
“El anonimato es imprescindible en unas ocasiones y deplorable en otras”, señala Álex Grijelmo en su último libro, La perversión del anonimato, una obra de referencia que entra en el debate sobre su amparo o proscripción, un tema, según el autor, que “no se puede resolver de un plumazo, sino que requiere detenimiento en la exposición, sosiego en el análisis y comedimiento en el juicio”.
Querido Alex, déjame que mis primeras palabras sean para describirte algunas de las sensaciones que me ha producido leer La perversión del anonimato.
Es un libro de esos que yo catalogo como libro que ilumina y no deslumbra. No sé si alguna vez a lo largo de mi vida me dejé deslumbrar más que iluminar pero con la edad, te aseguro que busco libros que me permitan ahondar en los problemas y el tuyo contiene muchas ideas, y las palabras solo sirven para vestirlas. Es un libro que aborda uno de esos temas que, como señalaba Ortega, es de picos y garras.
Pero pasemos a lo que nos convoca.
Una primera pregunta se centra en mi curiosidad, creo que puede ser la de muchos lectores. ¿Qué te motivó a escribir este libro tan complejo, tan documentado, y si me lo permites tan amplio?
Seguramente el haber pasado más de 40 años observando la actualidad como periodista, lo que me ha permitido ver muchas mejoras en nuestra sociedad; pero también algunas degradaciones. La más reciente es el auge de los daños que produce el anonimato, principalmente en internet y en las redes. Llevaba unos tres años pensando en ello, recopilando información, estudiando la historia del nombre propio y analizando los beneficios y los perjuicios que implica su ocultación, no solamente ahora sino también en siglos pasados. Miré si se había escrito algún libro específico sobre el anonimato y no encontré ninguno, ni en español, ni en inglés ni en francés. No digo que no exista, a lo mejor sí; digo que yo no lo he encontrado. Y eso me animó más a abordar este asunto tan espinoso. Pensé que podía meterme en ese charco con una mirada ecuánime, respetuosa y, a la vez, sin tener miramientos con los aspectos más deplorables y dañinos de la impunidad que el anonimato favorece.
Una segunda pregunta, aunque yo prefiero llamarle reflexión provocadora, me lleva a nuestro amigo Kushim, al que tú das dotes de punto de arranque de la historia, pero me servirían igual Enheduanna, esa mujer acadia, u Homero. ¿Qué crees que pasó por la cabeza de nuestro amigo, el contable sumerio, para que estampara sus pequeños garabatos, con los que se identificaba y pretendía que se le identificase? ¿Crees que con esa identificación él pensaba que estaba sentando un pilar sobre el que cimentar la actual organización del mundo?
Empiezo el libro con la historia del sumerio Kushim porque me pareció muy poético que el primer uso conocido de un nombre propio constituyera un acto de responsabilidad. Porque eso, obviamente, contrasta con lo que sucede hoy en día, con el anonimato como protector de la irresponsabilidad. No creo que aquella firma en unas tablas de arcilla se considerase entonces un momento histórico, porque habría seguramente otras firmas similares en documentos de compraventa o incluso en registros de propiedades. Pero esa es la más antigua que los investigadores han encontrado, de hace unos 5.000 años. Seguramente pasó por la cabeza de Kushim que debía anotar verazmente todo porque, una vez que estampase su nombre, se haría responsable de sus actos y podría ser castigado si los manipulase.

No puedo dejar de pedirte que nos expliques, precisamente porque en el libro está expresado de manera muy bella, esa reflexión de que el nombre propio no tiene valor significativo, sino demostrativo. Para abordar la misma llegas a decir que el nombre propio representa, en todas sus facetas, uno de los mayores prodigios de la imaginación humana. Todo lo que importa tiene nombre.
El nombre propio es una abstracción fabulosa. Ahora forma parte de nuestras vidas y ni nos lo planteamos. Pero eso fue un prodigio de la civilización. Y sí, el nombre, más que un significado, es una descripción diacrónica reelaborada en la mente humana cada vez que se menciona a alguien a quien conocemos. Una persona se puede llamar Luz, o Amparo, o Alejandro como yo, que significa en griego –alex-andrós– “protector de los hombres”. O Juan Carlos, como tú. Pero detrás de ese nombre no se halla la idea exacta de un objeto o de un concepto, sino la descripción de una persona concreta merced a los datos y el conocimiento que tengamos acerca de ella. Los nombres propios ocupan mucho espacio en nuestra memoria, y no solamente los de personas: también los de países, ciudades, pueblos, ríos, valles, cordilleras, empresas, marcas, personajes de ficción, animales, estrellas, planetas, satélites, los días de la semana, los programas de radio, los periódicos… Pero así como detrás de la palabra “mesa” vemos una mesa, detrás de la palabra “Italia” veremos el juicio que tengamos de ese país.
