“El peligro más gran-de que tienen hoy las monarquías son los príncipes”. Afirmación tan chocante se escuchó –y es otra paradoja más– durante una restringida reunión de jefes de Casas Reales, celebrada en Madrid hace unos pocos años. Hay que decir que representaban a Coronas en ejercicio, a Casas reinantes en Europa.
Aunque es poco conocido, resulta que estos altos personajes, que son los principales consejeros y asesores de las distintas monarquías, responsables de la buena marcha interna y externa de las distintas Coronas, tienen costumbre de juntarse una vez al año. Y en cada ocasión es anfitrión uno de ellos. La convocatoria a que me refiero se celebró en España, porque le tocaba por turno.
Durante el encuentro, hablaron de todo, salieron a relucir los retos y desafíos que afronta la Institución en los distintos lugares, las soluciones y estrategias ideadas por cada uno de ellos, en fin, cuestiones que afectan al trabajo que se realiza y que pueden servir de experiencia a los demás.
Fue al hablar de riesgos para las monarquías –que los hay– cuando se escuchó la frase que abre este artículo. Una aparente salida de tono, que, sin embargo, inmediatamente después quedó razonada y justificada, con lo que otros más se sumaron también al veredicto sobre la “peligrosidad” de los príncipes.
Una de las tareas más delicadas que deberá abordar el matrimonio for-mado por Felipe de Borbón y Letizia Ortiz es pre-ci-samente la educación de esa criatura
La explicación fue la siguiente. Hoy, asumiendo criterios de proximidad al pueblo, y por baremos “democráticos”, las monarquías europeas han elegido para los hijos de los reyes un tipo de educación muy preciso. Los príncipes están recibiendo una instrucción “normal”, es decir, básicamente del mismo corte que se aplica a la generalidad de la juventud en su país. Ésa opción, que de entrada parecería razonable, y hasta obligada, si no tiene a su lado un contrapeso, se convierte en un problema. Porque, si el educando es permeable a los planteamientos educativos aplicados, acabará creyendo que es un muchacho o muchacha “normal”. Y los príncipes y vástagos de parejas reales no lo son.
Ante sus colegas, el ponente llegó a concretar un poco más el precipicio que pueden acabar bordeando los afectados. Con esos presupuestos, y sin contrapesos suficientes, el príncipe puede presentarse un día a su padre y decirle: papá, yo no quiero ser rey. Quiero ser médico, economista,… o registrador.
Pero hay más. Incluso aunque no tenga dudas sobre cuál será su oficio futuro, un príncipe absolutamente empapado de esa percepción de “chico normal”, no verá necesario aplicar a sus comportamientos y a su vida pautas diversas de las que frecuentan los amigos y compañeros, la media de la juventud del país. Parámetros que no suelen ser, en tantas ocasiones, la más conveniente imagen para un futuro rey. Las páginas de las revistas recogen con frecuencia esas desarregladas historias protagonizadas por príncipes y princesas europeos.
El peligro, pues, podría también plantearse en el caso del heredero del heredero, en España. Por eso, una de las tareas más delicadas que deberá abordar el matrimonio formado por Felipe de Borbón y Letizia Ortiz es precisamente la educación de esa criatura.
Hay que decir que si, en el panorama de las monarquías europeas, el riesgo que suponen los príncipes resulta bastante cierto, no ocurre tal en nuestro país. Se debe a que el príncipe, Felipe de Borbón, ha recibido la educación de chico casi normal, pero con eficaces contrapesos, aplicados directamente en su propia casa, en La Zarzuela, por su padre, el Rey, y más directamente –porque, desde el principio, estuvo más pendiente en el día a día– por la reina. Los reyes sabían, por experiencia vivida en su carne, lo que cuesta llegar a ocupar el trono: tuvieron que “ganárselo”, mientras que las otras monarquías llevan más tiempo en el ejercicio y quizá se han acostumbrado.
Felipe de Borbón es un príncipe heredero que “quiere” ser príncipe y quiere ser rey, y no médico, economista o registrador. Por eso mismo, está dispuesto a poner –está poniéndolos– los medios necesarios. Esa mentalidad tendrá que tenerla también el heredero del heredero.