El hecho de que una institución haya sobrevivido a quinientos años de historia española es extraordinario. Desde que el Emperador Carlos decidió fundar el Consejo de Estado se han sucedido guerras internas y externas, revoluciones, repúblicas y, sobre todo durante los últimos doscientos años, el enfrentamiento entre las dos Españas que consideraban imposible convivir con la otra mitad del país. Muchas otras naciones han sufrido enfrentamientos civiles, pero en pocas ha ocurrido lo que en la nuestra: se cambian símbolos y nombres, se fundan nuevas instituciones, réplicas de las anteriores, pero con una apariencia completamente diferente. Ni siquiera en la victoria se respeta la continuidad histórica de la Nación, ni la necesidad de que hasta las más violentas revoluciones respeten la realidad del cuerpo político y social en la que operan.
El Consejo de Estado tiene el mismo nombre y unas funciones eminentemente iguales a los de hace quinientos años. Aconsejar, asesorar, opinar. Es cierto que sus funciones han evolucionado, partiendo de ser un Consejo Universal, que aconsejaba a los reyes en todo tipo de asuntos relativos al gobierno del reino, al moderno asesoramiento jurídico, que intenta asegurar la legalidad de normas y actos. Pero su importancia sigue siendo la misma, por mucho que algunos quieran olvidarlo. Un Estado de Derecho como el español exige certezas y rehúye incertidumbres. Por eso es imprescindible una entidad que sea indiscutible, y el Consejo de Estado lo es. Por encima de vaivenes ideológicos, cambios de régimen y vicisitudes de todo tipo, el Cuerpo de Letrados del Consejo de Estado ha mantenido su condición de colectivo verdaderamente prestigioso y respetado. Y no todos sus consejeros han sido indiscutibles, pero ninguno ha manchado una tradición de excelencia.
Los registros de la propiedad no tienen la misma antigüedad, pero comparten muchas características con el Consejo de Estado: excelencia profesional, prestigio de sus funcionarios, seriedad en su historia y certeza en sus decisiones
Los registros de la propiedad no tienen la misma antigüedad, pero comparten muchas características con el Consejo de Estado: excelencia profesional, prestigio de sus funcionarios, seriedad en su historia y certeza en sus decisiones. Es muy oportuno que los registradores reconozcan a una Institución como el Consejo de Estado, aprovechando su aniversario.
Los registradores y quienes sirven en el Consejo comparten otra característica esencial: son servidores públicos. Eso quiere decir que creen en la existencia de la Nación, y que, con su actividad profesional, quieren ayudar a que su continuidad sea un hecho. Un mundo en crisis, como el actual, unas democracias liberales que atraviesan un mal momento, y un occidente que sufre de crisis de identidad, exigen instituciones como el Consejo. Como es sabido, lo importante en momentos como estos es mirar atrás y rescatar todo lo valioso que tiene lo que ha sobrevivido centurias. Ese es mi deseo para el futuro.
Pilar García de la Granja