Seguimos con la importancia del nombre y me fijo en la idea de que el nombre logra que los seres humanos pasemos de la carne al papel, de la existencia física a la presencia jurídica, pero pronto aparece la idea contraria, barajamos la idea de que se pervierte la propia identidad cuando el nombre propio se esconde o se altera para evadir responsabilidades y permitir que los instintos venzan a la educación, al respeto y a la convivencia.
El ser humano pasa de la carne al papel a través del nombre, y también al revés: una sentencia condena o absuelve a un nombre. Pero lo que suceda con ese nombre vinculará a quien lo lleve. El problema surge cuando se rompe el vínculo del nombre y el ser humano. ¿Cómo sería una ciudad cuyos automóviles circulasen sin matrícula? Se rompería el vínculo entre el coche y su conductor. Para ello podría invocarse la libertad de circulación anónima, pero esa libertad, concebida así, derivaría en que no podríamos circular.
“El anonimato lo adultera casi todo en las redes. En España sólo se resuelve el 0,8% de los ciberdelitos. ¿Sería imaginable eso en otro ámbito?”
Me gustaría señalar algo y que tú nos dieras tu opinión, pues me ha parecido paradójico aunque igual estoy confundido. El término “nombre” lo llena todo en su unidad. Sin embargo, la ocultación del mismo despliega un abanico de posibilidades, y cada una con nombre propio, anónimo, pseudónimo, criptónimos, heterónimos… ¿A qué crees que obedece?
El nombre es uno, pero sus negaciones varían. Son contradicciones y manipulaciones del nombre, en distintas formas. Unas son inocuas, como los seudónimos literarios; y otras pueden ser terribles, como los anónimos cobardes.
Toca introducirse en temas algo más jurídicos, sin duda, menos divertidos, pero muy necesarios. El primer bloque hace referencia a la paradoja que se produce en la protección de datos. Me gustaría saber tu opinión sobre la interrelación entre la intimidad y la necesaria protección de los datos.
Están estrechamente relacionadas, claro. Los datos más personales forman parte de la intimidad, y por tanto una y otros se defienden juntos. Ahí tenemos una de las grandes amenazas actuales para los derechos de la persona. Y no somos conscientes de los riesgos que estamos asumiendo cada vez que entregamos nuestros datos.
Me gustaría compartir contigo una pequeña reflexión. El derecho no deja de ser una manifestación cultural, para mí la más importante porque regula la convivencia. Por eso a veces nos sorprende la perfección que es capaz de lograr el ser civilizado y racional. Con el nombre buscamos la identificación, el exteriorizar y responsabilizarnos de nuestros actos, pero a la vez somos conscientes de que es necesario preservar aquellos elementos que se derivan del significado nombre. De ahí esa difícil armonía, pero imprescindible entre lo que es el nombre, su necesidad, y preservar nuestros datos. Tú que le dedicas unas buenas páginas a estas consideraciones me gustaría que las pusieras sobre la mesa.
Nuestros actos se proyectan sobre nuestro nombre. Pero tenemos derecho a que eso solamente suceda con nuestros actos de la esfera pública. Los actos de la esfera privada se pueden proyectar sobre nuestro nombre solamente para las personas cercanas, de confianza. Quienes nosotros decidamos.
En otro lugar me quiero ocupar de algo que está hoy tremendamente en los mentideros: el juego de las denuncias anónimas, policiales o judiciales, y a las que tú dedicas muchas líneas. La Directiva ya traspuesta en la Ley 2/2023, de 20 de febrero, Reguladora de la protección de las personas que informen sobre infracciones normativas y de lucha contra la corrupción. Hablamos de protección del denunciante haciéndolo casi anónimo. Pero en ese “casi” está su grandeza. Su EM nos recuerda que, En el mismo sentido y coincidiendo con el impulso del Derecho de la Unión Europea, algunas regulaciones sectoriales, de manera especial en el ámbito financiero o de defensa de la competencia, han incorporado instrumentos específicos para que, quienes conocen de actuaciones irregulares o ilegales, puedan facilitar a los organismos supervisores datos e información útiles. Además, la Ley Orgánica 3/2018, de 5 de diciembre, de Protección de Datos Personales y garantía de los derechos digitales, contempla la creación y mantenimiento de sistemas de información a través de los cuales pueda ponerse en conocimiento de una entidad de Derecho privado, incluso anónimamente, la comisión, en el seno de la misma o en la actuación de terceros que contratasen con ella, de actos o conductas que pudieran resultar contrarios a la normativa general o sectorial que le fuera aplicable.
