“Para mí, la interpretación es juego y tengo la suerte de haberme podido dedicar toda la vida a jugar”


Acaba de atravesar un “proceso curativo” de dos años por una leucemia de la que aún se está recuperando, tras un trasplante de médula que le ha devuelto a la vida y ha transformado su forma de mirar las cosas. Sus prioridades han cambiado, pero el teatro sigue siendo esa pasión que le mueve. Le salvó, en la distancia, durante su tratamiento de quimio y ahora vuelve a las salas de ensayo con nuevos proyectos con los que jugar y divertirse para hacernos pensar.


La primera pregunta es obligada: ¿cómo se encuentra?

Estoy sufriendo los efectos secundarios del trasplante de médula. Durante los primeros meses fueron más daños colaterales por el tratamiento de quimio, pero ahora ya tiene más que ver con la EICR (Enfermedad Injerto contra Receptor), que es una enfermedad autoinmune que tenemos los trasplantados. En este caso, las células de la médula ósea que me donó mi hermano no reconocen al huésped, es decir, a mi cuerpo, y lo atacan. Y eso se refleja en mi tejido conjuntivo, lo que me dificulta el movimiento. Pero me doy con un canto en los dientes. Estoy con energía, haciendo muchas cosas y, sobre todo, ESTOY VIVO y puedo contarlo.

Sigue en proceso de curación, pero ha tenido una convalecencia muy prolífica. En este tiempo, ha dirigido varias obras de teatro, ha documentado en vídeo todo lo que ha vivido y hasta ha escrito un libro, ¿es un “culo inquieto” o lo necesitaba para sanar?

Podría decir que ha sido el período más creativo de toda mi vida. Me diagnosticaron leucemia mientras ensayaba Cielos, de Wajdi Mouawad, que estrenamos en junio de 2023 en La Abadía, y decidí seguir adelante con los ensayos de 14.4 durante el proceso curativo porque no podía estar quieto. Y, dado que el tratamiento me dejaba hecho polvo, pero revivía cuando empezaba a ensayar, nos pareció interesante documentarlo; documentar cómo la pasión por algo te devuelve a la vida. Y se lo propuse a El Terrat, la productora de Andreu Buenafuente, y les pareció una buena idea, así que en breve tendremos documental.

“Estoy con energía, haciendo muchas cosas y, sobre todo, ESTOY VIVO y puedo contarlo”

¿Qué nos va a mostrar ese documental en la pantalla?

Todo el proceso curativo prácticamente desde que empezó. Fueron cuatro meses de grabación, desde febrero de 2024, ya con la enfermedad, pasando por el trasplante de médula y los tratamientos de quimio y radio durante los que ensayaba en la distancia enchufado al gotero, hasta el estreno de 14.4. Ensayar y grabar el documental durante este proceso me ha servido para curarme, me ha ayudado a atravesar el infierno y no estar tan sumergido en los tratamientos, porque me ha alejado del autocompadecimiento y del miedo y he podido llevarlo con distancia y perspectiva. De hecho, durante el montaje he visto muchas cosas que no recordaba haber vivido y me han sorprendido mucho. Al principio, miraba las imágenes con una objetividad necesaria para poder afrontarlas, me veía como un personaje, pero después me he permitido entrar en la historia, emocionarme y hasta reírme, porque este documental tiene momentos de mucha risa, hasta desternillantes, pese a atravesar un oscuro túnel. Estoy deseando que se estrene y lo vea el público. Estoy feliz de que nos hayan dejado contar nuestra historia a nuestra manera y confío en Mediapro, la coproductora, para moverlo como mejor convenga. Creo que la idea es ir a algunos festivales y después aterrizar en alguna plataforma. 

Fotos: Rubén Martín

Se ha pasado parte del verano en Nuevo México rodando una película, la primera después de más de dos años, ¿cómo ha sido volver a ponerse frente a las cámaras?

Ha sido la manera perfecta de volver a la vida en el cine. Llevaba más de dos años sin ponerme frente a la cámara cuando me llaman de la noche a la mañana para sustituir a un actor que se les había caído. Yo estaba con mi familia de vacaciones en L’Hospitalet y me pedían incorporarme al rodaje en tres días en Alburquerque, Nuevo México. Me mandaron el guion y lo primero que valoré es si físicamente podía enfrentarme al personaje, que era nada menos que el antagonista y aparecía en el 90% de las escenas. Vi que era asumible, pero puse un par de condiciones para aceptar: viajar con la familia, porque teníamos una planificación de verano juntos que no queríamos romper, y que todo el equipo de rodaje supiera cuál era mi estado para no tener que estar disimulando en el set. Y la verdad es que me han cuidado muchísimo y me lo han hecho pasar muy bien. El tigre, de Tom Segura, es la primera comedia que he rodado en mi vida y es escandalosamente divertida. Rodarla ha sido una maravilla, me costaba aguantarme la risa en las tomas; ha sido como un cariñoso abrazo de mi oficio, un regalazo.

