Las mujeres y los hombres no somos biológicamente iguales”. Se trata de una afirmación tan obvia como sorprendentemente polémica, y es el germen y la consecuencia de todo. El hecho de que no seamos iguales no implica que no podamos alcanzar los mismos éxitos y fracasos ni compartir un futuro común. De hecho, el reconocimiento de que no somos biológicamente iguales es la gran fortaleza de la humanidad y de su desarrollo.
En el mundo civilizado no hay quien cuestione la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres. Hoy en día no hay mujer en la administración pública que no cobre lo mismo en igualdad de condiciones laborales que sus pares hombres. Tampoco existe discriminación laboral en la gran mayoría de las empresas privadas. Décadas de lucha por la igualdad de derechos laborales y equidad salarial nos preceden. Y esa lucha hace mucho tiempo fructificó.
Lo sorprendente es que sigamos inmersos en un debate que, como tantos otros, tiende a unir velocidad y tocino para mantener vivas unas reivindicaciones que mezclan los derechos laborales, el machismo, la violencia de género e incluso las relaciones personales entre mujeres y hombres. Y este es el drama. Exigir igualdad laboral y equidad salarial a igualdad de puesto y responsabilidad y mantenerlo debiera ser el objeto exclusivo del feminismo laboral.
Lo sorprendente es que sigamos inmersos en un debate que, como tantos otros, tiende a unir velocidad y tocino para mantener vivas unas reivindicaciones que mezclan los derechos laborales, el machismo, la violencia de género e incluso las relaciones personales entre mujeres y hombres
Pero no es así. Y eso es un problema para aquellas mujeres que creemos firmemente en la igualdad de oportunidades, en la necesidad de crear mecanismos que permitan alcanzar puestos de responsabilidad con iguales condiciones para un mismo puesto, sin que el sexo tenga que suponer un grado o un problema. Porque el debate de por qué las mujeres no llegan a directivas no tiene que ver con cualidades de liderazgo, o de formación pero si de implicación.
De hecho, tantos años en la profesión periodística te hace ver que hay dos tipos de profesionales de la información: los que buscan noticias, y los que esperan para contarlas. No vale lo mismo el mismo título de uno que de otro.
Son estos tiempos en los que la realidad de las cosas importa mucho menos que la percepción subjetiva sobre las mismas; tiempos en los que los sentimientos valen más que las ideas; en los que los espacios de debate están llenos de pequeñas razones, que no aspiran a encontrar la Razón. Yo echo de menos un debate serio sobre la conciliación, los horarios laborales, que en el caso de España son especialmente perjudiciales para una mujer que trabaje por cuenta ajena y decida tener familia. Pero no solo eso, hay miles de mujeres que optan por estar solteras y exigen tiempo para ir al gimnasio, igual que hay miles de hombres de optan por no tener familia pero quieren tener su tiempo libre. El problema de los horarios laborales es el problema de los horarios. Afectan a hombres y mujeres, a estudiantes y a trabajadores. En países parecidos al nuestro el horario de trabajo normal es de 9 a 5. Se cena pronto, se disfruta de la familia. Alguna vez, cuando los españoles nos ocupemos de problemas reales y olvidemos los ficticios, el asunto de los horarios estará en la agenda.
Pilar García de la Granja