Me gustaría saber tu opinión sobre ese “incluso anónimamente”.
Hay denuncias anónimas que son beneficiosas si circulan por el buen camino. Es decir, si se presentan ante organismos o entidades que van a verificarlas antes de darles publicidad. Disponemos de gran cantidad de instituciones que normalmente harán eso: el Defensor del Pueblo, la prensa seria, la policía, la Fiscalía, los juzgados, los sindicatos, las organizaciones de consumidores, las entidades feministas… Y ahora también las propias empresas, que deben crear, por ley, canales internos de denuncia. El mal camino es lanzar una denuncia irresponsablemente en una red social.
“El anonimato puede ser positivo, pero todo anonimato tiene su perversión. Y llega un momento en que ésta supera los efectos beneficiosos. Ahora bien, hay que analizarlo todo con pincel, no con brocha gorda”
El caso de los titiriteros muestra una inequívoca preocupación sobre la validez de las denuncias anónimas, pero lo que verdaderamente preocupa o debería de preocuparnos es la comprobación profesional pertinente como tú mismo señalas. Aquí no creo que el problema sea el anonimato sino la comprobación.
Lo que sucedió con los titiriteros fue un caso clamoroso de mala praxis institucional y periodística, incluido El País. Se difundió la noticia sin que mediase comprobación alguna sobre lo sucedido. Aquella supuesta pancarta a favor de ETA y Al Qaeda no la enarbolaban los titiriteros, sino un malvado personaje de la trama que ellos escenificaban. Eso fue como acusar a un novelista de apología de la violencia por narrar un asesinato. Y además, eran guiñoles para adultos, no para niños.
Desde el Capítulo V creo que entramos en otra dimensión. Hasta aquí has dicho lo que ha supuesto y supone, hoy, el nombre en todas sus variantes. A partir de este capítulo se habla del anonimato en la era cibernética y, curiosamente, empiezas con un subtítulo realmente preocupante, Manipulación, Drama y tragedia del anonimato. Lo primero que me gustaría es que nos explicaras este decantamiento, que no presagia un gran optimismo. La frase “Con todo y con eso, el anonimato digital se halla en el origen de la mayoría de los usos perversos de la actualidad. Entre los más leves, el abandono de la cortesía; y entre los graves, muchos delitos que han abocado incluso al suicidio de las víctimas de un acoso. Vamos a dar cuenta a continuación de la peor cara de esta realidad”. Una de las ideas que reconozco me dejó más cabizbajo fue aquella que pones en boca de Juan Luis Cebrián, cuando afirma que las mafias rusas, de acuerdo con Putin, están desarrollando nuevos algoritmos para intervenir en los procesos electorales; que la CIA contrata todos los hackers que puede, que hay decenas, por no decir, centenares de miles de hackers pagados por el gobierno chino; los israelíes están elaborando sistemas de inteligencia artificial y de robotización extraordinariamente avanzados… Y no sabemos, añade, cómo solucionar que nos linchen en las redes democráticas.
Danos algo de optimismo, que con esta idea uno solo piensa en hacerse anacoreta y si quieres algo más sofisticado Robinson Crusoe o en la fantástica película de Tom Hanks, Cast Away.
Han aumentado alarmantemente los suicidios entre adolescentes. La tasa se incrementó cada uno de los últimos tres años. Entre 2021 y 2022 pasamos en España de 13 suicidios anuales a 22, de niños y niñas menores de 15 años; y no se activaron suficientemente las alarmas. Ya es la primera causa de muerte no accidental en jóvenes de entre 12 y 29 años. Y sabemos que muchos se deben a acosos anónimos en las redes, a la difusión de imágenes sexuales sin consentimiento. Algunos casos se han conocido internacionalmente, pero otros no. Y nadie está a salvo. Ni la canadiense Amanda Todd ni la italiana Tiziana Cantone eran personajes conocidos. Sufrieron acoso y se suicidaron. Recojo otros muchos casos en el libro. El anonimato lo adultera casi todo en las redes. Sólo se resuelve el 0,8% de los ciberdelitos. ¿Sería imaginable eso en otro ámbito? Algunos países y algunos poderes ocultos manejan millones de robots que aparentan ser personas y que manipulan los debates. Las estafas en internet se basan en el anonimato, igual que gran parte de la difusión y redifusión de mensajes racistas o xenófobos, o violentos en general. Entre estos últimos, imágenes de suicidios o asesinatos, incluidos los de bebés. Y estamos hablando de millones de vídeos con eso, no de dos o tres, que también sería grave. Por si fuera poco, Facebook y X están suprimiendo la supervisión y control de esos contenidos.

