Decía hace semanas el candidato a la presidencia de Estados Unidos, el demócrata Joe Biden que “no hay discusión posible entre salud y economía porque son las dos caras de la misma moneda”. Es la forma demócrata de explicar que, ante una pandemia no vista en décadas, una vez controlados los grandes daños sanitarios hay que reactivar la economía real cuanto antes.
El pragmatismo anglosajón no entiende de derrotas y sí de superación. Da igual que seas Demócrata o Republicano, todos tienen el gen de que el trabajo humaniza, nos da un propósito en la vida, y, sobre todo nos hace libres. Mantengo desde hace muchos años que el pragmatismo evolucionado del calvinismo y del luteranismo ha hecho de nuestros congéneres del norte de Europa y de Estados Unidos sociedades más libres y por lo tanto más ricas. Nunca antes se había parado el mundo por voluntad propia, y reactivarlo es cuestión de la misma voluntad y de libertad.
La pandemia del COVID-19 nos ha dejado ya varias lecciones. La primera es obvia, salvar vidas e investigar para alcanzar una cura. Esto ha de ser un vector de inversión de los países occidentales. Pero ni todas las vidas se pueden salvar, ni todos los hospitales van a estar preparados nunca para atender en cuestión de vida o muerte a miles de pacientes en UCIS a las que acuden al mismo tiempo con una dolencia desconocida. De hecho el cáncer no ha podido ser erradicado en 40 años, ni hay vacuna para el SIDA, ni remedio para tres millones de personas en España que sufren enfermedades raras (el 60% niños).
Y aquí llega la segunda lección aprendida por algunos, y puesta en práctica sólo por aquellos que lo llevan en los genes. El sentido común dice que, una vez que la emergencia ha pasado, y que los hospitales están suficientemente preparados, la vida tiene que seguir. Entiéndase por la vida, fundamentalmente el trabajar, porque en las últimas semanas parece que vivir implica preguntar en Instagram por la última marca de zapatillas para runners. Trabajar y poner en marcha el país para que los hospitales públicos y privados estén preparados, para que las empresas farmacéuticas y los científicos puedan cobrar por investigar y no por pasar el rato.
Si ha caído un meteorito en el mundo llamado COVID-19, la solución solo puede ser levantarse con más libertad y con más responsabilidad. Las prioridades deberían estar claras, a ver si por una vez acertamos a interiorizarlas y defenderlas
La tercera lección nos habla de libertades, libertades individuales. No hay sorpresa en que los países en los que sus ciudadanos quieren ser tratados como niños, al final dependen siempre de sus padres. Y en España estamos encantados de ser “tratados como niños”. Somos infantiles. No es casualidad que Grecia, Irlanda o Portugal, tras la intervención de la Troika en 2008 hayan sabido, no solo parar mejor la pandemia, sino ponerse a trabajar antes. Devolver deudas es muy duro. Italia, Francia y España no tuvimos el coraje de querer cambiar cuando pudimos. La suerte de no “ser intervenidos” tras la crisis del 2008 no fue aprovechada para reforzar nuestras virtudes y eliminar nuestras flaquezas. No, nuestra máxima fue la de siempre, heroicos un rato y esperando la sopa boba la mayor parte del tiempo. Y aquí estamos, temerosos de Dios esperando el Milagro. Ese que signifique dinero gratis de Europa pero manteniendo nuestras debilidades endémicas.
Si ha caído un meteorito en el mundo llamado COVID-19, la solución solo puede ser levantarse con más libertad y con más responsabilidad. Las prioridades deberían estar claras, a ver si por una vez acertamos a interiorizarlas y defenderlas.
Pilar García de la Granja