Vivimos la crisis económica más grave desde el “crack” de 1929. Una concatenación de factores que han actuado como un tsunami en las finanzas de todo el mundo sin que los economistas más conspicuos hayan sido capaces de prever la intensidad y magnitud de lo que se nos venía encima. Por si lo ocurrido hasta ahora fuera poco, las revueltas en el mundo árabe han hecho entrar en paroxismo a los mercados de crudos que amenazan con subir los precios del petróleo hasta el punto de comprometer la tímida recuperación que empezaba a atisbarse en algunos países. El efecto de este incremento en los índices de inflación de la zona euro va a provocar una anunciada subida de los tipos de interés que traerá dificultades añadidas a la financiación de empresas y familias. La tormenta perfecta se cierne sobre nosotros sin que nadie pueda anunciar cuándo vamos a salir de todo esto.
A pesar de las adversas circunstancias apuntadas, la crisis que nos afecta no se circunscribe únicamente al ámbito financiero sino que es mucho más profunda. La ausencia de valores éticos en determinados ámbitos empresariales de carácter internacional, ha dejado en evidencia la fragilidad deontológica de una sociedad en la que ha primado el éxito basado en las ganancias rápidas sin que importara demasiado la forma en que se conseguían. Triunfadores sociales de pelotazo y ausencia de escrúpulos han pasado a encarnar lo peor de un modo de operar en los mercados que ha olvidado los cimientos sobre los que ha de basarse toda actividad económica digna de merecer el respeto de los ciudadanos. Los episodios de corrupción y la relevancia pública de algunos “tiburones” financieros cuyo destino final han sido los tribunales de justicia, dibujan con claridad el envés de aquello que debería servir como ejemplo a generaciones posteriores.
Toda crisis implica cambio y abre, por definición, una ventana de oportunidad, para cambiar lo más negativo de una sociedad
Toda crisis implica cambio y abre, por definición, una ventana de oportunidad, para cambiar lo más negativo de una sociedad. Sería este, por tanto, un buen momento, a pesar de todas las graves dificultades o precisamente por ellas, para revisar nuestro sistema de valores y volver a reivindicar algo tan sencillo, pero tan importante, como el gusto por el trabajo bien hecho. Frente a la improvisación negligente y la chapuza derivada de la indolencia, el hecho de que cada cual aborde su rol profesional en la colectividad a la que pertenece con rigor, solvencia y disposición, supondría un salto cualitativo que nos haría avanzar mucho como sociedad. La cosa es tan sencilla, pero tan revolucionaria, como que cada cual desempeñe su función pensando en la colectividad con una vocación de servicio alejada de lo cursi y útil para el conjunto de los ciudadanos. Junto a ello habría que plantear un rearme de amabilidad del que ahora carecemos por completo. Cumplir con el trabajo desde una actitud positiva que haga fácil la relación con los demás y contribuya a una cierta armonía en la sociedad se contrapone con el estereotipo de aspereza y distancia que los mediocres adoptan como norma de actuación para adquirir un prestigio del que carecen por completo.
Hablamos, por tanto, de una sociedad ideal, una colectividad con valores en la que, como lamentablemente ocurre en la actualidad, no se arrumbe el esfuerzo como elemento fundamental de superación individual. El daño que han hecho las erráticas políticas pedagógicas elaboradas desde la ignorancia más supina, aboliendo la memoria y apostando por lo lúdico como elemento principal de los planes de estudio, ha alejado a nuestros estudiantes adolescentes de la realidad sin prepararles adecuadamente para la adquisición de habilidades intelectuales y psicológicas, auténticas herramientas imprescindibles para el desarrollo de su personalidad y la labor profesional a la que están llamados.
Tiempo de crisis, en suma, y oportunidad también para cambios sustanciales que nos permitan salir de ella con el rearme moral derivado de una transformación de valores en nuestra sociedad. Ése es el reto al que todos estamos convocados.