En la reunión del Foro Económico Mundial de este año se ha alertado como nunca del riesgo que corre la globalización. La angustia de una clase media que duda de su futuro laboral, la descomunal deuda mundial y la falta de una arquitectura internacional que garantice a los ciudadanos que la globalización es una fuente constante y segura de bienestar son bombas de relojería que hay que desactivar. Son tantos los cambios necesarios que, en su informe final, el presidente del Foro de Davos, Klaus Schwab, considera imprescindible acompañar el proceso con este axioma: “El futuro sistema global debe asentarse sobre una base más ética. Hay que eliminar distorsiones como la corrupción. Las élites deben presentar modelos de conducta que generen confianza. En resumen, necesitamos moralizar la globalización”.
Desgraciadamente, hay miembros de las élites que no han entendido su papel ejemplificador y, en busca de su propio provecho, perjudican con ello al resto de la clase dirigente y al sistema en general. Hay que asumir que, sin elevar la presión, la impunidad es posible, sobre todo mientras existan paraísos fiscales, secretos bancarios y territorios opacos. Se van a cumplir cinco años de un buen ejemplo: la deprimente confesión de Jordi Pujol. El descrédito y el repudio ha sido ya un enorme castigo para él, pero este quinto aniversario de uno de los mayores desplomes de una figura política en la historia de España es útil para recordar lo que supone la opacidad internacional.
Pujol, el hombre que había dirigido la Generalitat de Cataluña entre 1980 y 2003 había permitido que su familia ocultara dinero en el extranjero todo ese tiempo y siguió con el engaño en plena crisis económica ya como ex president y dirigente de Convergència. Fueron en total 34 años sin perder nunca coche oficial y salario público, pero con el rostro de promover que los catalanes pagaran impuestos, mientras toleraba que los suyos no lo hicieran. Y habría seguido más tiempo.
Todo arrancó así, según su controvertida versión: “Mi padre Florenci Pujol y Brugat, dispuso como última voluntad específica que un dinero ubicado en el extranjero -diferente del comprendido en su testamento- (…) fuera destinado a mis siete hijos y a mi esposa, porque él consideraba errónea y de incierto futuro mi opción por la política”. Sin embargo, era Pujol el que debía rechazar o regularizar tan goloso y venenoso legado al ser sus hijos menores de edad, pero nunca lo hizo, aunque asegura que su “conciencia” se lo pedía.
“Lamentablemente no se encontró nunca el momento adecuado para regularizar esta herencia, como sí han podido hacer el resto de personas que se encontraban en una situación similar en tres ocasiones excepcionales a lo largo de treinta años de vigencia del actual sistema tributario. Finalmente ha sido en estos últimos días que los miembros de mi familia han regularizado esta herencia, con las consecuencias del nuevo marco legal aprobado para incentivar la última regularización excepcional de noviembre de 2012 y para penalizar extremadamente las regularizaciones posteriores”. Traducción, las amnistías no eran caramelo suficiente y ni siquiera el varapalo del Real Decreto 1558/2012, de 15 de noviembre que impuso declarar bienes en el exterior y un régimen sancionador tan duro que Bruselas lo ha puesto en cuestión.
Sólo le animó a dar el paso tras publicar El Mundo que su familia tenía dinero en la Banca Privada de Andorra. Tres días después los Pujol decidieron transferir 3,1 millones a la filial Banco Madrid para intentar regularizar voluntariamente fuera de plazo y evitar males aún mayores. Inmediatamente después confesó, aunque queda mucho por esclarecer en la familia.
Éste y otros casos hacen necesarios nuevos instrumentos como el Registro de Titularidades Reales que ha permitido conocer el dato, por ejemplo, de que entre Andorra y Gibraltar suman más accionistas que EEUU en la trastienda de las empresas españolas. Que eso siga sucediendo en el siglo XXI y tras escándalos como el de Pujol hace evidente una de las conclusiones del Manifiesto del Foro de Davos, que reclama un salto cualitativo en la gobernanza mundial con más cooperación fiscal. Como advierten en el Foro, sin moralizar la globalización, el horizonte es la crisis o el caos.
Carlos Segovia