Ya que la editora me ha dado barra libre, quiero aprovechar la oportunidad para escribir de la situación del periodismo. Como presidente de la Federación de Asociaciones de Periodistas de España (FAPE), me siento obligado. Y vaya por delante que no son buenos tiempos para la profesión. Después de una etapa boyante, la coincidencia en 2008 de la crisis económica con la del cambio de modelo (el soporte digital empezó a desplazar al papel) provocó una caída de ingresos que determinó muchas de las penurias que vinieron después: reducción de plantillas, recortes salariales, irrupción de medios digitales, dependencia cada vez mayor de los centros de poder (llámese publicidad), reflejo en la censura previa y autocensura y, lamentablemente, aumento de la desinformación. 

Las costumbres, tanto para periodistas como para ciudadanos, también cambiaron. Las noticias de mañana se empezaron a ofrecer hoy y la desinformación, alentada por la polarización política, se apoderó de las redes sociales, que se convirtieron en el vehículo apropiado para difundir las noticias falsas y los bulos. La desinformación, que no es un fenómeno nuevo en la historia de la humanidad (Napoleón se inventó el “vocabulario para engañar”, la Guerra de Cuba nació de una mentira, Rasputín era un maestro en la Rusia zarista…), impera desde entonces. 

Hay que mirar, seguramente, al Kremlin, a China, a Trump… Pero también a quienes contribuyen a amplificar narrativas de desinformación en ámbitos internos. Ahí aparecen, entre otros, los políticos y los propios medios de comunicación, que deben ser los primeros en hacerse autocrítica y pelear por acabar con esta situación. Paolo Cesarini, director del Observatorio Europeo de Medios Digitales, declaraba en una entrevista con EL PAÍS con motivo de la XVIII edición del Festival Internacional de Periodismo de Perugia que “la información está siendo bombardeada desde múltiples frentes” y los artífices de ese ataque son los interesados en dinamitar las instituciones y las fuentes de información para imponer una determinada agenda. Cesarini añadía que “la tensión política en España es una aliada de la desinformación”. 

La desinformación socava la democracia y si la prensa no encabeza la lucha contra ella, se facilitará la manipulación de la ciudadanía y los ataques a la libertad de prensa y al derecho a la información

La voz de alarma proviene del hecho de que la desinformación ha sido declarada por el Foro Económico Mundial de Davos como el principal riesgo global para los dos próximos años, cuando en el anterior informe ni siquiera aparecía entre los 10 primeros motivos de preocupación. La desinformación socava la democracia y si la prensa no encabeza la lucha contra ella, se facilitará la manipulación de la ciudadanía y los ataques a la libertad de prensa y al derecho a la información. Solo fortaleciendo la independencia y el control crítico de los poderes de manera que se traslade al ciudadano una información que permita forjar su opinión se recuperará la confianza. 

Contra esas prácticas, la respuesta es periodismo. PERIODISMO con mayúsculas. Es decir, hacer una información veraz, contrastada, contextualizada y bien explicada. Una información que respete los códigos éticos y deontológicos de la profesión y que sea honesta con el ciudadano, al que va dirigida. Debemos estar en la primera línea de la defensa de nuestros derechos, que tienen como principio y fin la libertad de expresión, el derecho a la información, el libre ejercicio del periodismo y la necesidad de acabar con la precarización laboral. 

En nuestras declaraciones y manifiestos, que desgraciadamente han sido muchos más de los que nos hubieran gustado, hemos tenido que repetirnos en las denuncias de los atropellos. Pero no por ser repetitivos vamos a dejar de hacerlo. Ahí siguen los señalamientos; los vetos a profesionales y medios por parte de algunos grupos políticos; los insultos y agresiones a periodistas; las prácticas poco edificantes de algunos periodistas (o pseudoperiodistas); las comparecencias sin preguntas; las presiones de los poderes fácticos; el requerimiento de fiscales y jueces para que el periodista revele sus fuentes; las querellas para frenar las investigaciones periodísticas o las campañas de presión orquestadas a través de las redes sociales para intimidar y desprestigiar a los profesionales. 

Por eso, en la última asamblea de la FAPE, celebrada en abril en Talavera de la Reina, recuperamos el lema SIN PERIODISMO NO HAY DEMOCRACIA con el que queremos reivindicar todos esos mensajes y el papel fundamental que tiene esta profesión para la convivencia pacífica. Es hora de poner en valor la importancia que tiene el periodismo en el contexto político y social para defender el sistema democrático.

Miguel Ángel Noceda