martes, diciembre 3, 2024
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    ESPECIAL NÚMERO 100

    Planeta azul, frágil y poderoso

    Félix Rodríguez de la Fuente nos habló del “Planeta azul” con la intención de convocar a la audiencia alrededor de la fragilidad de la Tierra. Pero no fue el primero. En aquellas fechas la humanidad entera había quedado fascinada por las imágenes de nuestra casa vista desde el espacio. Eran la evidencia de que todos flotábamos a bordo de un pequeño barco, nuestro único barco. Desde aquel instante cambió la idea que teníamos del mundo y de nosotros mismos, y al tiempo lo hizo la que teníamos de la conservación de la naturaleza. Advertimos que la nave Tierra estaba viva y que esa característica, precisamente, hacía posible nuestra existencia. 

    Hoy sabemos que la vida en la Tierra es frágil, porque estamos destruyéndola, pero también que es poderosa, pues dependemos de ella. Al conjunto de toda la variedad de vida en la Tierra lo hemos llamado biodiversidad. Las condiciones físico-químicas de nuestro planeta han hecho posible y condicionan a la biodiversidad, evidentemente, pero también la biodiversidad modifica al planeta. Y al hacerlo, lo torna habitable. James Lovelock defendió que los seres vivos modifican su ambiente y lo mantienen en un cierto equilibrio imprescindible para sostener la propia vida, y habló de la hipótesis Gaia, según la cual toda la Tierra se comportaría como un solo organismo con capacidad de autorregulación. Ha cambiado el paradigma. La vieja idea de que los seres vivos no tenían más alternativa que adaptarse a los cambios ambientales, ya no resiste. El biólogo español Ricard Guerrero ha dicho que la propia vida ha determinado las condiciones idóneas en la Tierra para su desarrollo y evolución. ¿Están en riesgo esas condiciones? Déjenme responder brevemente a dos preguntas. Primero: ¿Hasta qué punto es frágil la biodiversidad? Y enseguida: ¿Cómo nos afecta? o quizás: ¿De qué modo dependemos de ella?

     Podríamos definir la biodiversidad de muchas maneras, entre otras cosas porque sus significados son múltiples. Como he apuntado, uno de ellas se refiere a la totalidad de la variación de formas de vida a múltiples escalas, desde los genes a los ecosistemas. No hay manera de medir la cantidad de biodiversidad pues, como señalan los expertos, “es casi infinita”. Lo más sencillo es medir el número de especies (simplificando mucho, una especie es un conjunto de seres vivos que se reproducen entre sí), pues son entidades relativamente fáciles de diferenciar (los nativos de Nueva Guinea distinguían casi las mismas especies de aves que los ornitólogos profesionales). ¿Cuántas especies hay? He dicho que es “relativamente fácil” diferenciarlas, pero nadie las ha contado. No existe, por el momento, nada parecido a un inventario general de las especies descritas en el mundo, pero se admite que son algo más de millón y medio las que han recibido un nombre por parte de los científicos. ¿Nos quedamos con esa cifra, pues? ¡Ni mucho menos! La mayor parte de la biodiversidad está por describir, no la conocemos. Se calcula que existen entre 3 y 100 millones de especies, aunque las estimaciones más razonables se centren entre 12 y 20 millones. Gastamos mucho tiempo y dinero para buscar vida en el espacio antes de conocer, ni siquiera aproximadamente, la diversidad de vida que existe aquí.

    Sí que sabemos, en cambio, que esa biodiversidad se está perdiendo muy aprisa, a un ritmo que se estima entre 100 y 10.000 veces más rápido del que sería normal (todas las especies acaban extinguiéndose; el ritmo al que normalmente lo hacen lo llamamos “extinción de fondo”). En la actualidad se pierden para siempre decenas de miles de especies anualmente (Wilson sostiene que alrededor de 27.000, lo que supone tres especies por hora), en lo que se considera una extinción masiva tan grave como la que acabó con los dinosaurios, si no más. Ello podría considerarse meramente desafortunado, pero en realidad es peligroso. Recuerden que la vida, aunque frágil, es más fuerte que nosotros. 

    Los especialistas llaman servicios ecosistémicos a los beneficios que de forma gratuita nos proporciona la biodiversidad. Incluyen, con muchos otros, la regulación de gases de la atmósfera (que entre otras cosas nos proporciona oxígeno para respirar), la polinización de las cosechas, el control de las inundaciones, etc. Hace varios lustros un grupo de investigadores afrontó el reto imposible de estimar en dinero lo que costaría sustituir a esos servicios ecosistémicos. Concluyeron que su valor era de aproximadamente 33 billones de dólares de 1994, más o menos el doble del producto global bruto. Dicho de otro modo, si destruimos la biodiversidad no habrá en el mundo dinero suficiente para pagar la prestación de los servicios que nos está ofreciendo (por otra parte no sabríamos cómo hacerlo). Por esa razón conservar la naturaleza, la Tierra viva, es egoísta e imprescindible, ya que resulta esencial para el futuro de todos y cada uno de nosotros. 

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    Revista nº60

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