación de las ONG por nuevas restricciones al desarrollo de sus misiones está más que justificada, pero, al mismo tiempo, se mantiene la intención de profundizar en el reparto solidario de migrantes. Se tomó conciencia de que no pueden dejarse solos a los países de entrada de inmigrantes, como España, Italia, Malta y Grecia, si se quiere que afronten la imposible tarea de acoger en condiciones dignas los intensos flujos de personas.
Los resultados de la cumbre de Granada no fueron espectaculares ni pusieron fin a la crisis migratoria que se arrastra desde 2015. Pero no se rompió la baraja. Muchos de los países optaron por el mal menor consistente en seguir dando la batalla en el Consejo Europeo, en la Comisión y en el Parlamento Europeo por levantar barreras
En las jornadas de Granada se quiso dividir, con criterios de eficacia, los dos grandes asuntos a tratar: emigración y ampliación de la Unión Europea con nuevos países. Pero ambos tienen un hilo conductor que desemboca en el ser del proyecto europeo. Este continente es y debe ser el lugar donde los ciudadanos se sienten cuidados en todo su ciclo vital, con un concepto de seguridad integral. Los agoreros que teorizan sobre la pequeñez de Europa frente a los gigantes emergentes no pueden ser quiénes acierten en el dibujo del futuro de la humanidad. El proyecto europeo se construyó a fuerza de crisis y esa suerte de milagro debe continuar a pesar de que atraviesa una de las etapas de mayor dificultad. El ánimo de los países más europeístas nace de la constatación de cómo se ha actuado frente a la pandemia del covid y también, por ahora, ante las consecuencias económicas y políticas de la invasión rusa de Ucrania.
Los enemigos del proyecto común y colectivo, con populismos y nacionalismos torpes y alicortos, con actitudes de bloqueo, son minoría y tienen razón quienes ponen el foco en las elecciones del próximo mes de junio al Parlamento Europeo. Atención a los postulados de los partidos de cada Estado y su ubicación en las familias europeas.
El gran salto de Europa con políticas pensadas para la vida digna de sus ciudadanos se dio tras la Segunda Guerra Mundial. La visión de los gobernantes de entonces y el esfuerzo de esas generaciones construyeron el mejor mundo posible. Ahora toca mirar y pensar en los jóvenes, que sientan que el continente es de ellos y para ellos. Europa, siempre es la solución.
Anabel Díez