Foto: Carlos Moreno

“El paso de los años y las experiencias acumuladas fortalecen los cimientos de la aceptación”


Miren Agur Meabe compagina la edición con la traducción. Como escritora sus trabajos se desarrollan en torno a la poesía y a la literatura infantil y juvenil. En 2021 recibió el Premio Nacional de Poesía por Cómo guardar ceniza en el pecho (Nola gorde errautsa kolkoan), siendo la primera vez que el galardón se concedía a una obra escrita en euskera.


En primer lugar, la invitamos a definirse literariamente. ¿Cuáles son sus constantes literarias? 

Me defino como una voz que crea desde el contexto diario y doméstico, que se centra sobre el cuerpo de la mujer-sujeto, que explicita el deseo y observa el sentimiento amoroso, que atiende al sufrimiento de los débiles, que tiene presente la muerte y que reflexiona sobre la escritura. 

Entre mi vida y mi obra poética hay una unidad casi total, aunque a veces utilice dobles, alter egos o máscaras. He escrito sobre esos asuntos porque hacerlo era una forma de investigar sobre mí misma, en sentido amplio, entendiendo que el yo es un puente hacia otros yos. A veces, al escribir se producen ciertas revelaciones, de manera que el poema se convierte en una especie de mapa o de rosa de los vientos que marca los puntos cardinales de la propia vida. 

Háblenos, por favor, de este doble proceso: la creación poética y la posterior traducción.

Hay que buscar alternativas para que el texto sea autosuficiente en la lengua de llegada, y para ello, me concedo todas las licencias que considero necesarias. En literatura, desviarse del original es lícito (no así en áreas científicas o técnicas), siempre y cuando se mantenga el sentido. Traducir, pasar de un idioma al otro, reescribiendo, es decir, dando un margen a la creatividad. Reescribo los poemas como si usara lentes bifocales, la de cerca y la de lejos; es decir, la de la lengua A y la de la lengua B. Al final, la sensación es de que las dos versiones son un cuerpo con dos ropajes distintos.

Es posible mantener intactos el espíritu, la estructura, conseguir la misma consistencia formal… Aunque es verdad que en toda traducción se pierde algo, también se gana, porque traducir permite redondear y mejorar. No entiendo el texto como algo estanco sino como un ente orgánico susceptible de evolucionar.

“De niña ya buscaba mi silencio y mis momentos para escribir. Me di cuenta enseguida de que al escribir se producen ciertas revelaciones o se llega a ciertas conclusiones que se convierten en una especie de puntos cardinales para la vida”

¿Qué ha representado para usted la obtención del premio?

Todos los premios son importantes porque todos empujan, desde el más sencillo al más prestigioso. Sin embargo, creo que el reconocimiento llega en un momento de madurez poética, tras un recorrido de búsqueda y de experimentación de temas y formas, y está suponiendo una llegada muy amplia hacia un público que no me conocía. De hecho, en pocos meses se ha realizado ya la 4ª edición. 

En mi entorno he percibido una alegría y un orgullo generales. Y, como he expresado en varias ocasiones, el premio contiene un reconocimiento a nuestra lengua y a nuestra cultura.

A nivel humano, el premio me ha aportado la oportunidad de hacer amistades significativas y de enriquecerme. 

Cómo guardar cenizas en el pecho. Memoria, identidad, dolor, amor, pérdida. ¿Son algunas de esas cenizas? 

Este poemario es un ejercicio para aceptar aquello que antes fue y ahora no es, o que ha cambiado. El paso de los años y las experiencias acumuladas fortalecen los cimientos de la aceptación. Preguntar cómo guardar ceniza en el pecho o decir “gestionar la vida” es equivalente. La ceniza —una sustancia delicada, limpia, la síntesis homogeneizada de muchas materias— es la metáfora de la vida consumida.

¿Su escritura puede tener ecos de la Biblia y otros textos religiosos?

Efectivamente, existen referencias bíblicas salpicadas a lo largo del texto. En cuanto a personajes, por ejemplo, Débora, jueza de Israel; y en cuanto a imaginería religiosa y rituales. Por otra parte, en cuanto a la forma, en ciertos poemas se nota la influencia de los salmos, la cadencia versicular, etc.

