jueves, noviembre 21, 2024
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    ESPECIAL NÚMERO 100

    La Benidormización

    Llega uno a Benidorm… y aquello parece la bahía de Hong Kong, pero sin brotes neumónicos. No está el impresionante Banco de China, pero está el hotel Bali, anunciado como el más alto de Europa, construido con las aportaciones de algún que otro natural de Polop y de unos laboriosos callosinos, los vecinos del pueblo de Callosa –unos kilómetros más arriba- que, sin hectáreas de costa propias, han sabido sacar buen provecho de los nísperos y de los plásticos que los cubren. A su alrededor decenas de edificios en una especie de carrera por alcanzar las nubes –hay días brumosos en que ocurre– y al fondo, el mar. Visto desde Terra Mítica o desde la Cruz, Benidorm podría parecerse incluso –aunque de lejos por muchas razones– a Nueva York. 

    Los turistas que llegan en verano andan apandillados como si estuvieran en permanente hinchada futbolera. Muchos de ellos son jaraneros y con una increíble capacidad para ingerir cerveza y bebidas espirituosas. No andan muy interesados por aquello de conocer otros lugares de la costa o del interior más allá de lo que les ofrece ese mundo de luces, alcohol y decibelios entre moles de hormigón. En invierno la cosa cambia y son nuestros ancianos los que, en masivos programas del INSERSO, bailan pasodobles desde el medio día hasta bien entrada la media noche, llenan las plazas hoteleras que sin ellos estarían semivacías, cubren presupuestos y mantienen la actividad turística en la zona. Benidorm, visto así, es una especie de paraíso para el ocio, si es que no buscamos mucho más allá de buenas playas y servicios europeos, aunque sea dentro de espacios limitados y masificados. 

    Benidorm está donde tiene que estar. Y mientras Benidorm y esa forma de entender el turismo se encuentren en ese lugar concreto de la costa –donde tampoco parece que hubiera otras muchas posibilidades de riqueza o un especial ecosistema que preservar– no pasa nada. El problema no es esa ciudad que, en algún sentido, cumple perfectamente su cometido. El problema es que Benidorm se ha convertido en ejemplo y guía a seguir por otros muchos municipios como el muy cercano Finestrat, la alteana Sierra de Bernia o Calpe por citar solo algunos de ellos. El problema es el crecimiento abusivo de metros cúbicos de edificación cerca de las playas, en la costa levantina y en general en todo el litoral español. El problema, por tanto, no es Benidorm… sino la “benidormización” del país. 

    El problema, por tanto, no es Benidorm… sino la “benidormización” del país. Cualquier copia es sucedáneo tirando a engendro

    Cualquier copia es sucedáneo tirando a engendro. Y eso es lo que está ocurriendo con tan especuladora manía de levantar torres de apartamentos en cualquier lugar como respuesta a las demandas de gentes a quienes el medio ambiente, el conservacionismo o simplemente el paisaje les importa un pimiento. La costa española empieza a ser un fiasco sin que nadie lo remedie. La “benidormización” crece, se expande por todas partes en una especie de carrera por meter cada vez más turistas y cada vez más edificios a lo largo y ancho de las playas españolas. Crecen las torres de apartamentos y desaparece el arbolado. Aumentan los precios de venta y disminuyen los metros cuadrados… Se exhibe el cemento y se pierde el paisaje. Es la locura. 

    Benidorm está donde tiene que estar. Es más que evidente –nos guste o no– el papel jugado por esa ciudad en el desarrollo turístico de este país; la duda está en si ese modelo es extensible al resto del litoral como es –según entiendo– el parecer o el interés de muchos constructores, especuladores y dirigentes políticos. La “benidormización”, la multiplicación salvaje de plazas turísticas sin un control riguroso, puede acabar –está acabando ya- con un litoral que era único; pero además puede convertir a nuestra costa en un insoportable y horroroso monumento de hormigón. No estamos lejos de ello.

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    Revista nº15

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