sábado, noviembre 23, 2024
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    ESPECIAL NÚMERO 100

    Un fantasma llamado Fray Piccolo

    Sólo en Roma reina tal divina anarquía que hay lugar para las sombras”… así escribió, en 1803, Goethe a Guillermo de Humboldt… yo añadiría que Roma es de tal belleza y grandiosidad histórica que quien la descubre sueña con volver. Nadie se marcha de esta Ciudad Eterna sin lanzar una moneda en las aguas de la Fontana de Trevi, por si fuera cierta la leyenda que asegura que de esta forma se regresa siempre. Roma es… atracción fatal para todos, incluso para los seres del más allá… los fantasmas, los seres invisibles que residen en los palacios o monumentos donde vivieron antes de marcharse rumbo a ultratumba. Uno de estos espíritus, el más conocido internacionalmente es Fray Piccolo, el fraile fantasma que habita en el palacio de España, sede de nuestra Embajada ante la Santa Sede. Al adquirirlo en pública subasta, en 1647, Don Iñigo Vélez de Guevara no pensó que lo compraba con derecho a fantasma, claro que este externo inquilino tardó en habitarlo 50 años, pero a partir de entonces es un Ocupa sin posibilidad de desahuciarlo. Se llama Pietro, pero todos le conocen por Fray Piccolo. En los principios del 1700, era el fraile director espiritual de los miembros de la Embajada aunque otros aseguran que frecuentaba con asiduidad la chancillería porque su Congregación le había encargado la gestión de asuntos relacionados con la delegación española. Como era de baja estatura empezaron a llamarle, no Fray Pietro, sino Fray Piccolo (fray pequeño). Pequeño sí, pero frívolo, apasionado y pecador, por lo que sucumbió a los encantos de una dama de la Embajada, esposa de un ilustre súbdito de Su Graciosa Majestad Felipe V. Una pasión ardiente y clandestina que dejó de serlo la noche que el marido traicionado les descubrió en su flagrante delito.

    Espada en mano el esposo irrumpió en el dormitorio y lavó su maltrecho honor al mejor estilo de la época; le traspasó el corazón con la lama de acero de Toledo. De Fray Piccolo nadie volvió a hablar y por respeto al marido y ser un episodio escandaloso, poco edificante ocurrido dentro de los muros de un edificio propiedad de la catolicísima España, esa triste y sangrienta página se canceló de la historia del palacio. Tampoco se ha sabido nunca el nombre de la adúltera.

    El fraile perjuro de su voto de castidad no abandonó sin embargo el palacio, buscando el perdón de su culpa o para expiarla, vaga por las salas y sobre todo por las alcobas en espera de obtener la misericordia divina o quizás, para advertir a otros de no caer, como él, en la tentación.

    Desde entonces… y han transcurrido 300 años, se hace sentir la presencia de Fray Piccolo… con rumor de pasos, con ventanas que de repente y al improviso se cierran… puertas en cambio que se abren aún cuando se les había echado la llave y ésta se había guardado en un cajón. Fray Piccolo es una intangible presencia de la que siempre se habla en la Embajada romana con temeroso respeto.

    Fray Piccolo es una intangible presencia de la que siempre se habla en la Embajada romana con temeroso respeto

    La historia de Fray Piccolo salió a relucir durante la cena que, hace ya años, ofreció el entonces inolvidable embajador Antonio Garrigues, a la viuda del presidente John F. Kennedy, su huésped en aquellos días. Jacqueline escuchó divertida y con escepticismo típicamente americano al irse a acostar, sonriendo se despidió del Embajador y riéndose advirtió a los dos guardaespaldas que hacían guardia delante de la puerta del dormitorio.

    “¡Atentos con Fray Piccolo!”. Media hora más tarde, una Jacqueline en pijama, aterrorizada salía corriendo del dormitorio gritando por el pasillo: ¡Fray Piccolo!, ¡Fray Piccolo! La seguían los dos robustos policías americanos apuntando la pistola no se sabía contra quién. La verdad es que no había sido el fantasma quien había hecho chirriar la puerta del viejo armario de la habitación, simplemente el mueble es tan antiguo que no funcionan ni las llaves ni las bisagras.

    En el viaje a Roma para ser recibidos en audiencia por el Papa Juan Pablo II, los Príncipes de Asturias se alojaron en el palacio de España, en el ala de honor, pero a Don Felipe y a Doña Leticia, el espíritu, el fantasma, les dejó descansar tranquilos, no quiso darles un susto. En el fondo Fray Piccolo era un libertino, un sinvergüenza, pero respetuoso con los príncipes como buen monárquico de pro.

    Revista nº26

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