“El tránsito de la civilización industrial a la digital es un desafío fundamentalmente educativo”
Julio María Sanguinetti Coirolo (Montevideo, 6 de enero de 1936), es un abogado, periodista, escritor y político uruguayo. Desde diciembre de 2019 es secretario general del Partido Colorado, puesto que asumió previamente de 1983 a 1985 y de 2004 a 2009. Fue presidente de la República en dos períodos, 1985-1990 y 1995-2000 y ministro en dos ocasiones: de Educación y Cultura, y de Industria y Comercio. Ocupó tres veces un escaño como diputado y dos veces el escaño de senador, la última vez en 2020. Es autor de varios ensayos sobre temas de historia contemporánea de Uruguay, la vida y obra de Pedro Figari y otros temas. Sanguinetti ha visitado Santander para participar, como lo ha hecho por años, en los cursos de la UIMP donde ha concedido esta entrevista a la revista Registradores.
Presidente, en su larga trayectoria política, ¿qué analogías y qué diferencias ve entre la política de la que usted fue protagonista, en el último cuarto del siglo XX y en la actualidad?
Nos ha tocado vivir etapas históricas muy diferentes, del mundo y de nuestra región de América Latina. Del mundo porque mi niñez fue la Segunda Guerra Mundial, que alcancé a ver con cuatro años. Tengo recuerdo del crucero alemán Graf en el puerto de Montevideo, perseguido por tres barcos ingleses. El comandante alemán hundió el barco para no entregarlo. Digamos que mi niñez fue oír en mi casa la democracia contra el nazi-fascismo.
Luego vino la Guerra Fría, y ahí el gran debate, que en América Latina se hace tremendamente fuerte después del 59 y la revolución cubana, que parecía ser la palabra mágica: la revolución. América Latina entró en una dialéctica muy dramática de guerrillas, por un lado, alimentadas por Moscú y La Habana y por el otro, golpes de Estado, que eran apoyados o por lo menos bendecidos, con el silencio de Washington o del Pentágono. Fue una etapa muy dura.
Estamos justamente a 50 años del golpe de Estado en Uruguay y en Chile, en Brasil fue en el 64. Esa fue una etapa naturalmente difícil, dura y compleja y cada país la vivió a su modo.
Luego, los 80 tienen un gran aliento de esperanza. Ahí viene la recuperación. En el 83, Argentina; 85, Uruguay y Brasil; y 89, Chile y Paraguay. Ahí juega un rol muy interesante España porque su transición a la democracia pasó a ser el ejemplo y la fuente de inspiración de todos nosotros en la salida de la democracia. Salir con tolerancia, sin enconos, sin proyectar hacia el futuro la frontal división que se había vivido.
De modo que son etapas históricas muy diferentes, también en cuanto a la vida económica. Porque los años 50 y 60 fueron años de fuerte proteccionismo y en los años 80 aparece una apertura y se empieza a vivir un mundo más global, que fue muy importante aunque luego empezó a tener algunos retrocesos.
El 2008, la crisis financiera llevó a restricciones, luego la competencia China-Estados Unidos, y finalmente vinieron la pandemia y la guerra de Ucrania, que nos ha generado una situación muy complicada. Es decir, han sido elementos anacrónicos fuera del tiempo histórico. El tiempo de oro de la globalización ya pasó.
La globalización no va a desaparecer porque es un proceso tecnológico y científico que ocurre por debajo de cualquier ambición, interés, necesidad o decisión política.
El influjo de Internet fue incontenible, no lo pudo parar nadie. Que se quiere regular: sí; que se debe regular: también, pero todo eso ahora nos ha puesto en una frontera mucho más compleja porque el avance de todas estas tecnologías está haciendo obsoletos muchos empleos y a la vez está creando multitud de otros nuevos. En América Latina se están generando oportunidades de nuevos trabajos que no podemos satisfacer por falta de gente suficientemente preparada. Nosotros estamos viviendo un desafío distinto, un desafío para mí fundamentalmente educativo. Para lograr formar ciudadanos de este nuevo tiempo, de esta nueva economía, de esta nueva sociedad, como le digo, un gran desafío.