Analizas en la obra la importancia del nombre, lo que ha supuesto históricamente y lo que significa hoy, y lo que no puede dejar de significar, pero a la vez invocas, fundamentalmente en el Capítulo IV, a los que denominas “Anonimatos Protegibles”. Al jugar con ellos nos introduces en el mundo de los trasplantes, ciertas investigaciones sociales y científicas, exámenes y pruebas, alcohólicos anónimos, y en el tema, crucial hoy, de la protección de datos, etc. etc. En ese mismo capítulo hablas, además, de unos “Anonimatos de Protección Variable”, para en un tercer apartado hablarnos de “Anonimatos Limitables”. Sin embargo, el título del libro supone un decantamiento del autor, al menos eso pienso. La sola referencia a la perversión, definida por la RAE, como cualidad de quien obra con mucha maldad y lo hace conscientemente o disfrutando de ello, se compadece con dificultad con un anonimato protegible. Es más, en la Introducción nos hablas de que el anonimato es imprescindible en unas ocasiones, y deplorable en otras. Por tanto, sigues diciendo, el debate sobre su amparo o proscripción, no se puede resolver de un plumazo, sino que requiere detenimiento en la exposición, sosiego en el análisis y comedimiento en el juicio. Fin de la cita. Solo te pido una síntesis de ese comedimiento en el juicio para llegar a elevar el anonimato como una perversión.
El anonimato puede ser positivo, pero todo anonimato tiene su perversión. Y llega un momento en que ésta supera los efectos beneficiosos. Ahora bien, hay que analizarlo todo con pincel, no con brocha gorda. Puede ser positivo el anonimato en la donación de semen o de óvulos, por ejemplo. Pero es perverso que un británico, y hablo de un caso confirmado, sea el padre de 800 hijos. Y un holandés, de 170. Porque no es imposible que algunos de esos hijos e hijas formen pareja y tengan hijos a su vez. Ya pasó hace unos cincuenta años con una posibilidad infinitamente más pequeña como la de la política Carmen Díez de Rivera y su novio, que resultó ser su hermano.
“Hay que ponerse en la piel de quienes han sufrido ataques tremendos, violentos; amenazas, revelación de su intimidad… Y debo insistir: le puede pasar a cualquiera, no hace falta ser famoso. Cientos de chavales que se suicidan no salían por televisión”
Una última. Después de haber realizado todo este trabajo, haber buscado información y haber hecho un ejercicio de reflexión, ¿crees que podrías definirnos dónde encontrar el límite entre el sentido de la identidad personal, que te la puede dar el nombre, y la pérdida de la intimidad?
La clave, creo yo, tiene dos vectores: la voluntad que cada cual exprese, por un lado, y el fin que pretenda. Algunas personas muestran una aceptación mayor al conocimiento ajeno de su vida y de sus datos, pero otras no; y la ley y los tribunales deben cuidarlas. En cuanto al fin, el anonimato puede ser bueno para el agente infiltrado en una organización terrorista, porque pretende protegernos a todos jugándose la vida, pero perverso cuando sólo se busca la impunidad en una difamación o una calumnia.

Tengo que reconocerte que el libro, en ese capítulo, entra en un momento que, lejos del conocimiento, deja paso en buena medida a la angustia por lo que nos rodea y de interés para la perversión. Aquí veo que el verbo se hace carne. Las ofensas en enjambre y los agresores motivados por la impunidad.
Hay que ponerse en la piel de quienes han sufrido ataques tremendos, violentos; amenazas, revelación de su intimidad… Y debo insistir: le puede pasar a cualquiera, no hace falta ser famoso. Cientos de chavales que se suicidan no salían por televisión.
