Desde finales de 2023, el Mar Rojo, uno de los principales corredores marítimos del mundo, es el escenario de un conflicto suscitado por los rebeldes hutíes en forma de ataques a buques, cargas y tripulaciones presumiblemente de nacionalidad israelí, con intereses o vínculos con Israel, o destinados a este país, si bien la interpretación de qué embarcaciones reúnen alguno de los criterios apuntados es a menudo laxa y enteramente subjetiva.
Justificados como apoyo a la causa palestina y destinados a lograr que Occidente apremie a Israel a un alto al fuego en Gaza, la disputa desvía convenientemente la atención de los problemas domésticos de Yemen, país poco menos que sumido en una inestabilidad endémica, en constante pugna entre el Ejecutivo actual, apoyado por Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos, y los elementos tribales, entre los que se encuentran los hutíes, respaldados por Irán. Estos últimos se erigen, así, como los grandes valedores del mundo árabe, encabezando la oposición hacia Estados Unidos y sus aliados occidentales, y reclamando un protagonismo hasta ahora obviado tanto en clave regional como internacional.
Geográficamente, el Mar Rojo conecta al Norte con el Mar Mediterráneo a través del Canal de Suez, y al Sur con el Estrecho de Bab-el-Mandeb, desembocando en el Océano Índico por medio del Golfo de Adén. Se estima que por él transita el 30% del tráfico mundial de contenedores y el 12% del comercio marítimo global, porcentaje que se eleva hasta el 40% si se circunscribe al comercio total entre Asia y Europa.
Los ataques hutíes a los buques que atraviesan esta ruta han puesto en jaque la libertad y seguridad de navegación, forzando a las principales navieras del mundo a suspender temporalmente sus operaciones en la zona. La alternativa pasa por circunnavegar el continente africano por el Cabo de Buena Esperanza añadiendo entre 15 y 20 días más a la duración total del viaje y disparando los costes de trayecto.
Aquéllos que deciden cruzar el Mar Rojo asumen, a priori, un mayor riesgo, por lo que las compañías de seguros incrementan sus primas y añaden recargos por peligrosidad o emergencia. La ruta sudafricana se traduce, en cambio, en tiempo añadido de tránsito, provocando demoras en la entrega, amén de una menor disponibilidad de embarcaciones para fletes, con el consiguiente aumento de la demanda de buques y contenedores.
Las estimaciones del Banco de España sugieren que el tráfico en el Mar Rojo se habría reducido en un 40% desde el inicio de la contienda. El retraso acumulado se empieza a hacer sentir en la escasez de bienes y materias primas en destino, si bien una crisis de abastecimiento total parece poco probable.
Por su parte, el impacto en la industria se prevé desigual, siendo el sector automovilístico uno de los mayores perjudicados por las elevadas tarifas de fletamento y el descenso de inventarios. Las cadenas globales de suministro y producción, de por sí debilitadas por el contexto postpandemia y la guerra de Ucrania, se ven nuevamente amenazadas, desterrando los pronósticos de recuperación económica.
A su vez, el incremento en el tiempo de navegación agudiza el gasto de combustible. Más allá del impacto medioambiental, este hecho dispara el temor a un rebote de la inflación, si bien por ahora su efecto habría sido reducido, y ahuyenta las previsiones de rebaja de los tipos de interés por los bancos centrales. Preocupa, además, el exponencial aumento del precio del petróleo o del gas natural licuado y demás recursos energéticos, caso de que el conflicto se extienda a otras zonas de la región, interrumpiendo el suministro.
La evolución de la crisis determinará su incidencia en la economía global, ya en riesgo de ralentización, a medida que los contratos de fletamento en vigor finalicen y los operadores deban negociar las nuevas condiciones. Mientras las grandes compañías de transporte marítimo de contenedores obtienen pingües beneficios que destinan a la compra de embarcaciones adicionales, los minoristas ven cómo los costes erosionan sus márgenes de ganancias. El sector del transporte aéreo podría ser el gran beneficiado.
Un bloqueo marítimo de facto en el Mar Rojo supondría una catástrofe sin precedentes, teniendo en cuenta las restricciones actuales del Canal de Panamá debido a la sequía y a fenómenos climáticos, y la delicada situación en el Mar Negro como consecuencia de la Guerra de Ucrania. Ante la proliferación de escenarios de crisis, es de esperar la continuidad en el envío de efectivos por parte de la coalición internacional con el fin de asegurar las rutas y combatir un eventual incremento de la piratería, lo que implicaría detraer medios de otras operaciones, y posiblemente disparará la hostilidad de los países de la región, con el subsiguiente riesgo de radicalización en generaciones venideras ante la percibida injerencia occidental.