jueves, noviembre 21, 2024
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    ESPECIAL NÚMERO 100

    Estereotipos ignorantes

    Hace unos días, cuando leía la valoración social de las profesiones en el Barómetro de junio del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), volvía a pensar en la fuerza de los estereotipos y en las abundantes dosis de ignorancia que los conforman. El estudio no incluía a los registradores de la propiedad. Supongo que, en parte, por su exotismo y su escasez. O eso es lo que habrán pensado seguramente los sociólogos del CIS. A la gente se le puede pedir que valore a los fontaneros o a los profesores, pero, ¿cuántos españoles saben lo que es exactamente un registrador de la propiedad? Y dados los efectos de la ignorancia, mejor para los registradores no haber sido incluidos. Cuanto menos se sabe de una profesión, peor se la valora. Luego, imaginemos los resultados.

    Los datos del CIS son el sustento empírico de las afirmaciones que hago en este artículo. Y se supone que corresponden a una muestra representativa de los españoles. Pero antes de ir tan lejos me puedo poner yo misma de muestra representativa para confesar en este lugar tan comprometido, que mi este-reotipo de los registradores de la propiedad se imagina a unos hombres, que no mujeres, monótonos, irritantemente legalistas, poco imaginativos, muy serios y muy honrados. El “pequeño problema” de la descripción anterior es que no he mantenido una conversación de más de diez minutos con un registrador de la propiedad en mi vida, lo que da a cualquiera el perfecto derecho a afirmar que esa imagen no sólo es ignorante sino atrevidamente estúpida.

    Nada que alegar. Si acaso, que comparto estereotipos ignorantes con el resto de españoles. Sobre los registradores de la propiedad y sobre otras muchas profesiones. En ese estudio del CIS que he mencionado más arriba, las profesiones peor consideradas coinciden, precisamente, con las menos conocidas. En otras palabras, cuando a los encuestados se les pregunta por su nivel de trato con personas de las diferentes profesiones que acaban de juzgar, he aquí que muestran tener menos trato precisamente con aquellas profesiones que valoran peor. Con la excepción de los abogados. Los españoles conocen a bastantes abogados, pero los valoran mal, y, sin embargo, a continuación, recomiendan la abogacía como una profesión adecuada para sus hijos. Es decir, que tenemos algún problema psicológico con los abogados para cuyo desentrañamiento necesitaríamos un especialista. En psicología, quiero decir.

    Para los demás, no hay nada especialmente sorprendente en descubrir que los periodistas y los militares ocupan, junto a los abogados, los últimos lugares de la clasificación, mientras que los médicos y los enfermeros la lideran y los profesores se colocan en un honroso tercer puesto. Por supuesto, los políticos no están incluidos. Si así hubiera sido, ya los habría mencionado para contar lo inevitable, que baten el récord de la peor puntuación, que es lo que suele ocurrir cada vez que se da a la gente la oportunidad de opinar sobre ellos. Y hasta de los políticos me atrevo a decir que su pésima consideración pública se debe, en buena medida, a la ignorancia.

    Por esas combinaciones de la vocación y de la vida, yo formo parte de dos de las profesiones de la clasificación, una que está en la cabeza, los profesores, y otra que está a la cola, la de los periodistas. Sé que una de las razones discriminatorias en el juicio de los encuestados es la seguridad en el puesto de trabajo y que eso juega a favor de los profesores. Pero me temo que el resto de los ingredientes que contribuyen al elogio a los profesores y a la defenestración de los periodistas se componen de suposiciones sobre su servicio a la sociedad y su honorabilidad. Es decir, se componen de estereotipos ignorantes.

    Porque no sé qué motivo puede llevarnos a dar por supuesto que el gusto por la enseñanza implica más entrega a los demás que la vocación de la información o que una cosa es socialmente más necesaria que la otra. Y aun me choca más lo de la honorabilidad, esa tendencia a pensar que los periodistas son mucho más gamberros, corruptibles o indecentes que los profesores, cuando la única diferencia es la escala y la publicidad de sus inmoralidades. Porque el grado de miseria humana es exactamente el mismo en ambas.

    Y el dinero, como siempre, nos arroja poca luz sobre estas caprichosas preferencias ciudadanas. En esto de la evaluación de las profesiones, ocurre lo mismo que en una buena parte de las actitudes sociales. La motivación económica, supuestamente tan importante, no explica casi nada. Si hiciéramos un listado de profesiones según el nivel de ingresos, comprobaríamos que la valoración tiene poco que ver con el dinero. El prestigio y la aprobación social se fundan en otras cosas mucho más etéreas, aunque sean falsas e ignorantes.

    Revista nº34

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