Opinamos y por tanto molestamos. Somos críticas y eso inquieta. Mejor callar y contemporizar en un mundo político-mediático donde la libre opinión tiene un precio. Más si quienes la ejercen por escrito o ante un micrófono son ellas en lugar de ellos. La desigualdad también es esto. Hablamos de violencia, de misoginia y de abusos. El pan nuestro que cada día padecen las mujeres periodistas y que en nada se parece a la persecución que puedan sufrir sus colegas hombres. Hay estudios que desde hace años denuncian que las mujeres que se dedican al periodismo y han sido víctimas de persecución en redes sociales lo han sido por motivo de género.
El último, encargado por la Unesco y elaborado por el Centro Internacional de Periodistas (ICFJ, en sus siglas en inglés), ha detectado que la violencia contra las mujeres periodistas ha aumentado de forma alarmante mientras las plataformas, los Gobiernos o los medios siguen sin reaccionar ante la facilidad con la que los trols o incluso algunos actores políticos asedian a mujeres con insultos o amenazas sexuales.
Un 73% de mujeres periodistas reconoce sufrir este tipo de violencia. Y hay ya publicada una sustancial evidencia que indica que las periodistas, defensoras de derechos humanos o dedicadas a la información política, es decir mujeres que opinan son más vulnerables a este tipo de violencia cuyo impacto incluye autocensura, distanciamiento de la esfera pública y un gran impacto emocional.
Es más necesario que nunca no callar ni dar un paso atrás en la defensa de nuestros derechos. Se nos acumula el trabajo porque además de por la plena igualdad, la violencia machista, la brecha salarial o el techo de cristal, ahora tenemos que luchar contra esto, contra quienes nos acosan, insultan o difaman por ser mujeres
Hay amenazas de violencia sexual, menosprecio a la trayectoria profesional, insultos por el físico e insinuaciones sobre favores sexuales. Así es de tóxico este patio que llamamos red y en el que rara vez alguien se mofa del físico de un periodista hombre o insinúa que ha pasado por la alcoba de tal o cual ministra. Ellos hablan o callan, como mucho, por razones económicas o por temer por su puesto de trabajo. Ellas porque directamente son putas.
Unas se han visto obligadas a cerrar sus cuentas. Otras se autocensuran para no ser pasto de los ataques de los haters. Y muchas aguantan. Aguantamos. Porque es más necesario que nunca no callar ni dar un paso atrás en la defensa de nuestros derechos. Se nos acumula el trabajo porque además de por la plena igualdad, la violencia machista, la brecha salarial o el techo de cristal, ahora tenemos que luchar contra esto, contra quienes nos acosan, insultan o difaman por ser mujeres.
La igualdad es un camino de largo recorrido que tiene muchos frentes. Y queda mucho por hacer. Cada una desde su responsabilidad. Desde el periodismo, además de visibilizar la violencia de género, estamos también obligadas a ponernos del lado de la víctima. Siempre. Hoy tenemos leyes que consagran la igualdad legal, pero aún queda un largo recorrido para hacer visible lo invisible e iluminar las zonas oscuras para que la igualdad sea real. Una de ellas es la violencia y el discurso del odio en las redes que busca silenciarnos y expulsarnos de la esfera pública. No lo permitamos. Si además, las poderosas compañías de redes sociales asumieran su responsabilidad y controlaran sus contenidos, mejor nos iría a todos.
Esther Palomera