Una sociedad responsable y generosa para una sociedad feliz

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Albert Einstein, sin cuyo trabajo científico y su compromiso ético, no hubiéremos abierto las puertas por las que la sociedad ha propulsado su conocimiento y sus horizontes de progreso, mantenía que “solo la moralidad de nuestras acciones puede darle belleza y dignidad a la vida”. 

Ante el desencanto, la decepción o la apatía que, no sin justificación, se extienden entre una ciudadanía que observa perpleja la falta de compromiso que transmite la política actual, dejando en mero decorado las instituciones y en particular el poder legislativo, que lleva años sin atender a su primera obligación para con el pueblo soberano al que representa, que es legislar, es preciso un ejercicio de optimismo, en el que el recurso a la ética y los valores es imprescindible. 

Ante el sálvese quien pueda y la apuesta por el individualismo siempre se puede recordar el inmenso significado que la dignidad tiene para comprender el mismo concepto de humanidad y de sociedad. 

Y es aquí dónde entra en juego la responsabilidad como valor individual y social y, como ejemplo, es vertebral el caso de la vivienda. La Estadística Inmobiliaria del Colegio de Registradores publicada en el mes de septiembre refleja que el precio de la vivienda ha continuado su crecimiento con un incremento interanual del 8,3%, acumulando un ascenso del 36,2% desde 2014.  Por otra parte, el Banco de España en un estudio publicado el mes de agosto pasado indica que en los últimos años el precio del alquiler se ha incrementado en un 50%, con especial incidencia en las rentas más bajas y clases más desfavorecidas. Por ello, con la mirada puesta en los efectos de la crisis que devastó España en los últimos lustros, la responsabilidad juega un papel trascendental. Responsabilidad en el mercado, en la oferta y en los compradores y arrendatarios. Y para cimentarla el trabajo impecable, honesto y profesional de los que velan por la seguridad jurídica y protegen a los ciudadanos de los abusos o la desinformación.

Ante el sálvese quien pueda y la apuesta por el individualismo siempre se puede recordar el inmenso significado que la dignidad tiene para comprender el mismo concepto de humanidad y de sociedad

Mantengo la convicción de que la honestidad está impresa en el código de barras de la humanidad. Probablemente la realidad no sea la de que el hombre nace bueno y la sociedad lo corrompe, que mantenía Rousseau, pero seguro que no es, como afirma Segrelles, la de que que el hombre nace malo y la sociedad lo vuelve peor. En todo caso una sociedad es más digna cuanto más generosa es. 

Por ello  hay que lamentar la timorata e ineficaz regulación de la legislación española de la Segunda Oportunidad, que hoy se sustancia en nuestro ordenamiento jurídico en la Ley 25/2015, y que no permite en la práctica sacar de la “muerte civil” a quienes de buena fe se han visto imposibilitados al pago de sus deudas, muchas de  ellas de carácter hipotecario. Por eso, entre otras muchas cosas, roguemos para que en breve podamos disponer de un Legislativo que legisle y que, aprovechando la oportunidad de la publicación de la Directiva sobre marcos de reestructuración preventiva, exoneración de deudas e inhabilitaciones de 20 de junio de 2019, pueda mostrar la generosidad responsable de una sociedad madura para con sus conciudadanos menos afortunados.

Termino haciendo una reflexión del Papa Francisco: “Las cosas tienen un precio y estas pueden estar a la venta, pero la gente tiene dignidad, la cual es invaluable y vale mucho más que las cosas”.

Carlos Capa