En primer lugar, permítanme que les exprese la gran satisfacción que siento de encontrarme entre todos ustedes en esta magnífica Casa de América con ocasión de la décima edición de la entrega del Premio Gumersindo de Azcárate, instituido por el Colegio de Registradores de la Propiedad y Mercantiles de España y el Decanato Autonómico de ese mismo Colegio en Madrid.
De parte de la Comunidad Iberoamericana de Naciones, a quien tengo el honor de representar, quiero expresarle un profundo agradecimiento al distinguido Colegio de Registradores de España por otorgarnos tan prestigioso galardón.
Es motivo de gran orgullo continuar esta senda de ilustres personalidades y entidades iberoamericanas, premiadas en memoria de Gumersindo de Azcárate, por compartir con él un férreo compromiso por promover la paz, la convivencia, la justicia, los valores democráticos y el progreso económico y social.
“Este 2021 marcará el inicio de un proceso de regeneración que será largo, complejo e incierto. Y que en mi opinión pondrá aún más a prueba a nuestras instituciones y nuestros gobiernos, que lo que ya las ha puesto a prueba este dolorosísimo 2020. Porque este año nos ha unido el problema. El próximo nos tendrá que unir la respuesta”
Este reconocimiento alcanza a toda Iberoamérica, una región compuesta por setecientos millones de personas. Una región unida a ambos lados del Atlántico, por una tupida malla de relaciones e intercambios personales, familiares, empresariales, sociales, culturales y científicos. Una región que, como he dicho siempre, precede y trasciende la institucionalidad que hoy la sostiene, pues se basa en una identidad de siglos.
La SEGIB, por tanto, no es más que el intento de darle un espacio, un tiempo, y un nombre a aquello que ya existía: la asombrosa capacidad de hermanarnos gracias a esta cultura común que nos pertenece. Es esa capacidad de confraternizar lo que, en última instancia, celebra este premio
Cuando en noviembre del año pasado recibí la carta que anunciaba la feliz noticia de este premio, nadie podía sospechar la profunda dificultad que estaría atravesando esta Comunidad de Países tan solo 12 meses después. Este año 2020 tan duro que ya pronto acaba, representa, sin duda alguna, el mayor reto que ha enfrentado esta Comunidad en su historia.
No puedo dejar de pasar la ocasión, entonces, de referirme a esta particular coyuntura en Iberoamérica, ya que este premio Azcárate nos llama a la acción, y todavía todos y todas las que estamos aquí, tenemos mucho por hacer por Iberoamérica y por nuestra comunidad de países hermanos.
Iberoamérica encarna una de cada tres muertes por coronavirus, y una de cada tres personas que caerán bajo la línea de la pobreza extrema en el planeta, a pesar de que representamos poco más del 8% de la población mundial. Cuando decimos, entonces, que hemos sufrido de manera desproporcionada no estamos, por tanto, usando un simple adjetivo retórico. Estamos haciendo referencia al número bruto de cuatro veces lo que correspondería.
Por otra parte, nuestros países son parte de las dos regiones más afectadas económicamente este año: Europa y América Latina.
Con ello, millones de personas han perdido su empleo, millones de empresas (especialmente las más chicas) han tenido que cerrar, millones de personas han regresado a la pobreza y la informalidad y millones de niños y niñas han perdido su preciado acceso a la educación.
Según datos de CEPAL, los retrocesos en términos sociales en América Latina son realmente inéditos. El primero de enero del año que viene, empezaremos el año con los mismos niveles de PIB per cápita que teníamos en el 2010, los mismos niveles de pobreza que teníamos en el 2005, y los mismos niveles de pobreza extrema que teníamos en 1990.
Sin duda, estos datos que comparto representan promedios, que como digo siempre a veces ocultan más de lo que revelan. Efectivamente hay mucha variabilidad entre países, entre ciudades y entre personas, pero en este caso sí que hay una tendencia clara en los datos.
Como regla general, esta crisis la han sufrido más los más vulnerables: las mujeres, las familias con menos recursos, los trabajadores informales, las empresas pequeñas, los que no tienen acceso al internet, los migrantes y los que sufren discriminación.