Además, creo que en esta obra conviven en distintos grados tres tradiciones: la del mundo clásico grecolatino, la de la tradición vasca oral, y la de la literatura contemporánea.

Lekeitio y su comarca tienen un papel destacado en su obra.

Así es, tanto en este libro como en mis obras en prosa o en literatura juvenil. En el caso del poemario, en la primera parte, que se llama Un álbum es palpable, porque cumple la función de los archivadores de fotos. Es el apartado de la memoria que, jocosamente, yo llamo “autocostumbrista” porque contiene un punto de pintoresquismo: folklore personal de la infancia: paisajes, juegos, escuela y educación, modelos familiares… 

Entrelazados con los recuerdos, aparecen el peso del tiempo, un balance sobre los aprendizajes y la experiencia de envejecer.

Foto: Luis Zatika

Numerosas mujeres son referencia en su obra.

Por las páginas de este poemario pulula un montón de mujeres dando testimonio. De hecho, hay una parte titulada Fósforos, que consiste en quince retratos de grandes mujeres, algunas reales y otras ficticias, como Ellen Ripley (del film Alien), Lucy Westenra (amante de Drácula), Wendy (amiga de Peter Pan), Sheherezade, hermanas Brontë, Mary Shelley, Milia de Lastur y Emily Dickinson, la trovadora María de Francia y la primera escritora vasca Bizenta Mogel, la vidente Casandra o la cromagnon Ayla…

Muchas fueron pioneras en su campo o en la defensa de los derechos humanos. Son compinches de todas las épocas, de oficios y aficiones diversas, que dialogan entre sí y con los lectores. 

Este conjunto de celebritys (que podía ser otro, ya que las opciones son infinitas), forman parte de nuestra genealogía femenina y actualizar la visión que tenemos de ellas me ha servido para abordar temáticas como la sororidad, la independencia emocional, el proceso creativo como justificación de la propia vida, la religión como victimario, la conciencia de la obligación, la critica al amor romántico, el cuidado generacional, la estima hacia la sabiduría tradicional, la soledad o el retiro como vía de empoderamiento, la pedagogía de la cultura clásica, etc. 

En Cómo guardar ceniza en el pecho se aprecia también cierta preocupación por los conflictos sociales.

Sobre todo en la parte llamada Tempo giusto. El nombre juega con el término musical para definir irónicamente nuestra época. Me pregunto: ¿Hasta dónde llega la propia conciencia en cuanto al funcionamiento del mundo? Migraciones, cierre de fronteras, explotación, violencia, abusos sexuales, crímenes medioambientales… ¿Hay algún resto de esperanza en la caja de Pandora? 

¿Y qué aborda en su Viaje de invierno? 

Es la parte alegórica. Toma su nombre del ciclo de lieder que Schubert compuso sobre poemas del romántico alemán Müller. “Mi camino está lleno de nieve… Al amor le gusta andar errante”.

Mi viaje comienza en la ciudad y acaba en los paisajes naturales. Para quien quiere practicar el ejercicio de pensar, el camino es locus ideal; y también para quien quiere cambiar el pensamiento. La caminante dispone para ello de herramientas como las que se sugieren en los poemas La distancia y Prefijación.

El ojo se posa en varios elementos —una draga, el astillero, un ciruelo…— y percibe significados, o se los atribuye desde su subjetividad. Se va elaborando un universo de conclusiones mientras se produce “el alumbramiento de las alas”; es decir, la metamorfosis. El viaje se debe a la necesidad de un mutatis mutandis (“cambiando lo que se haya de cambiar”). Es el camino de la soledad y de la resiliencia, un viaje de invierno (independientemente de la estación).

“Lo decisivo es no perder el impulso para escribir, que las palabras no nos abandonen, habida cuenta de que es la escritura lo que nos define”

Antes ha mencionado la reflexión sobre la escritura como una de sus contantes temáticas.

Hay una especie de patología que nos empuja a escribir, una razón, algún ritual, procesos, vías… pero ¿cuál es el objetivo? Aunque a veces no hallamos una respuesta y avanzamos y retrocedemos en nuestras tentativas, lo decisivo es no perder el impulso para escribir, que las palabras no nos abandonen, habida cuenta de que es la escritura lo que nos define. 

