Dos años ya y sigue la masacre. A la espera de saber hasta dónde llega el plan para que cese el genocidio que han suscrito Trump y Netanyahu, no cunde precisamente el optimismo sobre Gaza ni sobre el mundo. 67.000 asesinados y la cifra va en aumento. En todo caso, si después del discurso de Donald Trump ante Naciones Unidas, la ONU sigue en pie, su permanencia estará garantizada otros 80 años. No había habido jamás antes un ataque a las reglas más elementales de la democracia, ni un ejercicio de autopropaganda semejante, ni una embestida más virulenta que la que hizo el presidente de los EE.UU. contra el multilateralismo, el desarrollo sostenible o a la diplomacia global.
El orden mundial es algo que se impone en estos tiempos en los que el ultranacionalismo está en auge a golpe de populismo, de la ley del más fuerte y de humillar a las instituciones globales. “La inmigración les está arruinando”, espetó el mandatario norteamericano a los jefes de gobierno de la UE, a quienes emplazó a que acaben con “su fracasado experimento de fronteras abiertas porque sus países se están yendo al infierno”. Tuvo también palabras acusatorias contra la ONU, de quien dijo sin prueba alguna que financia oleadas de inmigrantes para que crucen ilegalmente a los Estados Unidos.
Obsesionado con que le concedan el Premio Nobel de la Paz, Trump acusó a los inmigrantes de criminales y a Naciones Unidas de deteriorar premeditadamente el orden mundial. Todo en él son improperios e infamias, además de una defensa cerrada de quienes, como él mismo, alientan, justifican y amparan el asalto a las instituciones democráticas. De ahí su alineamiento con personajes como Bolsonaro (condenado por la justicia a 27 años de cárcel por intento de golpe de Estado) y sus andanadas contra los aliados de la OTAN por reconocer al Estado palestino, que cree “una recompensa demasiado grande para Hamás”.
A diferencia del enfrentamiento que hubo durante los años de la Guerra Fría del siglo XX entre la URSS y China de un lado, y los Estados Unidos de otro, la batalla actual es de intereses de poder en el caso de China y, sobre todo, del mantenimiento del perímetro de seguridad en el de Rusia. La invasión de Ucrania no es un “aviso a navegantes”, sino más bien otro efecto de esta entropía global
Ni una palabra sobre la ofensiva israelí, ni sobre el bloqueo a la entrada de ayuda humanitaria, ni sobre la inexorable condena de los gazatíes a elegir entre la muerte y el hambre. Si esta es la diplomacia que nos espera, apañados vamos todos. El mundo está en manos de un demente dispuesto a dinamitar el statu quo que surgió tras la segunda guerra mundial y que dio tantas certezas a nuestras vidas. Bienvenidos al nuevo desorden mundial, en el que tampoco hay que ignorar el despliegue de China como potencia global y el retorno de Rusia a la escena internacional. A diferencia del enfrentamiento que hubo durante los años de la Guerra Fría del siglo XX entre la URSS y China de un lado, y los Estados Unidos de otro, la batalla actual es de intereses de poder en el caso de China y, sobre todo, del mantenimiento del perímetro de seguridad en el de Rusia. La invasión de Ucrania no es un “aviso a navegantes”, sino más bien otro efecto de esta entropía global.
Y la pregunta ante todo ello y para la que carecemos aún de respuesta es si, en estos tiempos en los que se ha quebrado definitivamente el orden mundial que nos cobijó desde mediados del pasado siglo, la Unión Europea puede ser todavía, para sus ciudadanos, la única certeza.
Esther Palomera