Alex, me pregunto si no compartes conmigo la idea de que si todo ese dinero y todas esas figuras que podemos englobar bajo Moderadores desesperados se dedicaran no solo a encontrar y suprimir las peores barbaridades de las que es capaz de un ser humano se dedicaran a descubrir la persona que subió a las redes tales barbaridades quizás nos iría mejor.
En efecto. Pero los dueños de las grandes plataformas alimentan su negocio con el anonimato, que a su vez favorece la crispación y la violencia, y ayuda a la ultraderecha y a los movimientos antidemocráticos; también a difundir los mensajes de los terroristas. Y las plataformas jamás colaboran con los tribunales que buscan al autor de un delito.
Totalmente de acuerdo en que hasta ahora las tímidas respuestas que se ofrecen solo pueden calificarse de verdaderamente insuficientes. Con los diferentes estudios que reflejas en tu obra tenemos claro que el anonimato es un activador del impulso de injuriar. Solo con este dato nos debería bastar. ¿Qué hemos hecho como sociedad para que éste no sea el debate?
Hemos comprado el discurso de que está en juego la libertad de expresión, y de que no hay que ponerle límites. Pero todos los derechos los tienen. Incluso el derecho a la vida, porque se puede matar en defensa propia. Acabo de escuchar en Radio Nacional una entrevista de Teresa Viejo con Lara Siscar, a quien menciono en el libro por el peligroso episodio de acoso que esta presentadora denunció; y contaba en esta conversación que esto le costó que la acusaran de coartar la libertad de expresión, ¡por haberlo denunciado! Hace falta tener cara para decirle eso.
“Hemos comprado el discurso de que está en juego la libertad de expresión, y de que no hay que ponerle límites. Pero todos los derechos los tienen. Incluso el derecho a la vida, porque se puede matar en defensa propia”
Perdóname que sea yo quien ponga un libro sobre el tapete, pero reconozco que leyendo algunas páginas del capítulo V no pude dejar de acordarme de ese libro tan fantástico de Alexandre Postel, Un hombre al margen, y cuánto daño puede hacer la entrada por tercero, en nuestro ordenador, de material delictivo sin nuestro conocimiento. Quizás tu frase de “los bulos progresan sin control en nuestros días” sea el resumen de lo que sucede, pero me preocupa más cómo atajarlo. Danos alguna idea, por favor.
La regulación del anonimato contribuiría a mejorar el mundo. No es imposible, y en libro ofrezco y recojo propuestas que me parecen razonables, una de ellas publicada por Borja Adsuara en la revista Registradores. En cuanto a los bulos, el problema es que su progresión incontrolable ha hecho que ya hasta la verdad sea sospechosa.
Suplantación de nombre supuesto, su abolición del Código Penal, dificultad de los IP, anonimatos en la red….
Es sorprendente la despenalización que se aprobó en España respecto del delito de suplantación, otro de los grandes problemas en las redes, y que no se ha corregido del todo. Se decidió en 1995, con Juan Alberto Belloch como ministro. He mirado en el Diario de Sesiones y no he encontrado que hubiera debate al respecto. Eso sí, entonces no era posible ver venir lo que ahora sucede.
Entras en una deriva jurídica, sentencias y votos particulares en los que me encantaría entrar y no salir pero creo que no me corresponde esa deriva.
Alguna responsabilidad, y favorable, has tenido tú en eso; con una sentencia clave del Constitucional en la que fuiste ponente. [Sentencia 83/2023].
Y espero no dar pistas a nadie de que en el Capítulo VI hay un resumen maravilloso del libro. Estoy convencido de que si alguien ha leído las 447 páginas previas no le hará falta dicho capítulo.
Es el capítulo en el que planteo las soluciones y las propuestas, pero su entendimiento cabal y su argumentación se han desgranado previamente en el resto del libro.
Gracias por una obra que no será fácil de olvidar y que se convertirá, si no se ha convertido ya, en un elemento de referencia para la reflexión e incluso una futura modificación legislativa.
Vi hace unas semanas unas declaraciones de Pedro Sánchez y me dio la impresión de que se las sugirió alguien que había leído el libro, porque incluso coincidían algunas palabras. Ojalá esa iniciativa, cuando se plasme en algo concreto, progrese con el acuerdo de los demás partidos y no se convierta eso en la habitual jaula de grillos. No es un asunto ideológico, sino de seguridad jurídica para los ciudadanos, sobre todo para los adolescentes. Se trata de defender la democracia y el Estado de Derecho, y en eso deberían coincidir todos.