¿Cuándo comenzó a escribir?

De niña ya buscaba mi silencio y mis momentos para escribir. Me di cuenta enseguida de que al escribir se producen ciertas revelaciones o se llega a ciertas conclusiones que se convierten en una especie de puntos cardinales para la vida. 

Háblenos, por favor, de su obra en prosa.

Mis obras en prosa principales son Un ojo de cristal (Kristalezko begi bat) y Quema de huesos (Hezurren erretura), que componen un tríptico con este poemario. Existen muchas conexiones entre los tres libros: tiempos y lugares, personajes, animales, símbolos… porque son obras escritas sucesivamente y corresponden a un mismo ciclo vital. También comparten la idea de la memoria, el paso del tiempo, la amistad, la pérdida, el amor y el desamor, los duelos… 

Son libros que, además, reivindican que toda vida se revaloriza gracias al tratamiento literario y que, formalmente, apuestan por la dilatación de los moldes clásicos.

¿Qué autores considera más influyentes en su obra literaria?

Mis grandes admiradas son la francesa Annie Ernaux, reina de la autoficción, Margaret Atwood, experta en crear perfiles psicológicos y en plasmar diversas luchas de poder, y desde el punto de vista de la erudición y la profundidad de sus reflexiones, Marguerite Yourcenar. Ya me gustaría tener un miligramo de su talento.

¿Qué está escribiendo ahora?

Una novela juvenil con saltos en el tiempo para recuperar la figura de Martija de Jauregi, comadrona de raíces lekeitianas, que ejerció su oficio en tierras de Navarra y fue desterrada a fines del siglo XVI. Mi objetivo es hacer reflexionar a los jóvenes sobre las dificultades de aquella época agitada, enviando allá a una chica de hoy en día.


NIRE PHOENIX CANARIENSIS

Palmondoa eta biok adin berekoak gara. Hazten ikusi dut, eta orain berak ikusten nau ni zahartzen. Geratzeko etorri zen, bizitzak, batzuetan, aurretiaz kalkula ezin daitezkeen probak ezartzen baititu: palmondo bat betiko da, diamanteak lez.

Gauean bere buruarekin mintzatzen da, hiritzar bateko zubi metalikoan bakarrik legokeen emakume bat bezala. Edo txilioka esaten du nire izena. Entzungor egiten diot nik: badakit gaixorik dagoela.

Ez dauka beldarren arrastorik hosto erorietan. Ez zaio koroa abaildu. Hala ere, beldur naiz hari begiratzeko: nire laguna isolaturik dago. Biok ala biok egiten dugu intziri neguko haizearekin.

Eguzkiak ira txikiak ernearazi dizkio betileetan; huntza sigi-saga dabilkio izter bakarrean gora; lore-mulko laranjak ditu berba-parrasta. Esan, arren, zein den zure azken guraria, fenix hegaztia ez zaren fenixa.

Palma iharrekin aterpea egin genuen kuadrillarentzat. Lagunetako batek aipu hau ekarri zigun abuztuko arratsalde batean. “Esan zuen Epikurok: `Lorategia eta lagunak. Ez dago beste erremediorik´. Uste dut arrazoi zuela”. Hala omen dio Sandor Maraik La mujer justa liburuan.

Gonbidatuek barre egin zuten pozez kopekin topa egitean, sumatu ere egin gabe palmondoak bere buruaz beste egitea erabaki dezanean, airean altxatuko gaituela sustraiekin.

Luze hitz egin behar dut nire palmondoarekin. Edonork ez dauka-eta palmondorik. Edonork ez dauka, ez, aurpegi biko paturik, bata lekukotza dena, eta bestea, mehatxu.

MI PHOENIX CANARIENSIS

La palmera y yo tenemos la misma edad. La he visto crecer y ahora me ve ella envejecer. Vino para quedarse, pues la vida, sin saber, impone pruebas incalculables: una palmera es para siempre, como los diamantes.

