martes, diciembre 3, 2024
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    ESPECIAL NÚMERO 100

    Irán y sus “átomos para la paz”

    En Oriente Medio se localizan las dos terceras partes (exactamente el 63,3%) de las reservas mundiales de crudo. Como todas las economías petroleras de la región tienen un perfil industrial muy pobre y unos niveles de consumo muy alejados de los estándares occidentales, puede decirse de ellas que gozan de una “energía desbordante”. No necesitan de otras fuentes alternativas porque todo el Oriente Medio consume sólo el 5,9% de la producción mundial de petróleo, situación que contrasta radicalmente con la de la economía más desarrollada del planeta, los Estados Unidos, que, contando con un exiguo 2,7% de las reservas mundiales, se “tragan” (con Canadá) el 28,8% de la producción global de petróleo. Es cierto que el petróleo no es una energía renovable, pero los defensores de la “curva de Hubbert” todavía no han podido demostrar que las reservas mundiales de crudo estén cayendo a un ritmo cada vez más acelerado por el lado deslizante de la campana (que es la figura con la que ellos representan el binomio de una producción primero ascendente y hoy a punto de agotarse por una demanda expansiva). En el último semestre, el consumo voraz de China y la India no ha impedido que los precios del crudo desciendan un 20%. 

    La parte del león de esta riqueza excedentaria, detrás de Arabia Saudí, se la lleva Irán. Los dos son los únicos países de la zona que se libraron de las potencias coloniales europeas y que han seguido una trayectoria histórica más o menos independiente. Pero es la única nota que tienen en común. Arabia Saudí es un estado decadente y conservador y, como tal, se conforma con mantener su estatus vigente en la región. Irán –bien lo saben todos los espíritus jóvenes y agresivos– aspira a más y le parece poca su “energía envidiable”. Como proyecto de vida, tal intención es muy razonable, a condición de que el joven vigoroso no se convierta en el matón del barrio. Desgraciadamente, la actual estrategia nuclear de Irán –muy anterior al acceso a la presidencia del Estado persa de Mahmud Ahmadineyah– persigue con tenacidad unos objetivos muy desestabilizadores en la zona más cruel y despiadada del mundo, deja al desnudo su retórica de un desarrollo atómico exclusivamente pacífico y de uso civil que su economía no necesita y encubre una grave amenaza dirigida a todos los países de la región. 

    Ahmadineyah, un viejo miembro de los Guardianes de la Revolución que en 1986, durante la guerra con Iraq, se alistó en su brigada especial de instalación de minas (es ingeniero de profesión), ha saltado al carro en marcha del programa nuclear de Irán ávido por activar cuanto antes la mina más explosiva de su dilatada carrera política. Distinguido con el diploma de “gobernador ejemplar” de la provincia de Ardabil en los años 90 y compañero reciente de la Asociación de Abnegados de la República Islámica, considera llegada la hora de añadir a su brillante “curriculum vitae” la mayor distinción que imagina su furor mesiánico, la ya indicada y bastante prosaica de matón de barrio. 

    Sus reiteradas y apocalípticas apelaciones a la necesidad de destruir el Estado de Israel son bien elocuentes de la imagen fantasmal que tiene de los judíos y de las obsesiones que impulsan el motor vital de los ayatollahs iraníes. Israel e Irán no comparten unas fronteras separadas por más de 1.000 kms. de distancia. Son dos estados que nunca han tenido una disputa militar, territorial o económica. Ello no impide a los iraníes armar y financiar a Hamas o Yihad Islámica para cometer actos terroristas en territorio israelí, ni hacer lo mismo con Hezbollah para hostigar su frontera norte y avivar el caos multiétnico en el Líbano, impidiendo unas relaciones normales con sus vecinos del sur. La obsesión iraní trasciende la propia geografía del Oriente Medio para ridiculizar la Shoah hebrea en la Europa nazi o trasladarse al otro lado del océano y dinamitar en 1994 la sede de la mutua judía en la lejana Buenos Aires dejando entre sus escombros decenas de cadáveres y cuerpos mutilados.

    Sólo los ilusos creen que hay “ejes del mal” y “ejes del bien”. Los ejes no son categorías morales. La sociedad iraní es variada y compleja y debe elegir por sí misma su lugar en el mundo. Sin embargo, el “núcleo duro” de su poder estatal niega el derecho a existir de Israel. Cuarenta años después de la Guerra de los Seis Días, el Estado hebreo afronta otra vez una cuestión existencial que ya había olvidado, en esta ocasión con una amenaza nuclear de por medio. El presidente Ahmadineyah puede decir lo que quiera sobre Israel. Nadie es responsable de la opinión que de él tienen los demás. Las palabras no matan y a veces es mejor hacerse el sordo. Pero de uno mismo depende, en última instancia, garantizar su derecho a seguir viviendo.

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    Revista nº37

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