Mi experiencia jurídica

En 1961 elegí la carrera de Derecho, aunque no conocía sus contenidos. Nadie de mi familia había ejercido esta profesión. Y la carrera me gustó, porque en ella se hablaba de muchas cosas importantes para la vida y me fui metiendo en sus entresijos, que no son lo que muchas veces, erróneamente, tendemos a identificar con la burocracia, sino los referidos a la protección de los derechos.

Las mujeres hemos llegado bastante tarde a ocupar los puestos más elementales de la profesión jurídica. Concepción Arenal, Clara Campoamor, Victoria Kent, estas dos mis predecesoras en la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación, son las más conocidas en esta historia de mujeres que ganan sus puestos paulatinamente a medida que con tesón se van abriendo camino por sí mismas en un mundo formado aun preferentemente por hombres. No es hasta 1966 que las mujeres han podido llegar a ser jueces y la primera lo fue de distrito en 1972. Y me recuerdo a mi misma, hace más de 50 años, rodeada de ilustrísimos juristas en las tareas del II Congreso Jurídico catalán. La única mujer durante muchos, demasiados años.

Los sectores jurídicos de los que puedo hablar con conocimiento de causa son la Universidad y la Judicatura. En la Universidad, Facultad de Derecho, las mujeres éramos minoría cuando empecé a estudiar. Mis compañeras lo recordarán. Todas nosotras o casi todas, continuamos trabajando al acabar nuestros estudios. Mi campo de trabajo fue la Universidad, aquella Facultad de la Diagonal de Barcelona de donde salí solo para ir al Tribunal Supremo. En 1968 éramos pocas profesoras, solo tres, y la verdad nunca tuve problemas con mis compañeros. Derecho era un ámbito muy respetuoso, muy abierto, donde en aquel momento se enseñaba a aprender la libertad, una cosa muy difícil de aprender aun hoy.

Mi conclusión es que cuando se aplica el principio de mérito y capacidad, las mujeres tienen oportunidades; cuando se trata de cargos de nombramiento discrecional, las oportunidades bajan

Y luego, muchos años después, me propusieron entrar en la Sala 1ª del Tribunal Supremo. Habían pasado ya muchos años desde que acabé la carrera. Las mujeres estaban ganando puestos en la carrera judicial, hasta el punto de que desde 2013 hay más juezas que jueces. Según las estadísticas del CGPJ, en enero de 2020, el 53,9% de los jueces y magistrados son mujeres y el 46,1% son hombres. Esta proporción podría aparentar una situación idílica totalmente falsa, porque si bien hay muchas mujeres en los órganos unipersonales de la carrera judicial, (67,2%), el número disminuye a medida que se sigue examinando el escalafón, de tal manera que en los órganos colegiados se invierte el porcentaje. Y no digamos a nivel de cargos: estos son ocupados preferentemente por hombres, ya sea porque las mujeres no optan por las plazas, ya sea porque si se presentan, no las eligen. Aunque realmente el caso más espectacular es el del Tribunal Constitucional: 6 mujeres en 40 años, aunque de estas, 1 presidenta y 3 vicepresidentas. No está mal.

Mi conclusión es que cuando se aplica el principio de mérito y capacidad, las mujeres tienen oportunidades; cuando se trata de cargos de nombramiento discrecional, las oportunidades bajan.

Nos queda un largo camino por recorrer para llegar al ideal de la normalidad.

Encarnación Roca Trias