Usted con otros políticos de su generación, Fernando Henrique Cardoso, Felipe González, Ricardo Lagos, Belisario Betancourt, etc. contribuyó a vertebrar la América Latina que hoy conocemos. ¿Cómo ve la actual situación?
Con esos colegas nos conocimos en la vida política y terminamos siendo todos amigos entrañables. Hicimos lo que pudimos desde el Gobierno y seguimos haciendo hasta hoy. Yo tengo un grupo que es el círculo de Montevideo, en el que estoy con Felipe González, con Ricardo Lagos, y con algunos otros amigos aunque algunos han desaparecido. Pero este allí estamos.
La situación hoy no es una situación esperanzadora. Tenemos una gran inestabilidad. Chile que era el gran modelo de crecimiento de aparente estabilidad, desde el 2019 hasta aquí ha vivido de crisis en crisis; Perú algo parecido; Ecuador ahora una disolución parlamentaria, también vive inestabilidad; Colombia, en un proceso muy difícil de terminar con la guerrilla, pero también en una situación muy parecida a la que viene ocurriendo en las democracias occidentales de Europa, que es la fragmentación política y el debilitamiento de los partidos más tradicionales.
Los partidos de Colombia, liberales y conservadores son partidos de casi dos siglos, la última elección fue entre dos minorías: un líder de izquierda extremo podríamos decir, y un líder local de extrema derecha. Los dos grandes partidos muy debilitados, el resultado es un parlamento fragmentado y una enorme incapacidad del Gobierno para generar la gobernabilidad.
En cuanto a la acción internacional, tampoco hay una compatibilidad o una acción armónica. México ha sido muy indiferente al proceso latinoamericano, ha estado muy lejano, Centroamérica con problemas graves, tenemos dictaduras en Venezuela y en Nicaragua. Dictaduras graves y fuertes, no dictaduras con la nota de la transitoriedad sino con un afán refundacional y la idea de quedarse. Ya no estamos en el debate de la construcción de una sociedad marxista, pero sí la dictadura permanente.
Maduro es un esperpento. No tiene ningún contenido. Eso hace muy difícil la relación. Brasil ha tomado la línea de ir reincorporando a Venezuela a la comunidad latinoamericana. La idea no está mal, pues todo excluido se hace enemigo, pero el tema es el cómo y por el momento no se ha hecho bien. No hablemos de Nicaragua ni de El Salvador. Esta última es una extraña situación. No estamos en tiempos fáciles, pese a que las oportunidades siguen siendo enormes.
Latinoamérica tiene todo lo que hace falta en el mundo, desde carne hasta litio, no hay metal de los nuevos que no tenga, pero se requiere inversión extranjera y los gobiernos populistas se oponen a ella. Argentina acaba de inaugurar un gasoducto hacia la Vaca Muerta, que es una enorme reserva de gas y lo hace hoy, después de 20 años de demoras y de debates.
Y esto porque no hubo inversión, porque las tarifas estaban por debajo de los costos y nadie invertía. Hoy es una acción del Estado. Le pongo este ejemplo como expresión de los problemas que tenemos y las oportunidades que se han desperdiciado.
La transición de España pasó a ser el ejemplo y la fuente de inspiración de toda Latinoamérica
Presidente, en vísperas de la Cumbre Unión Europea CELAC, ¿qué papel le cabe a la Unión Europea?
La Unión Europea asociada a América Latina de algún modo tiene la capacidad de generar un espacio de valores políticos que moderen esta nueva suerte de Guerra Fría que es la competencia entre China y Estados Unidos. No es la vieja situación de la clásica Guerra Fría porque China no está en la idea de expandir su sistema político.
La Unión Soviética, con el apoyo de partidos comunistas en América Latina, quería cambiar el sistema, China no es eso. Se parece más al viejo imperio británico, o sea, una expansión comercial. El comercio y la inversión tienen una consecuencia política; sin embargo es muy distinta a lo anterior. De modo que debería ser manejable políticamente.