Esto es importante subrayarlo, porque al comienzo se decía que este virus no discriminaba, porque todos éramos igual de capaces de contagiarnos. Pero la verdad es que el virus sí discrimina, porque en efecto no todos hemos sido igual de capaces de curarnos. Y de curarnos no solo en el sentido estrictamente médico, sino también en términos económicos y sociales.
Y no hemos sido igual de capaces de curarnos, porque este virus ha interactuado con nuestros países de la misma manera que interactúa con los cuerpos: aprovechándose de las ‘precondiciones’ médicas, en este caso socioeconómicas, para ampliar y exacerbar su impacto.
“Azcárate sabía como nadie que la palabra progreso depende a su vez de la palabra consenso. Y es por tanto en el consenso donde yo deposito mis esperanzas”
En la región teníamos, siguiendo esta idea, asma de informalidad, diabetes de pobreza y desigualdad, dificultades vasculares en servicios públicos, pocas reservas de confianza ciudadana. Por eso el impacto ha sido tan duro: porque la realidad es que no enfrentamos una, sino varias pandemias.
Tenemos una pandemia de pobreza, una pandemia de desempleo, una pandemia de educación, una pandemia de salud pública, una pandemia científica, una pandemia sociopolítica. Todas son urgentes, todas requieren políticas, todas son parte de la respuesta.
Si obviamos una, no podremos cumplir con el espíritu del Desarrollo Sostenible, que es precisamente no dejar a nadie atrás.
Gracias a los recientes anuncios de vacunas efectivas contra el COVID-19, ya podemos finalmente ver una luz al otro lado del túnel, la luz de la recuperación. Una recuperación que será larga y que dependerá de cuán efectivos seamos a la hora de remar juntos, de aprender las lecciones correctas, de dejar a un lado la polarización y la desconfianza.
Este 2021 marcará el inicio de un proceso de regeneración que será largo, complejo e incierto. Y que en mi opinión pondrá aún más a prueba a nuestras instituciones y nuestros gobiernos, que lo que ya las ha puesto a prueba este dolorosísimo 2020. Porque este año nos ha unido el problema. El próximo nos tendrá que unir la respuesta. Y lo segundo, como bien saben los políticos, no siempre es más fácil que lo primero.
En estos momentos difíciles, nos servirá como guía el legado de Gumersindo de Azcárate, quien tanto como catedrático, como político y como el primer presidente del Instituto de Reformas Sociales de España, supo combinar pensamiento y acción, abogando por ideas que hoy, más de 100 años después, continúan teniendo particular relevancia.
Azcárate no sólo llamaba en ese entonces a un “capitalismo responsable”, no sólo estaba convencido de que el pluralismo es la condición primera e ineludible para alcanzar la paz y la justicia, sino que era también un acérrimo defensor de la idea de que las reformas sociales son fruto de un desarrollo sucesivo y continuo, que nacen de una armonía entre los distintos sectores de la sociedad.
“En estos momentos difíciles, nos servirá como guía el legado de Gumersindo de Azcárate, quien tanto como catedrático, como político y como el primer presidente del Instituto de Reformas Sociales de España, supo combinar pensamiento y acción”
Azcárate, por tanto, sabía como nadie que la palabra progreso depende a su vez de la palabra consenso. Y es por tanto en el consenso donde yo deposito mis esperanzas.
El consenso que hemos visto en los ciudadanos que se han quedado en casa, que han salido a aplaudir al unísono a nuestro personal médico.
El consenso entre empresas y gobiernos, que han hecho lo imposible para producir material sanitario, para no despedir gente, para frenar la curva del virus en los hogares y las oficinas.
El consenso entre lo nuevo y lo viejo, que hemos visto en la colaboración en tecnologías e innovación tanto en los servicios del Estado, como en la educación y en la empresa, en esta fase de transformación digital acelerada.
Y el consenso entre países, que he podido atestiguar en esta Comunidad de Países cuyo principal consuelo este año ha sido que, si bien enfrentamos la peor la crisis de nuestra historia, nunca habíamos trabajado tanto juntos para superarla.
De nuevo, muchas gracias por este inmenso galardón, que hace un llamado a la acción, el consenso y el progreso, no solo a esta institución, sino también a toda Iberoamérica, y por tanto a todos y cada uno de ustedes.