Hace ya tres décadas que dio comienzo la era de la digitalización, Internet, el ciberperiodismo -los nombres fueron incalculables- en la prensa. Fue en 1994 cuando los medios de comunicación estrenaron su salto a la denominada como red de redes –World Wide Web-. Y desde entonces la realidad se ha mostrado imparable. La prensa -de pago de forma plenamente generalizada hasta ese momento- pasó a tener una variante gratuita incluso en su versión impresa y se convirtió en un fenómeno sin coste para el lector de forma habitual. El artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas de 1948 empezaba a cobrar más sentido que nunca: “Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión”. Y ahora pasaba a ser gratuito y, por lo tanto, sin barreras económicas.

La evolución bajo la era digital dio muestras de su principal atributo: la libertad. Y, como tal, albergó periódicos absolutamente bajo demanda: plenamente gratuitos, mixtos, con muros de pago, con un número de noticias gratuitas y el resto de pago, por suscripción anual, mensual, por envío al correo electrónico con publicidad y gratuito, con envío sin publicidad y bajo suscripción… Porque, fuera como fuera, lo cierto es que la prensa aprendió a sobrevivir simplemente con los ingresos de la publicidad y los lectores aprendieron que podían leer no sólo un periódico -comprar más de uno no era nada habitual y sí muy caro-, sino todos los que quisieran. Y eso significaba una nueva forma de libertad de opinión. Porque se podían contrastar las noticias y su forma de publicarlas entre diferentes medios con distintas líneas de pensamiento y opinión. Libertad. De leer, de contrastar, de formar la opinión, de pensar. Libertad política y hasta de entretenimiento. 

¿Cuál era el problema? Ninguno. La prensa se adaptó tras una crisis inicial, obvia y lógico como en cualquier salto tecnológico.

Y el número de empresas periodísticas creció. Y el número de empleos total creció. Las grandes plantillas iniciales albergadas bajo no más de quince o veinte medios se redujeron. Cierto. Pero crecieron las redacciones medianas del doble de medios y las pequeñas de un número incalculable -nacionales, especializados, profesionales, sectoriales, locales, regionales…-.

El coste del papel dejó de ser la preocupación eterna. La negociación con los puntos de venta, igual. La distribución dejó de ser un coste más que prohibitivo en muchas ocasiones. Y la relación con el lector se convirtió en directa.

La evolución bajo la era digital dio muestras de su principal atributo: la libertad. Y, como tal, albergó periódicos absolutamente bajo demanda

La profesión periodística vio igualmente disparar otro sector profesional: los gabinetes de comunicación. No era ningún fenómeno nuevo, pero sí su escalada. Y es que la multiplicada generación de noticias impulsada por la aparición continua de medios dio lugar a una igualmente multiplicada necesidad de relación, interacción, respuesta o iniciativa por parte de las empresas, entidades públicas y demás operadores del mapa de la opinión pública.

Y, de nuevo, todo ello, con una capacidad de interacción y relación cien veces más rápida que la previa a la era digital en la prensa.

¿Errores en las informaciones? ¿Noticias sin confirmar? Evidentemente que las puede haber y las hay. Igual que antes. Pero igualmente rápido es el desmentido, igualmente automática la aparición de versiones contrarias en otros medios e igualmente accesible la versión del afectado por cualquier formato de distribución urgente -vídeo, audio o letra- a través de los incalculables medios, redes sociales, canales accesibles a cualquiera, mensajerías urgentes como WhatsApp, o prensa interesada en mostrar su capacidad de competencia o signo contrario a la noticia errónea o falsa publicada por otro competidor. Todo ello sin contar con el acceso a los tribunales para cualquier reclamación como siempre ha ocurrido.

¿Problemas? Pocos. ¿Ventajas? Incalculables. Porque esos digitales, esa era digital, esa digitalización no es sino sinónimo de libertad. Al margen de ser imparable.

Carlos Cuesta