“Bailar por bailar, para mí, no tiene sentido. Se puede reivindicar y denunciar”
Asegura que no puede entenderse sin bailar, pero para María Pagés (Sevilla, 1963) “bailar por bailar, no tiene sentido”. Ella cree que “se puede reivindicar y denunciar” y entiende el flamenco como un arte sin barreras, capaz de traspasar fronteras culturales, raciales, religiosas, ideológicas y artísticas para “crear un eco común”. Lo ha demostrado colaborando con bailarines y coreógrafos de otras disciplinas, como Tamara Rojo o Sidi Larbi Cherkaoui, o con artistas del mundo de la ópera, como Plácido Domingo; y dialogando con otras artes, como la literatura, a través de José Saramago, o la arquitectura, por medio de Niemeyer. Con la experiencia vital y profesional acumulada, ha decidido que era el momento de dedicarle Una oda al tiempo.
¿Qué inspiró este espectáculo?
Queríamos reflexionar sobre la contemporaneidad, que para nosotros es un diálogo continuo con la memoria. Y, a partir de ahí, hablar de algo que tanto nos preocupa, y ocupa, como el tiempo. Ése que intentamos agarrar y no podemos, que marca nuestra existencia, los procesos naturales… Y que para mí, con la edad que tengo, toma mucho más valor. Además, pretendemos reflejar el momento que vivimos, que nos despierta cierta inquietud, porque pasan cosas que nos hacen pensar que estamos en retroceso, que las democracias están en crisis, que aún queda mucho por hacer en la lucha de la mujer… Hablar de la dictadura del tiempo, en comparación con la dictadura de nuestros tiempos.
MEMORIA FLAMENCA
¿Cómo se transmite todo eso a través del flamenco?
Entendemos la danza flamenca como una creación global, en la que todos los elementos cuentan y nutren el espectáculo, desde la música a los textos y el vestuario. Así, hemos creado una dramaturgia musical que empieza en los cantos más primitivos, pasando por las influencias gitanas, árabes, judías, africanas… hasta llegar a ritmos contemporáneos. Hay muy diversas inspiraciones, desde John Cage hasta Vivaldi, pasando por Hermann, Stravinski, Tchaikovski… y todos los cantes flamencos. Todas las letras son originales, pero están inspiradas en autores tan dispares como Lorca, Machado, Marguerite Yourcenar, Platón, Octavio Paz o Neruda. Ellos han hablado del tiempo en sus obras, y nos han ayudado a reflejar el proceso temporal y cíclico que vivimos los humanos y la naturaleza, desde la primavera al invierno.
¿A ti cómo te ha tratado el tiempo?
Me encuentro en un momento espléndido. La experiencia profesional y vital me ha dado más contenido, instrumentos y posibilidades para contar cosas, porque el arte consiste en ser capaz de transmitir lo que vives. Aunque los años también me han hecho comprender que el tiempo es finito y hay límites para hacer ciertas cosas, por eso lo valoro mucho más.
¿Qué personas han marcado tu carrera profesional?
La experiencia y la madurez me han hecho valorar cada vez más a mis maestros. De todos ellos hay algo en mí. Manolo Valdivia me inculcó ese amor a la danza que sigo teniendo e intento transmitir. María Magdalena me enseñó la técnica; Matilde Corral, el temple; y de Antonio Gades aprendí la importancia del trabajo en equipo. Por eso decidí montar mi propia compañía. Pero también aprendo de las nuevas generaciones. Hablo de Olga Pericet, de Rocío Molina, de Israel Galván… Gente que me resulta muy interesante y que forma parte de ese hilo que luego será memoria.
Y en esa memoria colectiva, ¿cómo te gustaría ser recordada?
Siempre tenemos el deseo de que lo que hacemos perdure en el tiempo, pero creo que el tiempo es tan efímero que no hay nada que perdure. Por eso, lo único que me preocupa es cómo lo estoy haciendo aquí y ahora. Sólo quiero transmitir todo lo que yo he podido aprender a esos que vendrán luego.
