Toca escribir sobre la inteligencia artificial (IA) y tengo que confesar que no es un tema que me guste mucho, aunque esté de moda. Me preocupa, me presenta serias dudas. He hablado con expertos y con personas que entienden mucho de ello y me cuentan lo fantástico que es y los enormes beneficios que proporciona. No lo dudo, pero yo soy bastante terrenal y me pregunto por los derechos humanos, por los derechos fundamentales, me pregunto dónde está el límite.
Vivimos en un mundo de cara a la galería, nuestra privacidad está en la calle, y a mí me gusta el anonimato en muchos aspectos de la vida. No hay nada como pasar desapercibida en determinadas ocasiones. No me gusta el control. Nuestro rastro queda en todos los sitios, queramos o no. Dejamos nuestra estela por el mundo digital, por el mundo informático, un mundo que llevamos a cuestas y que formamos parte de él. Estamos más que controlados y los gobiernos lo tienen en cuenta, todos. Y con la inteligencia artificial mucho más, está al alcance de todos, aunque me dicen los que saben de esto que se utiliza poco. Aquello que parecía de película ya es realidad.
Los expertos me hablan de los costes que puede reducir una empresa, del tiempo que se puede ganar y del trabajo que se puede sacar adelante, en especial en la Medicina, que ayuda a diagnosticar enfermedades. Todo eso, bien medido, está bien. Pero me refiero al uso que puede hacer cada uno de la IA. Se habla mucho del ChatGPT y de otros programas que te ofrecen todo al instante. He visto cómo lo hacen, yo no lo he utilizado. Recopilan y procesan grandes cantidades de datos personales y eso puede llevar a una vigilancia masiva sin el consentimiento del protagonista. Se pone en peligro el derecho a la privacidad y esos datos pueden ser utilizados y explotados por corporaciones y gobiernos.
Creo que es necesario informar, educar y concienciar sobre los impactos de la inteligencia artificial, el ciudadano debe saber cómo le afecta y cómo puede protegerse. El impacto sobre los derechos humanos es fundamental
Al ChatGPT le pides algo y automáticamente te lo da. La IA proporciona lo que quieras, todos los datos del mundo, compone música, crea obras de arte digitales, diseña productos… hasta puede hacer el trabajo de un periodista o de cualquier otro profesional. Esto último me parece muy peligroso. Se pueden ahorrar muchos puestos de trabajo en muchas profesiones, en muchas. ¿Dónde queda la creatividad, la imaginación, el ingenio, la chispa…? Lo que te hace único es tu experiencia.
Creo que es necesario informar, educar y concienciar sobre los impactos de la inteligencia artificial, el ciudadano debe saber cómo le afecta y cómo puede protegerse. El impacto sobre los derechos humanos es fundamental. Es necesario regular, que la IA se utilice de manera ética y responsable para que garantice y contribuya a la dignidad, a la dignidad de las personas.
Y viendo cómo está el mundo nos podemos preguntar cómo se utiliza la inteligencia artificial en determinados pueblos que viven en conflicto, algunos de forma permanente. Cómo la utilizan esos gobiernos y los poderosos de esos países. Podemos hablar de la guerra entre Israel y Hamás, también de la guerra en Ucrania tras la invasión de Rusia. Tenemos otros conflictos muy olvidados que quizá pensemos que ya no existen, pero podemos pensar en Sudán, Etiopía, Somalia, Burkina Faso, Nigeria, Siria, Yemen o Myannmar, por poner algún ejemplo. O podemos pensar en Haití, país del que sólo hablamos cuando hay terremotos, pero los haitianos viven una penosa situación, con pobreza, hambre y guerrilla. Y desde República Dominicana los haitianos y sus hijos, nacidos en la antigua isla La Española, son deportados a Haití, donde no tienen a nadie, por el color de su piel.
Y otra cosa que me pregunto es si con el buen uso de la IA habríamos evitado que algún inocente cumpliera condena, 15 años de cárcel, por un delito que no cometió, como es el caso del marroquí Ahmed Tommouhi a quien recientemente en ACIJUR le dimos un Premio Puñetas junto al guardia Civil Reyes Benítez. Claro que esto ocurrió hace más de 30 años. Pero de ello hablaré otro día.
Patricia Rosety