Hoy está este salto atrás en la historia, está anacronismo absurdo de Rusia invadiendo Ucrania. De la propia China que, si bien no se enfrenta a Rusia, tampoco la ha apoyado y creo que este de algún modo es un hecho puntual; es una Rusia nacionalista, recuperando el espíritu de los zares, del viejo zarismo en una acción de nacionalismo agresivo.
No creo que eso involucre definitivamente o arrastre a China. Quizás se esté confundiendo deseo con realidades. Se precisa un liderazgo político fuerte, que China no lo está teniendo con Rusia.
Europa está con Estados Unidos, de modo que es parte y no puede ser mediación. El mundo en el momento que tiene la mayor población y la mayor capacidad de atender gente, vive o sufre o adolece todavía de estos episodios, que parecían relegados a los amarillos papeles de la historia.
El año pasado se publicaron las conversaciones entre Sanguinetti y Mujica, presidentes de distintas opciones ideológicas, ¿qué mensaje quieren trasladar?
Con Mujica hemos pasado por todas las etapas. Primero fuimos enemigos, no personales, pero si políticos porque él integró una guerrilla que quería tirar abajo las instituciones.
Después de la restauración democrática del año 85, él se incorporó a la vida política y ahí pasamos a ser rivales. Hoy ambos nos hemos sentido en la obligación de ser colegas amistosos y cooperativos para, a través del ejemplo, mostrarles especialmente a las nuevas generaciones lo que significa la capacidad de convivencia, de tolerancia, de pensar distinto pero vivir todos bajo el mismo techo y el mismo hogar de la democracia, de la ley, y de la de la tolerancia recíproca. Por eso hemos hecho varias acciones, incluso ese libro, que fue una idea de unos periodistas. Lo hemos presentado en Buenos Aires con mucho éxito, porque allí se vive lo que se llama la grieta, un enfrentamiento muy fuerte entre la oposición y el Gobierno.
El desafío de civilización es enorme, hemos salido de la civilización industrial, estamos en la digital. ¿Cómo vamos a enfrentar esa realidad si seguimos todavía con debates absurdos que ya no tienen ningún sentido? No podemos hacer de la política un reñidero de gallos que impida pensar y como consecuencia decidir.
En Las conversaciones sin ruido entre Sanguinetti y Mújica tratamos de expresar lo que significa pensar distinto, pero vivir todos bajo el mismo techo, bajo el mismo hogar de la democracia, de la ley, de la tolerancia recíproca
Esta es la última pregunta, pero me parece importante para completar un perfil del presidente Sanguinetti, hablar de familia, amigos, fútbol, arte…
Bueno, tenemos una vida de familia típica y característica, con hijos, nietos y, ahora un bisnieto. Felizmente comulgamos con los mismos valores y con el correr de los años, cultivamos las mismas aficiones. En nuestra casa se cultiva la familia, la amistad, la democracia, el arte y se cultivó a Peñarol, no al fútbol, a Peñarol, porque el fútbol tiene eso, son adhesiones casi religiosas.
En Santander, si hablamos de amigos tenemos que recordar al editor Pancho Pérez.
Si, tuve una gran nostalgia cuando entré en la Universidad Menéndez y Pelayo, y vi una divina foto de Pancho. Él fue el aglutinante de un grupo de amigos que felizmente nos hemos mantenido unidos este tiempo, como la familia Tornel, y que nos renovamos cada año en las últimas décadas, hasta que la pandemia nos alejó un tiempo y ahora estamos de retorno. Con Pancho tuvimos una muy larga amistad, hermosa amistad y luego las cosas que vivimos, sin ir más lejos, la final del Mundial. La victoria de España, la vivimos acá en Santander con todos los amigos juntos, amuchados, liderados y convocados por Pancho en una gran sala del hotel Real. Estas son las dimensiones de la vida que la hacen más grata y que compensan los machucones y dolores que la vida política inevitablemente genera.
Antonio Tornel