Además, en febrero estrena Constelaciones en el Centro Dramático Nacional (CDN), ¿cómo espera que sea su vuelta a las salas de ensayo, su sala de juegos?

Para mí, la interpretación es juego y tengo la suerte de haberme podido dedicar toda la vida a jugar. No he tenido que hacer otra cosa que no fuera actuar o dirigir y, en este sentido, estaba deseando volver a una sala de ensayos, a esa juguetería donde me encuentro con algo que traigo de fábrica y me hace feliz, porque me conecto con la dirección como no lo hago con ninguna otra cosa. Pude hacerlo con Blaubeeren, que estrenamos el pasado mayo en Avilés, y Constelaciones es una nueva oportunidad de echarme otra partida, aunque en esta ocasión quizá me enfrente al proyecto más difícil y ambicioso que he hecho nunca. Es un experimento, un salto al vacío, porque queremos hacer seis versiones del mismo espectáculo, y con mi equipo ya estamos trabajando en ello para conseguirlo y que el viaje sea un disfrute.

Cuénteme algo más de este “salto al vacío” que está preparando.

Constelaciones es una comedia romántica escrita por Nick Payne, que habla del multiverso. Realmente es la historia de una relación de pareja desde que se conocen representada en ocho escenas, donde vamos a poder ver las diferentes opciones que toman los personajes en distintos universos paralelos y hacia dónde les lleva cada una de ellas. Lo ensayo con tres actores y tres actrices, que también son músicos, y en cada función se sorteará qué pareja hace cada función. Una pareja que puede ser mixta o no. Además, los cuatro que no actúen tocarán la banda sonora, que está compuesta exprofeso para la pareja que esté en escena, con lo cual, el público tiene la oportunidad de ver otra función si viene otro día. Será el mismo texto, la misma historia, pero otros actores y otra banda sonora diferente. Hemos querido elevar el tema del multiverso a la enésima potencia y casi metateatralizarlo. Por ello, hacer el casting de esta función ha sido muy complicado y es algo que he tenido que hacer durante mi proceso curativo.

Otra cosa que también ha hecho durante este proceso curativo ha sido escribir el libro 730 días: la enfermedad como espejo del tiempo, en el que habla de este “viaje” y de sus conexiones con el pasado y sus expectativas de futuro, ¿cómo ha sido la experiencia de ponerse frente al papel en blanco y abrirse en canal?

Ha sido muy terapéutico; aunque, cuando me propusieron escribir un libro sobre lo que me estaba pasando, no lo tuve muy claro. No me considero escritor, así que, al principio, no contesté a las propuestas que me llegaron de dos editoriales diferentes. Además, no quería contar lo mismo que ya estaba contando en el documental, donde hablo de mi proceso curativo. Pero, después, se me ocurrió que podía haber un componente genético, no sólo hereditario, en mi diagnóstico, ya que mi padre y mi abuelo habían muerto de cáncer, y, aunque los resultados fueron negativos, empecé a hacerme preguntas, a ahondar en mi pasado, en la historia de mi familia, en mi relación con mi padre… Y en mi cabeza empezó a dibujarse una historia que tiene mucho que ver con las necesidades básicas del ser humano: respirar, beber, comer, descansar, tener un hogar donde echar raíces, conectar con el otro y expresarse; que yo he sacrificado o no he atendido lo suficiente en mis primeros cuarenta y nueve años de vida en favor de la última. Me he volcado en la expresión y con ella me alimentaba, ella me hacía respirar… y así no se puede ir por la vida. Y, como un juego (si no es un juego ya sabes que a mí no me late), me puse a escribir por mi cuenta y, cuando ya tenía treinta páginas con un propósito y una tendencia claras, hablé con ambas editoriales y cerré el libro con una de ellas, pero sin una fecha concreta de entrega. Después, seguí escribiendo sin prisa, cuando me apetecía, cuando sentía la pulsión de hacerlo. Y así existe 730 días. Acabo de terminar el audiolibro y, por fin, voy a hacer la presentación oficial, que hasta ahora he tenido que ir aplazando. Será el 19 de noviembre, junto a mi querido hermano Juan Diego Botto, en la Sala Mirador.

El tigre, de Tom Segura, ha sido la manera perfecta de volver a la vida en el cine. Rodar esta comedia, la primera de mi vida, ha sido como un cariñoso abrazo de mi oficio”

¿En algún momento has sentido pudor al mostrar partes de tu vida y ciertos sentimientos tan íntimos?