Habla consigo misma por las noches, igual que una mujer sola en el puente metálico de una gran ciudad. O grita mi nombre. Yo hago oídos sordos: sé que está enferma.

No hay rastros de larvas en sus hojas caídas. No se ha desplomado su corona. No obstante, me da miedo mirarla: mi amiga está aislada. Las dos gemimos con el viento del invierno.

El sol ha hecho brotar pequeños helechos en sus párpados; la hiedra trepa en zig-zag sobre su único muslo; colgajos naranjas son su verborrea. Dime, por favor, cuál es tu último deseo, fénix que no eres ave fénix.

Con las palmas secas hicimos un techado para nuestra gente. Alguien nos trajo una cita cierta tarde de agosto: “Dijo Epicuro: ‘Jardín y amigos. No hay otro remedio’. Creo que tenía razón”. Ver La mujer justa, Sándor Márai.

Los invitados reían al brindar con las copas sin sospechar siquiera que, cuando el árbol decida suicidarse, sus raíces nos lanzarán a todos por los aires.

Tengo que hablar con mi palmera largamente. No todo el mundo tiene una palmera. No todo el mundo tiene un destino de dos caras, una que es testimonio y otra que es amenaza.


DISTANTZIA

Nire bizitzatik erretiratu naiz
hiri batetik bezala
lurrikara ez behar bezain bortitz baten ondoren.
LETITIA ILEA

Distantzia da nire lekua.

Nagoen tokian airezko zutabeen gainean
pausa ditzaket nire barrukiak

eta ttu egin sasijainkoei.
Haien ahotsek harramazka egiten didate atzetik

loreak landatzera jartzen naizenean
edo aurpegia haize alde duen ubarroiari so egitean.

Hemen askatasunaren baliokide dira
hesteetako mina,
zapatu iluntzea leihotik begira,
hezurren krakada konpainia-piztiarik gabe,
Lachesis Mutus zaporeko arnasa geldoa,
asfaltoan zapaldutako tximeleta zuri-beltza.

Euriak ezabatu egin du nire argazkia bazterretan
(horrek esan nahi du lagunek ez nautela aipatzen
eta azkenerako denok sinistu dugula
inoiz ez naizela izan).

Hor kanpoan,
esferen valsak Vienako tiobibo-soinua dauka,

baina norentzat da melodia hori?
Infernua bakarka sekula zeharkatu ez edota
itzulbidea abiatu orduko prestatzen dutenentzat.

Nik neure buruarekin egiten ditut biltzarrak
hitzek pagamendua eskatzen duten gela hutsetan:
wanted, wanted, wanted.
Bihotzean zepoa eta garunetan izarrak,
ausikika ari naiz hausten hariak nahiz kateak,
oroit dudan zorionaz zer egin ebatzi bitartean.

Distantzia da nire lekua orain.

LA DISTANCIA

Me he retirado de mi vida
como de una ciudad
después de un terremoto no suficientemente fuerte
LETITIA ILEA

La distancia es mi lugar.

Donde estoy puedo posar mis despojos
sobre columnas de aire
y escupir a los falsos dioses.

Sus voces me arañan por detrás
cuando me dispongo a plantar flores
o a mirar al cormorán que da la cara al viento.

Aquí la libertad equivale
a dolor de intestinos,

a sábado por la noche desde la ventana,
a crujido de huesos sin animal de compañía,
a respiración lenta con gusto a Lachesis Mutus,
a mariposa blanquinegra aplastada en el asfalto.

El salitre difumina mi silueta en las aceras
(esto significa que mi gente no me nombra
y poco a poco hemos creído que nunca existí).

Ahí afuera, el vals de las esferas suena a carrusel vienés.
Pero ¿para quién es esa melodía?
Para quienes nunca cruzan solos el infierno o

preparan el camino de vuelta antes de echar de andar.

Yo celebro congresos conmigo misma
en habitaciones vacías donde las palabras exigen recompensa:
wanted, wanted, wanted.
Con un cepo en el corazón y cometas en el cerebro,
arranco a dentelladas filamentos y cadenas
mientras decido qué hacer con la felicidad que recuerdo.

La distancia es mi lugar ahora.

 

Antonio Tornel