Primero había que estar en Europa y en el mundo. Desde febrero de 1962 el régimen de Franco había llamado a la puerta de lo entonces se conocía como la Comunidad Económica Europea, pero tuvo que esperar ocho años para firmar un modesto acuerdo con Bruselas. La adhesión ni se contemplaba a la CEE ni a otros muchos organismos internacionales porque aquella España era una dictadura.
Con el estreno de la democracia la nueva España tiene prisa por incorporarse a lo que más tarde se convertiría en la Unión Europea. Recién celebradas las primeras elecciones, el presidente del Gobierno, Adolfo Suárez, escribe ya al Consejo de Ministros europeo, en julio de 1977, solicitando el ingreso. La adhesión esta vez sí se contempla, pero tardaría todavía nueve largos años en concretarse, hasta enero de 1986.
La historia de los primeros gobiernos de la España democrática, con Adolfo Suárez, Leopoldo Calvo-Sotelo y Felipe González, es ante todo la de incorporación a las instituciones europeas y también a la Alianza Atlántica. Sobre las primeras hubo siempre consenso, sobre la segunda no del todo. Fue el primer desencuentro de los partidos sobre la política exterior.
Suárez empezó a negociarlo en 1980 y Calvo-Sotelo lo remató incorporando de lleno a España en la OTAN, en mayo de 1982, y enfadando así a la izquierda. “OTAN de entrada, no”, rezaban las octavillas que el PSOE repartía para manifestar su rechazo. Siete meses después los socialistas ganaron las elecciones y casi cuatro años más tarde, en marzo de 1986, el presidente González convocó, por fin, el anunciado referéndum sobre la permanencia en la organización de defensa. El PSOE cambió de parecer y apostó por seguir perteneciendo a la Alianza, pero sin integrar la estructura de mandos militares. Ganó el “sí”. El grueso de las fuerzas políticas volvieron al consenso.
Duró diez años hasta que en 1996 el Partido Popular, encabezado por José María Aznar, fue el vencedor de las legislativas. En la primera legislatura (1996-2000), el centroderecha no disponía de mayoría absoluta y el consenso solo se resquebrajó ligeramente sobre asuntos importantes, como Cuba, pero en definitiva algo secundarios. En la segunda legislatura (2000-2004) la ruptura ya fue total.
Europa dejó de ser la prioridad de la política exterior. Aznar se alineó con la administración del presidente George Bush y su principal aliado europeo, el Reino Unido. Esas nuevas amistades no significaron, sin embargo, la renuncia a participar plenamente en ninguno de los objetivos de la UE como, por ejemplo, el euro que se estrenó en enero de 2002. Si condujeron a España a secundar, con tropas sobre el terreno, la intervención militar de EE UU y del Reino Unido en Irak en 2003. La decisión fue impopular. El 91% de los españoles mostraron su desacuerdo en el barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas.
¿Por qué Aznar se apartó del núcleo duro de la UE formado por Alemania y Francia? Una cierta sintonía ideológica con Bush y el deseo de convertir a España en un protagonista diplomático de primer orden, no supeditado al eje París-Berlín, fueron algunas de sus motivaciones. Jorge Dezcallar, al que Aznar nombró director del CNI, señala además que la falta de apoyo del presidente francés, Jacques Chirac, tras la toma por Marruecos del islote de Perejil, en julio de 2002, fue “un punto de inflexión” que le incitó también a estrechar lazos con Washington.
Su sucesor en la Moncloa, José Luis Rodríguez Zapatero, sacó rápidamente tras su victoria, en marzo de 2004, al contingente de Irak. Europa volvió a ser una prioridad, pero sin que España desplegase la actividad de antaño en pro de la construcción europea. El peso de la política exterior de un país depende en buena medida de la dedicación de su máximo mandatario. A diferencia de sus predecesores tanto Zapatero como Mariano Rajoy mostraron escaso interés por las relaciones internacionales. Rajoy, para su descarga, estuvo en los primeros años de su mandato muy enfrascado en sacar a España de la crisis económica con la ayuda de las instituciones europeas.
Ignacio Cembrero