Me he dejado muchas cosas que, quizá, sí me daban más pudor o no sentía el impulso de contarlas. He contado lo que creía que podía ayudar, sobre todo a mis hijos cuando en el futuro lean el libro. He escarbado mucho en mis raíces; tenía que contar cómo viví mi relación con mi padre; y he sentido mucho alivio al poner negro sobre blanco esa historia para poder abrazar al padre que fue y al niño que fui. Es una especie de legado, una guía de cómo viví, que me ha removido para bien; y, en este momento, me importa bastante poco lo que opinen los demás. Ha sido un acto de generosidad hacia los míos y un acto de limpieza hacia mí.

¿Podría ser el principio de su carrera como dramaturgo? Ahora que ya ha escrito su primer libro y ha puesto su granito de arena en la dramaturgia de 14.4, ¿se decidiría a escribir teatro?

Me considero un poco dramaturgo, porque trato de adaptar todos los textos que aterrizan en mis manos para llevarlos a mi universo. Cuando los leo, siempre me imagino una puesta en escena. Eso me gusta, reescribiendo es donde me muevo con fluidez. No obstante, mi hermano y yo tenemos la tentación de hacer algo con los escritos de mi abuelo, el padre de mi madre, para contar su apasionante historia, pues él y mi abuela fueron emigrantes exiliados, que vivieron en Rusia y China, y que volvieron a España a principios de los setenta. Pero, a día de hoy, me siento dramaturgo más en la adaptación que en la creación. De hecho, tengo un montón de ideas, que delego en terceros. Ahora mismo, le he pasado una de ellas a Paco Gámez para un clásico; con José Troncoso también estamos dándole una vuelta de tuerca gamberra a un Shakespeare; y a Esther F. Carrodeguas, que es la autora de Iribarne y Supernormales (que me fascinó esta función), le planteé una idea que tenía en la cabeza y ya la ha escrito. Se llama La tropa y es un texto que, probablemente, pongamos en escena en breve, y esto es una primicia. Y con Botto siempre hay ganas de volvernos a juntar para cualquier cosa. Todo eso me tiene muy activo. Además, mantengo una relación epistolar mensual con Stefano Massini, del que he dirigido ya dos obras y voy a dirigir una tercera, Siete minutos, cuyos ensayos comenzaremos en septiembre del año que viene, para estrenarse en el Teatro Español, coproducida junto a mi compañía, Barco Pirata. Tengo como 20-25 proyectos en el ordenador esperando ver la luz.

¿Y volveremos a verle de nuevo sobre un escenario y no sólo dirigiendo entre bambalinas?

Uno de esos proyectos de mi ordenador es, precisamente, uno en el que Juan Diego Botto me dirigiría a mí en un texto de José Padilla, pero me estoy tomando mis tiempos; no tanto por el proceso que acabo de vivir, sino porque cada vez me parece más difícil subirme a un escenario. Mi último viaje fue Lluvia constante (2014), que compaginé en el Clásico con Enrique VIII y la cisma de Inglaterra (2015), y fueron procesos muy bonitos, pero muy duros, porque mis hijos eran muy pequeños y tenía que estar de gira y no me los quería perder. Ahora que son un poco más mayores, tengo ganas de volver, pero sin prisa. 


Lehman Trilogy (2018). Foto: Sergio Parra

EL LUCHADOR

“Estoy aquí. Estoy vivo. Y la vida es la hostia”. Así se expresaba Sergio Peris-Mencheta (Madrid, 1975) en su Instagram el 21 de agosto de 2024, meses después de haberse sometido a un trasplante de médula, posible gracias a la generosidad de su hermano Yonyon. Poco más de un año después, ha publicado un libro sobre su “viaje” y documentado su proceso curativo en imágenes, que en breve verán la luz en forma de documental. Ha vuelto a ponerse delante de las cámaras en su primera comedia cinematográfica y a jugar con su compañía de teatro preparando nuevos montajes en las salas de ensayo. Es consciente de que no volverá a ser el de antes, que este “viaje” ha transformado su “manera de mirar a la muerte y, por lo tanto, a la vida”, pero tiene “ganas de vivir y comerme la vida a bocados”. Y, por ello, por “ser un ejemplo humano” durante su enfermedad, acaba de ser reconocido con la prestigiosa Orden del Mérito Civil y la Asociación Española Contra el Cáncer (AECC) de Marbella le ha concedido el Premio The Fighter “por su contribución normalización del cáncer, visibilizándola públicamente y ayudando a otras personas en el mismo proceso”.

Gema Fernández