“Cuando piso el escenario me siento en terreno sagrado, en un lugar donde todo es posible, donde puedes inventar lo que quieras, hablar de lo que sea, expresarte como quieras”
¿Darías algún consejo a esas nuevas generaciones que seguirán tus pasos?
Les diría que tengan muy en cuenta el valor del tiempo y lo aprovechen mucho, que mantengan siempre un diálogo con la memoria, y que valoren las enseñanzas de los que les han precedido, porque es fundamental para crear y poder reinterpretar. Porque inventar yo creo que no se inventa nada, se reinterpretan las cosas desde tu experiencia.
¿Qué provoca tu inspiración?
Ideas tengo muchas, pero intento elegir la que me resulta más interesante o necesaria por el momento y circunstancias que vivimos. Tanto a El Arbi (su pareja sentimental y creativa) como a mí, siempre nos ha preocupado que en todo lo que hacemos haya un compromiso. Para mí, bailar por bailar no tiene sentido. Creo que se puede reivindicar y denunciar, no sólo por conciencia social, sino por darle al espectador algo más de mí: mis ideas.
Tu compañía está a punto de cumplir la treintena. ¿Cómo ha sido el camino hasta llegar aquí?
Ha sido difícil, y no sólo en lo económico. He tenido que aprender a gestionar lo que al fin y al cabo es una empresa de la que dependen muchas familias. Y también a hacer equipo, un equipo que crea en mí, que me acompañe y haga posible todas esas ideas que tengo. Todo eso supone una dedicación muy grande, pero el entusiasmo no debe decaer. Hay que mantener la fe y la ilusión en esto, y eso a veces es difícil. No obstante, también creo que es un gran privilegio llegar hasta aquí y seguir levantando el telón en grandes teatros, con un equipo de gente estupenda, que está ahí, apoyándote.
¿Cómo te sientes cuando pisas el escenario?
Sigo sintiendo que es un espacio de libertad absoluta. Cuando lo piso, me siento en terreno sagrado, en un lugar donde todo es posible, donde puedes inventar lo que quieras, hablar de lo que sea, expresarte como quieras…
¿La María Pagés que vemos sobre el escenario es más libre?
Absolutamente. La vida cotidiana está llena de cortapisas y yo cada vez soy más tímida y sufro más fuera del escenario. Piso mejor el terreno del escenario, donde me siento fuerte y segura, que el terreno social del día a día.
Sin ningún antecedente flamenco en la familia, ¿cómo surge esta pasión en ti?
Es cierto que no vengo de un mundo dedicado a las artes. Mi padre era matemático y mi madre estudió magisterio, y luego fue madre de cinco hijos y una emprendedora que a sus 87 años sigue pensando en algo nuevo que montar. Pero siempre me han apoyado mucho y han creído en mí desde el principio. Nacer en una familia como la mía me aportó distancia para explorar el flamenco desde otros ángulos, pero también hizo que viviera mi aprendizaje en soledad.
¿Qué te ha aportado la danza?
Es mi vida. No puedo entenderme sin bailar.
¿Nunca te has imaginado haciendo otra cosa?
Siempre me han gustado las matemáticas, porque me divertían, y me veía muy capaz, muy chisposa, las entendía. Y de no haber encontrado este camino, quizá me hubiese dedicado a la investigación matemática. Los números me parecen tan mágicos… Todo en la vida tiene que ver con ellos: la música, el baile, la arquitectura…
Tú que has cosechado el beneplácito de público y crítica dentro y fuera de nuestras fronteras, ¿dónde crees que reside el éxito del flamenco?
Es un gran arte con una riquísima trayectoria vital. Tiene un origen popular, que hace que conecte con las emociones de cada persona sin necesidad de traducción. Por eso ha llegado a pisar los grandes escenarios. Hay grandes intérpretes y creadores en esta disciplina, que se han unido a otras artes para dialogar con ellas. Pero eso es así porque hay muchas culturas y razas dentro del flamenco, que se expresan creando un eco común, y eso conecta emocionalmente con muchas y diferentes formas de pensar y hacer.
Gema Fernández González